Yo vengo a ofrecer mi corazón

Miércoles 29 de abril de 2015
La escritora francesa Maylis de Kerangal habla de su novela Reparar a los vivos (Anagrama).
Por Patricio Zunini.
¿Todo es material de narración? ¿Puede ser un tema literario el construir un puente o seguir el procedimiento establecido para la ablación de órganos? Maylis de Kerangal (Toulon, Francia; 1967) dirá, sin dudas, que sí: la autora de Nacimiento de un puente y Reparar a los vivos, ambas publicadas en español por Anagrama pero sólo la segunda llegó a la Argentina, está convencida de que “cualquier tema tiene una dignidad literaria”:
—La literatura nunca le presta atención a la técnica —dice.— En estas novelas encontré temas épicos con la dimensión de cantar, de gesta, de epopeya. De inmediato construyen colectividades de personajes. En ambos casos hay una dimensión heroica: en el primer libro los hombres se enfrentan con algo que los supera en el plano técnico mientras que en Reparar a los vivos hay una cadena de humanos que se enfrenta con algo que los supera ya no técnicamente sino simbólicamente.
El argumento de Reparar a los vivos es sencillo: un chico de 19 años tiene un accidente de autos y se declara que está clínicamente muerto, la familia entonces debe decidir si dona los órganos. De Kerangal despliega el drama sin caer en psicologismos, simplemente continua el rol de cada personaje: desde el médico que declara la muerte y el enfermero que intenta convencer a la familia para la donación hasta aquel que viaja llevando el corazón hacia su nuevo destino. Desde esa aparente asepsia de la técnica surge un caso de épica moderna.
—En una entrevista dijiste que toda ficción tiene un fuerte componente autobiográfico. Y que escribiste Reparar a los vivos luego de sufrir una muerte en la familia.
—Es la frase de Joyce que dice que todas las ficciones son autobiografías fantasmadas. Yo pienso que cualquier libro es autobiográfico por el mero hecho de que el autor está en el libro; si él no está, no sé qué es. Pero quiero decir que no trabajo con un material autobiográfico; siempre distancio la novela de mi propia vida. Sí, escribí esta novela durante el duelo, pero no conté el relato de la muerte que sufrí. Lo que traté de hacer es dar forma a la experiencia en la ficción y esa forma se convirtió en un trasplante cardíaco.
—Lo que llama la atención es cómo descomponés la técnica y la jerga médica a través de un lenguaje tan poético.
—Me alegra que se vea la vertiente poética del texto, porque, si bien hay mucha documentación, todo eso es un trasfondo y lo importante es el hecho poético. El movimiento de la escritura se plasma en el hecho de obtener la poesía contenida en la investigación. Convertir el material documental en materia de lenguaje. Es la precisión lo que está en juego; la precisión lleva una carga ética y poética. Por ejemplo, hay una lámpara especial en el quirófano que se llama “cialítica”. El nombre viene del griego antiguo: cia – sombra, lítica – disgregación. La lámpara no crea sombra porque durante las operaciones los médicos no pueden tolerar la sombra: ese nombre difunde una enorme carga poética que remite a la noche, pero es algo que se alcanza con la precisión de la palabra.
—¿También los nombres tienen una función? El chico que muere se llama Simón, el enfermero Tomás, hay más personajes con nombres bíblicos. Y también está Virgilio, que es el que lleva el corazón.
—Sólo puedo empezar a escribir cuando encontré el sistema de nombres. En la novela hay muchos nombres que remiten a lo bíblico. Pero también hay un montón de nombres que se organizan como una nube de aves que acompañan al corazón, porque al trasplante lo vi como un traslado, una migración. Hay nombres como juegos de palabras: Révol es anagrama de voler (volar), Rémige es anagrama de émigrer (emigrar). Los nombres me dan un material poético para liberar un imaginario especial que puede dar consistencia a la novela. Los nombres propios son como un saquito de té que al ponerlos en la ficción difunden su sonoridad.
—En los últimos años la literatura francesa que llegó a la Argentina, con títulos de Yasmina Reza, Frédéric Beigbeder y Michel Houellebecq entre otros, muestra una búsqueda que tiene hacia lo sórdido o con una carga irónica. Tu novela, pese a todo, no deja de tener una visión luminosa.
—Escribo desde un grado cero. No escribo pensando que haya que leer un subtexto. Hay poca ironía en mis novelas; aunque, de todas maneras, en Reparar a los vivos hay poco lugar para la ironía. Suelo decir que la novela es mi país, mi lugar. No soy una autora que juegue a poner en crisis a la novela, me comprometo en la ficción. Es eso lo que me interesa. Tengo fe en la ficción.