Sherlock Holmes en el siglo XXI

Lunes 12 de enero de 2015
Una entrevista a Arthur Conan Doyle y el devenir del detective más famoso de la historia.
Por Patricio Zunini.
I've got electric light. And I've got second sight.
And amazing powers of observation.
En YouTube está colgada la entrevista que la Fox le hizo a Arthur Conan Doyle en 1927, cuando tenía 68 años. Llega caminando con un perro, se saca el sombrero, se sienta y la cámara se cierra en un plano medio. Hay muchas grabaciones de radio, pero es probable que este sea el único registro fílmico. Conan Doyle es un hombre corpulento, canoso, de cara redonda y afable. Lleva un riguroso traje oscuro, casi tan riguroso como su acento escocés. “Hay dos cosas sobre las que la gente siempre quiere preguntarme”, dice, “una es cómo llegué a escribir los relatos de Sherlock Holmes y la otra es cómo llegué a vivir experiencias espiritistas”.
En 1876, Conan Doyle tuvo como profesor en la Facultad de Medicina de Edimburgo al doctor Joseph Bell. En su autobiografía, Conan Doyle retrata a Bell como alguien dueño de un asombroso poder de observación a la vez que extraordinariamente rápido con el razonamiento deductivo. Bell era capaz de hacer un diagnóstico preciso a partir de unas pocas palabras del paciente, y a veces ni siquiera lo dejaba hablar. En aquellos años, Conan Doyle era aficionado a los relatos de detectives, pero siempre lo dejaban insatisfecho porque las resoluciones o bien eran fortuitas o no estaban justificadas. El escritor de policiales que resuelve un caso sin explicarlo no está jugando limpio.
—Así que —sigue en la entrevista de la Fox— naturalmente me pareció bien que personas científicas como Bell se dedicaran a asuntos detectivescos. Él no averiguaría las cosas por casualidad. Él encontraría la solución científicamente.
Y mientras creaba al detective más importante de la literatura clásica, su profesor se convertía en el primer médico forense de Gran Bretaña.
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Curiosamente, uno de los intentos más exitosos por aggiornar la figura de Sherlock Holmes fue como médico. Durante ocho temporadas (de 2004 a 2012), el doctor Gregory House se vestía de detective para curar enfermedades indescifrables. Con la desconfianza como leit motiv (“¡Todos mienten!”) no sólo evitaba el contacto con los pacientes y se manejaba únicamente con los resultados de los estudios, sino que hacía que su equipo de médicos se metiera en las casas de los enfermos y hasta hurgara en la basura para descubrir hábitos que lo ayudaran a reconocer el origen de la enfermedad. Cuando Sherlock Holmes necesitaba pensar tocaba el violín; House el piano. Sherlock era cocainómano; House se había hecho adicto a la codeína. La casa de Holmes quedaba en el 221B de Baker Street; el mismo número del departamento de House.
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El mismo año que House comenzaba a renguear por los pasillos del hospital universitario Princeton Plainsboro, Julian Barnes publicaba su primera novela de detectives —en realidad, ya había publicado cuatro, pero con el seudónimo Dan Kavanagh. Arthur & George está basada en el juicio al indio farsi George Edalji y cómo Arthur Conan Doyle demostró que era inocente.
1903. Una matanza de pájaros, caballos y ganado sacude al pueblo de Great Wyrley. Pocos días después aparecen unos mensajes anónimos amenazando con el sacrificio de 20 vírgenes. La presión de los medios lleva a la policía a actuar rápido para evitar el escándalo. Y se determina que el joven abogado George Edalji, hijo del párroco, es el culpable. El padre y el dueño del estudio donde trabajaba Edalji inician una campaña para demostrar la inconsistencia de las pruebas. Así llegan hasta Arthur Conan Doyle, quien por ese entonces además de haber enterrado a su mujer había tirado a Sherlock Holmes por un barranco. Conan Doyle estaba muy deprimido, pero la idea de ayudar a George lo sedujo. Lo puso de nuevo en movimiento. Gracias al caso Edalji se creó en Inglaterra el primer tribunal de apelaciones. Y Sherlock, un año después, volvió con El pabellón Wisteria.
Julian Barnes contó en el Malba que, cuando se enteró de la historia, lo primero que hizo fue entrar en Amazon para chequear que nadie se le hubiera adelantado. Arthur & George es una crítica magnífica sobre lo “british”. Barnes debería haber ganado el Booker con esta novela, pero se lo robó John Banville con El mar.
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José Pablo Feinmann dice en La filosofía y el barro de la historia que la novela policial o clásica se caracteriza por el rigor del detective, que es quien posee la racionalidad: el asesino para Sherlock Holmes no es emergente de un desajuste social, sino que es un mero desajuste individual. «Confinando a los locos la razón puede seguir creyendo que es soberana. ¿Nos arriesgamos a decir que la lupa de Holmes es hermana del panóptico faucultiano? La lupa de Holmes —al ver las huellas que lo llevarán al asesino— ve al asesino. O, al menos, las huellas que ha dejado y lo condenarán. El asesino no ve a Holmes.» En la novelas negras norteamericanas, como las de Hammet, Chandler, Goodis, sigue Feinmann, «el desquiciado, más que en el asesino, está en la sociedad entera. Toda la sociedad está desquiciada». El detective, dice Feinmann, no encarna la razón sino que «participa de la turbia moral de la sociedad capitalista», en cambio Holmes es un detective del Poder.
Si bien es cierto que Sherlock Holmes es un consultor de la policía, no parece leído con toda justicia por Feinmann. Holmes, antes que asegurar el orden social, está interesado en no aburrirse. Holmes haría cualquier cosa con tal de no aburrirse.
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Sherlock Holmes se volvió un ícono del cine en los años 40. En los libros no usaba gorro y pipa, pero desde Dressed to kill (1946), no podemos verlo de otra manera. La caracterización de Basil Rathbone se volvió icónica. Todos los intentos de llevarlo a la pantalla grande son tributarios de la actuación de Rathbone. Pero hasta que entró la televisión con Dr. House, las películas —incluso las recientes dirigidas por Guy Ritchie con el (demasiado) histriónico Robert Downey Jr. como el detective y Jude Law como el fiel y torpe Watson— tenían el ambiente de museo. Sherlock (BBC) y Elementary (CBS) son dos versiones que traen a Holmes al siglo XXI.
Sherlock toma las historias originales de Arthur Conan Doyle y las actualiza con recursos muy actuales. Por ejemplo, usan la tele como si fuera una pantalla de celular, algo que después tomó House of cards con los mensajes de texto. Watson (Martin Freeman) escribe un blog, Sherlock no dice “elemental” sino “obvio”, parece un genio con síndrome de Asperger, tiene una adicción convenientemente más correcta al tabaco y usa iphones. ¡Hay un capítulo en el que resuelve una clave con el nombre de James Bond! La versión estadounidense no sigue los libros, utiliza los personajes que son de dominio público. Elementary le da otra vuelta de tuerca al héroe: Watson es mujer (Lucy Liu) y es la terapeuta de Sherlock Holmes (Jonny Lee Miller, a quien conocemos de Transpoiting) que viajó a Estados Unidos para curarse de su adicción a las drogas. Uno podría pensar que este Holmes, cuando termina de resolver un caso, sale corriendo a bailar en una rave.
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—Pero lo realmente curioso —dice Arthur Conan Doyle en la entrevista de la Fox— es cómo hay tanta gente convencida de que él es un ser humano real. Recibo cartas dirigidas a él, recibo cartas pidiéndome su autógrafo, recibo cartas dirigidas a su estúpido amigo Watson. Incluso recibo cartas de señoritas que quisieran trabajar como su criada. Una de ellas, cuando se enteró que se había pasado a la ocupación del cultivo de abejas, me escribió diciendo que ella era una experta en segregar a la reina, lo que sea lo que eso quiera decir, y que ella estaba evidentemente predestinada a ser la criada de Sherlock Holmes.
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Falta, por supuesto, la segunda pregunta: cómo llegó Conan Doyle a vivir experiencias espiritistas. La respuesta quedará para una próxima nota.