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Póquer de Airas + 3

Penguin reedita cuatro libros de Aira. Y tres novedades más que recomiendan nuestros libreros.

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Como todos los viernes, nuestros libreros recomienda qué leer. En esta oportunidad, la recomendación sale con fuegos artificiales de festejo por la reedición de cuatro libros de César Aira (tres novelas y un volumen con tres nouvelles), incluyendo la genial Ema, la cautiva. Pero esto no es todo: también llegaron dos libros de la flamante nobel Svetlana Aleksiévich --aquí destacamos Voces de Chenóbil--, lo nuevo de Richard Ford y la Poética del cine de Jean Cocteau.

La info de cada uno, acá abajo:

 

La mendiga, César Aira
(Penguin)

Esta es la historia de Rosa (¿o Iris?), de cómo creció en el barrio porteño de Flores, de las circunstancias que la llevaron a vivir en un pueblo de la provincia de Buenos Aires llamado Brelín, y de las peripecias de su regreso. Y es también la historia de Cecilia, una actriz meticulosa y aplicada convertida en médica de Rosa por obra y gracia de un guión de televisión. A través de un argumento folletinesco Aira despliega su prosa sabia, vigorosa e irónica, brindando al lector imágenes inolvidables y agudas reflexiones, y, poniendo una vez más sobre el tapete los conceptos de verosimilitud e identidad, exhibe su extraordinaria soltura narrativa, de modo que, como expresa en La mendiga, «la realidad queda al mismo tiempo arriba y abajo de la historia.»

*

Un episodio en la vida del pintor viajero, César Aira
(Penguin)

Johan Moritz Rugendas, a quien el mismo Humboldt admiraba como un maestro en el arte pictórico de la fisonomía de la naturaleza, fue el mejor de los pocos pintores viajeros que hubo en Occidente. De su segundo viaje a América resultaron miles de óleos, acuarelas y dibujos cuyo objeto fueron primordialmente las selvas y las montañas tropicales. Pero el objetivo secreto de su viaje fue Argentina: solo allí, pensaba, podría encontrar el reverso de su arte. La visitó en dos ocasiones: en 1847, en Buenos Aires, registró en abundancia los paisajes y tipos rioplatenses, y fue ésta su visita más fructífera. Diez años antes, sin embargo, una breve y dramática visita a Mendoza le dio la ocasión de aventurarse al centro soñado. Sobre el rastro de las carreteras gigantes, Rugendas se puso en el camino de la recta interpampeana a la espera de aquello que, por fin, desafiara a su lápiz y lo obligara a crear un procedimiento nuevo. Lo acompañó el pintor alemán Robert Krauze. Sin duda, Rugendas rozó, al menos por unos instantes, ese centro imposible, solo que a un precio muy alto, casi exorbitante. Un extraño episodio, que no pudo evitar absorber, salvajemente, en su cuerpo entero, interrumpió la travesía y marcó de un modo irreversible, y fulminante, su vida, su arte y su juventud.

*

Ema, la cautiva, César Aira
(Penguin)

Ameno lector, hay que ser pringlense, y pertenecer al Comité del Significante, para saber que una contratapa es una «tapa en contra». Sin ir más lejos, yo lo sé. Pero por alguna razón me veo frívolamente obligado a contarte cómo se me ocurrió esta historiola. La ocasión es propicia para las confidencias: una linda mañana de primavera, en el Pumper Nic de Flores, donde suelo venir a pensar. Tomasito (dos años) juega entre las mesas colmadas de colegiales de incógnito. Reina la desocupación, el tiempo sobra. Hace unos años yo era muy pobre, y ganaba lo necesario para analista y vacaciones traduciendo, gracias a la bondad de un editor amigo, largas novelas de esas llamadas «góticas», odiseas de mujeres, ya inglesas, ya californianas, que trasladan sus morondangas de siempre por mares himenópticos, mares de té pasional. Las disfrutaba, por supuesto, pero con la práctica llegué a sentir que había demasiadas pasiones, y que cada una anulaba a las demás como un desodorizante de ambientes. Fue todo pensarlo y concebir la idea, atlética si las hay, de escribir una «gótica» simplificada. Manos a la obra. Soy de decisiones imaginarias rápidas. El Eterno Retorno fue mi recurso. Abjuré del Ser: me volví Sei Shonagon, Sherezada, más los animales. Las «anécdotas del destino». Durante varias semanas me distraje. Sudé un poco. Me reí. Y al terminar resultó que Ema, mi pequeña yo mismo, había creado para mí una pasión nueva, la pasión por la que pueden cambiarse todas las otras como el dinero se cambia por todas las cosas: la indiferencia. ¿Qué más pedir?

*

Las curas milagrosas del doctor Aira, César Aira
(Penguin)

Las curas milagrosas del Doctor Aira incluye en un solo volumen tres novelas cortas de César Aira. La primera es la que da nombre a esta obra y gira en torno al peculiar Doctor Aira, un cuarentón empobrecido, escéptico y solitario, que no obstante tiene el don de hacer milagros, verdaderos milagros, pero con desgana y sin fe. El tilo lleva a cabo la siguiente pregunta: ¿Acaso no podemos pasarnos la vida tratando de entender la frase que dijo nuestro padre, allá en tiempos remotos, la única vez que rompió su silencio? Algo de esto nos comunica esta crónica del Niño Peronista bajo los efectos del Tilo Monstruo en la Plaza de Pringles. Fragmentos de un diario en los Alpes transcurre en una casa que atesora muñecos, juguetes, miniaturas, álbumes y cómics... De esa acumulación surge, para el viajero y para el lector, una especie de magia que lo envuelve todo. Aunque no solo de la acumulación de objetos. También, y en última instancia tal vez, del nacimiento del relato: el del viaje que hubo que hacer para estar frente al Nuevo Mundo que se describe, o el de las historias que están al fondo, o a la vuelta, de la descripción y que tienen, también ellas, la extrañeza fascinante de los objetos.

*

Voces de Chernóbil, Svetlana Aleksiévich
(Debate)

Chernóbil, 1986. «Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Vendré pronto.» Esto fue lo último que un joven bombero dijo a su esposa antes de acudir al lugar de la explosión. No regresó. Y en cierto modo, ya no volvió a verle, pues en el hospital su marido dejó de ser su marido. Todavía hoy ella se pregunta si su historia trata sobre el amor o la muerte. Voces de Chernóbil está planteado como si fuera una tragedia griega, con coros y unos héroes marcados por un destino fatal, cuyas voces fueron silenciadas durante muchos años por una polis representada aquí por la antigua URSS. Pero, a diferencia de una tragedia griega, no hubo posibilidad de catarsis.

*

Francamente, Frank, Richard Ford
(Anagrama)

En Francamente, Frank Ford regresa con cuatro historias narradas por el icónico Bascombe. Ahora tiene sesenta y ocho años y de nuevo está cómodamente instalado en la zona residencial de Haddam, Nueva Jersey. Bascombe ha salido airoso –en apariencia, aunque no del todo– de las secuelas de la devastación del huracán Sandy. Como en todos los libros protagonizados por él, el espíritu que guía a Ford es la vieja máxima cómica que promete que si las cosas no resultan graciosas, no son realmente serias. La desolación sembrada por el Sandy, que ha arrasado casas, zonas costeras e innumerables vidas, es probablemente el arranque más tremendo que se pueda imaginar para una narración. Y sin embargo se convierte en el perfecto telón de fondo y en la piedra de toque para Ford y Bascombe. Dotados de una precisa sensibilidad de comedia y de una inteligencia arrolladora, estos relatos abordan un completo catálogo de asuntos muy americanos: el envejecimiento, el racismo, la pérdida de la fe, el matrimonio, la redención y el desplome del mercado inmobiliario.

*

Poética del cine, Jean Cocteau
(El cuenco de plata)

Poeta, novelista, dramaturgo, diseñador, autor de libretos y director de cine francés, cuya versatilidad, falta de convencionalismo y enorme producción le proporcionaron fama internacional. Estuvo asociado con el movimiento surrealista y su obra ejerció gran influencia en la de otros muchos escritores. Cocteau nació el 5 de julio de 1889, en Maisons-Laffitte, cerca de París. Consentido por su madre (su padre se suicidó en 1898), fue mal estudiante, y su falta de interés eclipsó su talento. Abandonó la escuela y fue a París. A los dieciséis años, Cocteau conoció al actor Édouard de Max, que le lanzó como poeta.

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