De sí mismo como otro

Martes 22 de setiembre de 2015
Reflexiones sobre la identidad del artista a partir de la obra “Cuando vuelva a casa voy a ser otro”, de Mariano Pensotti.
Por Virginia Cosin.
1.
Cuando lo expulsan del colegio, la Pencey Prep, en Pensilvania, Holden (sí, ese Holden, el de El cazador oculto), viaja en tren a Nueva York pero, en lugar de dirigirse a la coqueta casa de sus padres en el Upper West, comienza su deriva por Manhattan. Está creciendo. Cambiando. En un determinado momento siente ganas de ir al museo que visitaba con el colegio cuando iba a la primaria. El museo de ciencias naturales.
Aquel museo estaba lleno de jaulas de vidrio. Había todavía más en el piso de arriba, con ciervos que bebían en las aguadas y aves que volaban hacia el sur para pasar el invierno. Las aves más próximas estaban todas embalsamadas y colgaban de alambres, y las más lejanas solo pintadas en la pared; pero parecía que todas estuvieran volando hacia el sur. Y si uno volvía la cabeza y las miraba medio dado vuelta, parecía que todavía estuvieran más apuradas en volar hacia el sur. Sin embargo, lo bueno que tenía el museo era que todas las cosas estaban siempre en el mismo sitio. Nada se movía. Uno podría entrar allí cien mil veces y el esquimal acabaría de pescar sus dos pescados, las aves seguirían volando hacia el sur y los ciervos continuarían bebiendo en la aguada, con sus hermosas cornamentas y sus gráciles patas delgadas y la india de los pechos desnudos estaría tejiendo la misma manta. Nada sería diferente. Lo único diferente sería uno mismo.
Algo parecido debió haber pensado Mariano Pensotti cuando empezó a diseñar un dispositivo escénico para sostener el armazón narrativo de su nueva obra “Cuando vuelva a casa voy a ser otro”, y se le vino a la cabeza el recuerdo de un museo que visitaba cuando era chico, en la Patagonia, donde se mostraba la colección en un especie de show educativo “medio berreta”: una cinta transportadora, un panorama móvil.
2.
Me enteré de que existía el otro Philip Roth en enero de 1988, a pocas fechas del año nuevo, cuando mi primo Apter me llamó por teléfono a Nueva York diciéndome que en la radio israelí acababan de informar de mi presencia en Jerusalén, siguiendo el desarrollo del juicio sobre John Demjanjuk, el hombre a quien se identificaba con Iván el Terrible de Treblinka.
Así comienza Operación Shylock, la novela de Philip Roth que, acostumbrado a hablar de sí mismo en sus ficciones, disfrazando a sus personajes con otras profesiones y dándoles otros nombres, en ésta llama a su protagonista Philip Roth y lo hace enfrentarse a otro que se hace pasar por él y que quizás sea él o el otro que él no se atreve a aceptar que es.
En “Cuando vuelva a casa voy a ser otro”, Manuel —el maravilloso Javier Lorenzo— es un director de teatro que sólo tuvo éxito con una obra llamada “El río” (y acá es necesario recordar que, aunque ya venía trabajando hacía un tiempo, primero incursionando en el cine y después en el teatro, Pensotti saltó a las grandes ligas después de presentar una obra-performance terriblemente novedosa y atractiva que se llamó “La Marea” en septiembre del 2005, en el Festival Internacional de Teatro). Manuel, que para vivir trabaja organizando los actos de un político —es decir: puestas en escenas degradadas, lejos del arte y cerca del artificio— quiere volver a experimentar la sensación de la época en que fue exitoso y resuelve montar la obra que lo hizo famoso diez años antes. Pero Manuel ya no es el mismo. La mujer que alguna vez amó y que probablemente lo admiró (uno de los papeles de la impresionante Julieta Vallina), ahora lo increpa y le dice que eso que a los treinta lo hacía atractivo, a los cuarenta lo vuelve patético. Manuel quiere ser otro del que es volviendo a ser lo que era. Pero el tiempo no funciona así. El tiempo avanza, nunca deja de avanzar, como avanzan las cintas transportadoras sobre las que los actores desarrollan las escenas o como avanza el pequeño Jean Pierre Leaúd en ese famoso tráveling eterno de los “400 golpes”. Y porque el pasado es un animal grotesco y el futuro también está hecho de recuerdos y de fragmentos de lo que dejamos desparramado por el camino, y porque esta es la época de los aparatos y de la reproducción técnica, Manuel se entera de que hay otro Manuel, que dice ser él, que está reponiendo su obra en diferentes festivales, con gran éxito.
El doble de Manuel se llama, en realidad, Damián —un delirante y versátil Santiago Gobernori— que, como Manuel, está en crisis, porque cambiar es bien, aún sin amor, aún sin creer y la mejor manera que encuentra de cambiar es convirtiéndose en otro, imitando, copiando.
Y es que ¿qué es ser Uno Mismo? ¿Qué es crear, ser original? ¿Cómo decir algo nuevo si ya ha habido tantos que dijeron eso que uno quiere decir, pero mucho mejor, con más recursos, con más talento? ¿Cómo hacer algo, cualquier cosa, cuando tenemos acceso a todo, absolutamente todo lo que se hizo y lo que se hace en el instante de su realización, a través de internet, el streaming, las aplicaciones que nos mantienen permanentemente al tanto de “lo nuevo”?
Damián reproduce la obra de Manuel pero la interviene. Hace operar un pequeño cambio. Y ese cambio, ese proceso de post-producción hace de la obra del verdadero Manuel otra obra. La obra de Damián.
3.
La pregunta (la pregunta que nos hacemos o nos hemos hecho todos, alguna vez) sobre la propia identidad (idéntica a qué?) es la pregunta por el que fui, el que quiero ser y también por lo que elijo heredar. Natalia –acá, Andrea Nussembaum, la tercera pata de la obra- que hace música y canta y toca la guitarra, no consigue encontrar su propio estilo, su propia voz, hasta que hace el cover de las canciones que su padre, un militante asesinado por la dictadura militar, dejó grabadas en un casette antes de morir. (Casette que es encontrado junto al resto de las cosas enterradas en el jardín por otro compañero militante –Mauricio Minetti- , recuperadas treinta años después).
Pero porque también es cierto —y bien lo sabe Pensotti: de esto también trata la obra— que el artista que encuentra su voz, que sabe qué decir y cómo, no tiene esa voz asegurada, sino que está condenado a perderla cada vez que comienza una obra nueva. Natalia deja de sentirse cómoda y de tener éxito con los covers de las canciones de su padre y vuelve al estado larvario del que busca y no encuentra, del que tiene algo para decir pero no sabe a través de qué procedimientos, técnicas, estrategias.
Pensotti construye un abanico de pliegues cada vez más finitos hasta dar con una pieza en la que lo que sobresale y lo que se oculta conforma una misma textura compleja y delicada al mismo tiempo: vida y obra, realidad y fantasía, verdad y mentira, experiencia y ficción, autenticidad y artificio.
“Cuando vuelva a casa…” es una obra repleta de citas y referencias pero que, sobre todo, cita otras obras del mismo autor que se auto-plagia, se roba a sí mismo. Citas que son como papelitos enrollados en un muro de silencio, que van armando el mapa de un país nuevo, único y original, y que nunca deja de estar en guerra.