"La lectura es un acto colectivo"

Viernes 20 de noviembre de 2015
El crítico venezolano Gustavo Puerta Leisse, que participó en el Filbita 2015, habla del estado literatura infantil: “Un libro para niños refleja de un modo extraordinario la sociedad en la cual surgió”, dice.
Por Patricio Zunini.
Saca de una bolsa un libro ilustrado que es como un catálogo de niños desagradables: uno que no se baña ni se corta las uñas, otro al que le tuvieron que cortar el dedo por no dejar de chupárselo, otro más que se toca el pito hasta que se le cae. Pedro Melenas, se llama. Gustavo Puerta Leisse produjo la edición para Impedimenta en la que diferentes ilustradores acompañan al texto original con dibujos y cuentan sus propias historias de admonición. Puerta Leisse es un crítico venezolano especialista en literatura infantil. Desde su rol plantea romper con la posición tradicional y partir desde una mirada más irreverente que plantea no sólo la transmisión de conocimiento sino también la posibilidad de abrir debate sobre la historia y la ideología de una sociedad.
—Hay una metáfora típica de los libros infantiles, que es la del libro alado. Yo creo que es una metáfora que nunca aplicarías.
—Al contrario, es una metáfora que suelo utilizar. En Guía turística del sistema solar, un libro de la editorial Iamiqué, se cuenta que hay uno de los planetas en donde el año tarda mucho menos que el día. Es decir que la traslación sobre su propio eje es más lenta que el viaje alrededor del sol. Esa idea, por ejemplo, transformó totalmente la forma en que mi hija ver el mundo. Le ha generado una relatividad sana, una forma de pensar que hay otros mundos, otras posibilidades, otras cosas. Justamente es la mayor expresión del libro alado.
—Lo decía en referencia a una idea sacralizada de la literatura que se opone a tu postura sobre la necesidad de una literatura infantil más irreverente.
—Pero no es la irreverencia por la irreverencia. En el momento actual estamos hablando de una literatura infantil al servicio de la transmisión de valores, al servicio de la escuela. Una visión bastante autoritaria en la cual hay un adulto arriba y que condescendientemente entrega algo al niño, algo que él considera que es lo bueno para el niño, y el niño tiene que asumirlo y demostrar que sabe leer eso. Todo eso que se está publicando ahora, "Mi primer Vargas Llosa", "Mi primer Eduardo Mendoza", "Mi primer Vila-Matas" me parece basura.
—¿La lectura es un valor a toda costa?
—¡No! La lectura tiene dos componentes fundamentales que, curiosamente, me da la impresión que no suelen ser los que más se enfatizan. El primero de ellos es el hecho de que la lectura es un acto colectivo, nos da pertenencia, nos introduce en una comunidad. La lectura se disfruta mientras la lees, pero también cuando se comparte. Ese es uno de los valores fundamentales de la lectura y especialmente se pierde cuando un maestro busca utilizar la lectura como una fórmula de evaluación, una forma de demostrar si entiendes o no entiendes. Al introducir una estructura vertical de autoridad se pierde esa comunidad de lectores. Además, uno de los grandes valores de la lectura es que finalmente es conocimiento y es conocimiento empírico, algo que normalmente no se ve.
—¿Por qué empírico? ¿No es un hecho intelectual?
—Te produce experiencias medidas por el intelecto, pero la parte afectiva o el mismo acto de respiración, meditación, concentración es una experiencia, y es una experiencia literaria.
—Sobre el rol de comunidad, Roberto Casati dice en Elogio del papel el libro físico es un objeto social, que permite regalarse o compartirse.
—Uno de los elementos más interesantes del libro es la toma de conciencia por parte del niño de todo lo que está implícito allí. Insisto: en una relación horizontal el niño se apropia de eso y hace comunidad. En ese sentido, aunque el ejemplo sea un poco aburrido, normalmente la gente trata de entender el fenómeno Harry Potter. Me he dado cuenta de que el fenómeno tiene que ver con una posibilidad de intercambio que no es lo habitual en lo literario. En todo caso lo que me interesa es, por ejemplo, cómo mi hija lee a Harry Potter: ella quiere entender ese mundo, y quiere entender desde la parte de sentimientos hasta las reglas para jugar al quidditch. Ese elemento de conocimiento colectivo está en el libro y es algo que la materialidad del libro te permite por la simple razón que la mediación que genera entre el universo literario y material y tú es menor en el libro físico que en el libro electrónico. Cuando promovemos libros electrónicos, lo que no nos estamos dando cuenta es que promovemos un artefacto que limita y genera una frontera en la lectura, un artefacto que tienes que comprar y que va a caducar, que lleva una batería, que exige un único canal de compras, etc. Pero por otro lado también, el contacto entre un niño o un padre o un maestro que va al autor para le firme el libro también se pierde en el libro electrónico.
—¿El haber sido padre te hizo que revisar o reorganizar tus conceptos sobre la literatura infantil?
—Una de las cosas interesantes cuando planteas la literatura infantil es desde dónde la ves. Por ejemplo, me interesa verla como documento histórico: un libro para niños refleja de un modo extraordinario la sociedad en la cual surgió, cómo se concebía la infancia, etc. Pero hay otros niveles de lectura. Uno: como maestro; otro: mi mujer fue durante mucho tiempo librera de literatura infantil y ahí hay otra discusión distinta. Y también hay otro nivel de lectura con mi hija, y antes con mis hermanos menores. La sensación de que un libro que a mí me gustaba y a ellos no fue un verdadero cambio al tomar conciencia de la mediación en la literatura infantil. Ella me ha influido mucho, pero también es muy importante tomar la cautela de que no existe el niño, mi hija es una niña.
—En una novela de adultos es posible empatizar con personajes oscuros, inmorales, complejos. ¿Cómo se trabaja esa empatía en la literatura infantil?
—El caso más representativo sería el de Pippi Calzaslargas. Pipi es anarquista, transgresora, constantemente está sometiendo a cuestiones a la sociedad y a los ideales adultos. Es un personaje apasionante porque, además, es uno de los pocos personajes de la literatura infantil que tiene dinero. Y hablar de dinero es una suerte de tabú en la literatura infantil. Pippi hace lo que quiere, puede encargar un caballo, se salta las comidas, no va a la escuela, se enfrenta a la policía, etc. Pero lo interesante es que es un personaje bastante solo, tiene una tristeza muy dura. En ese sentido, gran parte de los lectores no quieren ser Pippi, quieren ser amigos de Pippi. Hay un libro infantil argentino que me gustó bastante, que es Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre, de Graciela Montes, que es una novela picaresca. La picaresca es una de las vertientes de la cultura popular que atraviesan la literatura infantil. Está Tom Sawyer, está Daniel el travieso. Hay una serie de personajes que te plantean esa visión no "buenista".
—Recién mencionabas el nivel histórico de la literatura infantil. ¿Cómo se trabaja con el contexto histórico y político? En una entrevista te referías a la mirada eurocentrista de la literatura infantil para narrar los diferentes procesos del mundo. En estos días hubo una situación tremendamente penosa en París: ¿cómo se trabaja con París o con Atocha desde la literatura infantil?
—Hay una visión que parte del supuesto de que si escribimos algo sobre eso para chicos, de un modo u otro, estamos previendo la posibilidad de que vuelva a ocurrir. Esa modalidad me resulta, en líneas generales, bastante tramposa. Es como una suerte de idea de medicamento: el libro que salva el alma, que previene. Lo paradójico es que termina siendo una literatura infantil absolutamente esquemática, simplificadora y que poco tiene que ver con la realidad y que, además, suele ser muy cursi. Otra cosa es que a mí como adulto me interese contar ese tema y para eso me tenga que proponer llegar a él y atraerlo. En ese sentido es muy interesante leer los textos para niños de Walter Benjamin que hizo para la radio: con Juicio a las brujas Benjamin pregunta por qué en determinado momento una sociedad empieza a perseguir a unas brujas y cómo algo que al principio lo tomábamos como un cuento de hadas, que lo máximo que podíamos hacer es poner un elemento protector, de pronto se convierte en una paranoia colectiva y hasta la ciencia del momento se pone al servicio de ese ideal destructor. Lo interesante es que Benjamin se lo cuenta a niños durante el período previo a la Segunda Guerra Mundial, durante el ascenso de Hitler al poder. Ese es su mensaje. La inteligencia de Benjamin es no hablar de Hitler, no hablar del nacionalsocialismo, si no de la caza de brujas y la persecución. Él tiene la intencionalidad de llegarles a los niños a través de la radio, para que también lo escuche el padre y puedan discutirlo. Esa es la visión horizontal de la literatura infantil que defiendo.
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