Seremos salvos por nuestro amor

Jueves 21 de mayo de 2015
De paso por Buenos Aires, el escritor guatemalteco Eduardo Halfon habla de su novela Monasterio (Libros del asteroide).
Por Patricio Zunini.
Dice Eduardo Halfon que su abuelo nunca habló del campo de concentración. Que decía que el número tatuado en su brazo era un número de telefóno. Dice que recién en 1998 o 1999, ya con los últimos resquicios de la memoria, comenzó un discurso caótico y sin cronología, que duró cinco horas. Dice que aquella tarde ambos se emborracharon y que adentro de ese discurso, el abuelo le contó una anécdota pequeña, la de un boxeador polaco, que fue en realidad quien le enseñó a sobrevivir. Dice que en la historia de ese boxeador estaba condensada toda la literatura del abuelo, que estuvo diez años para contar esa historia. Que no encontraba la manera, que tenía miedo. Y que desde entonces, dice, los cuentos de El boxeador polaco fueron pariendo —pariendo, así dice— sus siguientes libros.
—¿Esta forma de parir libros es porque cada uno desarrolla una pregunta singular?
—No creo que sea una pregunta en particular sino que ahondan en la misma pregunta. Hay temas que se plantean en El boxeador polaco que luego escarbo más en cada libro. No creo que sean preguntas nuevas sino viajes nuevos.
—Te lo digo porque la pregunta de Monasterio es cómo salvarse.
—Pero eso ya está en El boxeador polaco: cómo se salvó mi abuelo; no cuento la anécdota para no arruinar el cuento. En Monasterio, en realidad, hay dos salvaciones: cómo me salvo de los terroristas o los nazis, pero también qué disfraz me pongo, qué doctrina adopto, qué mentira estoy dispuesto a creer para salvarme. Esa es la gran pregunta de Monasterio.
Eduardo Halfon nació en ciudad de Guatemala en 1971. Por aquel tiempo el país estaba deshaciéndose en una violencia que duró tres décadas, pero Halfon dice que en su casa no se hablaba del tema. Hacia finales de esa década, la guerra entró en la capital. Un día militares y guerrilla se tiraron con todo en el patio de la escuela de Halfon. La familia emigró a Estados Unidos. Se fueron en 1981 con la promesa de volver: tardaron trece años. En ese tiempo Halfon terminó la escuela, estudió en la universidad (Ingeniería) y perdió el idioma.
—El inglés se volvió y se mantiene mi lengua fuerte —dice.
—Pero escribís en español.
—Sí, siempre. Porque volví. Si yo me hubiera quedado en Estados Unidos tal vez habría escrito en inglés como Alarcón o Junot Díaz, pero volví a Guatemala. Creo que escribo en español porque es el idioma de mi niñez y a cada rato vuelvo a mi infancia para entender a mi hermano, a mi hermana, a mi mamá, al tatuaje de mi abuelo, que él decía que era un número de teléfono.
Halfon tiene más de diez libros publicados; El boxeador polaco es el cuarto, pero podría ser el primero porque le cambió la forma de escribir. Sus libros conforman un sistema solar que tiene en el centro la historia de su abuelo. El nuevo planeta, entonces, es la novela Monasterio (Libros del Asteroide) en donde cuenta su llegada a Israel para el casamiento de su hermana y los conflictos que se le plantean con la identidad. Ya el título plantea una trama de ironías y descentramentos: un escritor judío ante un monasterio. El narrador, alguien que lleva su nombre y apellido, alimenta un rencor que no termina de estallar y trata de escaparse de lo políticamente correcto. Pero cuando esto pasa, cuando el rencor se diluye en lo políticamente correcto, aparece la voz del hermano: “Cobarde”, le dice. Cómo encontrar el punto de fuga, cómo salir del encierro de una religión que no lo representa, cómo seguir siendo parte de esa familia, cómo mirar debajo de las máscaras que se pone la hermana. Cómo desarticular todo eso (desde el humor y el erotismo). Cómo me salvo, cómo me salvo, cómo me salvo.
Con cada libro, Halfon aumenta su versión particular de En busca del tiempo perdido. O, como le gusta pensar a él, su versión de Rayuela: la suma de cuatro libros que surgieron a partir de El boxeador polaco puede leerse en cualquier orden (“Escribo como cuentista, pero luego llega el ingeniero y pone orden”).
—Todo esto se ha ido dando ante mí —dice.— No sé hacia qué voy. Hay una búsqueda, pero no sé exactamente qué es. Y mucho menos la respuesta. Estoy seguro de que si la descubro dejo de escribir. Responder la pregunta de tu vida sería castrante.
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