Libros que no hace falta escribir ni leer

Miércoles 21 de octubre de 2015
Kenneth Goldsmith vistó Buenos Aires para presentar su libro Escritura no-creativa. Gestionando el lenguaje en la era digital (Caja Negra) y coordinar un taller sobre cómo perder el tiempo en Internet.
Por Valeria Tentoni. Foto Guyos (gentileza Malba).
Una hilera de notebooks abiertas y conectadas ocupa el borde del escenario del Malba: es el primer ejercicio que propone el neoyorkino Kenneth Goldsmith en su workshop “Perder el tiempo en Internet”. Llegó a Buenos Aires para presentar el libro que Caja Negra le editó en su colección “Futuros Próximos”, junto a nombres como los de Steyerl, Groys, Flusser y Harman. Debajo del escenario hay un enjambre de asistentes frenético, en espasmo colectivo de clicks, que se turna para navegar la computadora del resto libremente. “¡Busquen las carpetas de porno! ¡Pueden abrir los correos, también!”, se le ocurre al autor de Escritura no-creativa. Las leyes del ejercicio cambian: no se sabe bien a qué se dijo que sí al dejar, graciosamente, la propia computadora a disposición, porque ese “sí” engorda y se metamorfosea con las ocurrencias de este tipo que va y viene, de traje y descalzo, entre la modesta muchedumbre digital que llegó al museo dispuesta a comprometer casi todas las horas hábiles de su lunes.
Aparecen fotos privadas: un chico con una guitarra, parejas en modo Goofy ante la cámara del Photo booth, un asado, autorretratos vergonzantes. Corren discos, todos a la vez –Jamiroquai, Lou Reed, Die Antwoord. Se disparan anuncios de campaña de Massa en YouTube y llamadas de Skype a familiares. Los .doc florecen como orquídeas y el aguijón morboso, tal vez vengativo, de los visitantes, escarba hasta llegar al polen ajeno. Entre las órdenes se dio la de no cerrar ninguna ventana ni modificar ningún archivo. Así que cuando cada quien regresa a su máquina se encuentra con el resultado del saqueo comunitario. Termina el ejercicio. El vértigo baja. “¿Quieren reiniciar sus computadoras?” sugiere el coordinador, como para sacudirlas del manoseo y dejarlas frescas.
Después pide que todos actualicen sus estados de Facebook: “Nos volvemos promiscuos con Kenneth Goldsmith”. Que los usuarios se den likes entre sí, se comenten. Crece la bola de nieve: los asistentes se vuelven promiscuos y Goldsmith se vuelve viral. En apenas minutos hay muchas personas preguntando quién es ese tipo, qué está pasando en el Malba, de qué se trata todo esto. Astucia no le falta a esta especie de predicador gringo del cutypaste. Ni carisma. Después, otra ronda de máquina en máquina. Cada quien puede postear lo que quiera como si fuera el dueño del muro. Aparecen amigos preocupados por si alguien les hackeó la cuenta, respuestas inesperadas a preguntas que nadie hubiese hecho nunca.
“Estar en Facebook es una obligación social en este momento”, le dice Goldsmith a un chico que no puede hacer el ejercicio porque no tiene una cuenta. Sin embargo, él no actualiza su estado de Facebook a la par. Dice que le encantaría hacerlo, pero que prácticamente no está usando esa red social. Tuvo que dejarla por un tiempo, para preservarse del acoso de odio que le produjo un “escándalo”. Una de las asistentes pregunta de qué escándalo habla, y Goldsmith explica brevemente algo que se explicó extensamente en distintas notas periodísticas. En marzo, en una lectura en la Universidad de Brown, compartió un poema llamado “El cuerpo de Michael Brown”, una apropiación del informe de autopsia del adolescente baleado por un policía en Ferguson. La lectura duró unos treinta minutos y se hizo frente a una proyección de la foto de Brown en su traje de graduación. “Para darle efecto dramático, terminó con la observación del médico ‘sin comentarios’ acerca de los genitales de Brown, que no es la manera en que el informe de autopsia termina. Y al finalizar se sentó en la primera hilera del público”, narra el New Yorker. La misma asistente que le preguntó por el escándalo le repreguntó qué había hecho, exactamente, con el material en crudo del informe: “Tomé cosas, las reordené. Lo volví literario”, respondió. También le dijo: “Soy un hiperrealista, creo en mirar a la realidad”, y que internarse en temas alrededor del racismo en Estados Unidos “es como meter los dedos en el enchufe”.
La segunda parte del taller incluyó lecturas de historiales y secuencias de elección de passwords de los asistentes, y cerró con Tálata Rodríguez, quien se ofreció a perder el tiempo en Internet a la vista de todos en la pantalla gigante del auditorio. “Nuestro historial es nuestra autobiografía, la estamos escribiendo sin darnos cuenta” señaló, entre acción y acción, el responsable de UbuWeb.
Fundada en 1996, la página nos recibe con un retrato de Samuel Beckett. En la entrevista pública que le hizo Claudia Kozac el sábado para presentar el libro, Goldsmith citó al autor de Esperando a Godot para decir que entiende que el arte, hoy, ya no es capaz de hacerle sentir las cosas que la lectura de los libros de alguien como Beckett sí: “Pero en cambio creo que la tecnología mainstream me hace sentir eso todos los días, varias veces al día. Puede ser con algo tan mundano como un video de gatitos en BuzzFeed. Lo estúplime, lo estúpido encontrándose con lo sublime, eso es Internet. Creo que el arte intenta hacer eso, pero solo logra ser o bien demasiado estúpido o bien demasiado sublime”.
“Creo que somos muy buenos en el uso de Internet, pero que no hemos descubierto aún cómo teorizar acerca de ese uso”, explicaba en su clase del lunes. Este primer libro suyo en Argentina fue originalmente publicado en 2011 en la editorial de la Universidad Columbia y en buena parte proviene, como explica en los agradecimientos, de columnas que le encargó la web de la Poetry Foundation en 2007. En su país, Goldsmith imparte clases de Escritura No-creativa en la Universidad de Pensilvania, y llegó a ser invitado por Barack Obama a leer en la Casa Blanca. En esa misma universidad da clases Charles Bernstein, fundador de la revista L=A=N=G=U=A=G=E. Es una de las publicaciones más influyentes en poesía experimental del último medio siglo allí, según explica Enrique Winter en el exordio de Grandes éxitos (Mantis), donde seleccionó y tradujo su obra, leyéndola en una tradición que tiene "dos madres: Emily Dickinson y Gertrude Stein. En sus obras, más que la creación de un país o de un sujeto que lo habite, está la creación de una lengua nueva, ampliada a través de aparentes errores y usos en desuso, compuesta por oído, extendiendo las posibilidades formales de la rima y el metro, la primera, y de la materialidad de las palabras a través de las reiteraciones y sus alcances filosóficos, la segunda. Los asuntos tratados por ambas las alejan del hablante hipertrofiado de la poesía del canon, que centraliza en sí la visión totalizadora del mundo, pero también del hablante confesional, que comparte exclusivamente sus sentimientos acerca del reducido ámbito de la experiencia", detalla Winter sobre las condiciones que hicieron posible la poética de Bernstein, y podemos aprovechar ese desarrollo para inscribir a la de Goldsmith.
“Hay que ser absolutamente moderno” ordenaba Arthur Rimbaud, quien ayer hubiese cumplido 161 años. Goldsmith entiende que el modernismo es la clave para la comprensión del mundo digital. Que el puente entre las artes visuales y la literatura revitaliza la discusión y la producción en este último campo —producción que encuentra agotada; usa la figura de un pianista ensimismado, pulsando una y otra vez la misma tecla. En este compendio de ensayos elabora sus hipótesis a partir de las prácticas de figuras como Andy Warhol, la ya mencionada Stein, John Cage o LeWitt, y de un abundante punteo ejemplificativo de obras que ingresan en la categoría que generó, y sus antecedentes.
Goldsmith aprovecha pasajes del Ulises de Joyce acerca de la circulación del lenguaje en la red como la del agua, luego se ocupa del apabullante tráfico de “todo ese lenguaje invisible atravesando el aire que respiramos”, e igual de efectiva es la secuencia—que leyó, de hecho, en la presentación— de una falla en el sistema de pantallas de un avión y la vista interruptiva de los códigos de reinicio sobre el fondo negro de las computadoras, como la “perforación” de ese mantel estirado que se nos presenta ya como un continuo. Especialmente interesante, en ese sentido, es el apartado “El lenguaje como material”, que podría ponerse en diálogo, por ejemplo, con libros locales como Al pie de la letra de Mario Ortíz.
La posición del primer poeta laureado del MoMA queda revelada en el comienzo: “Confrontados con una cantidad sin precedentes de textos disponibles, el problema es que ya no es necesario escribir más; en cambio, tenemos que aprender a manejar la vasta cantidad ya existente. Cómo atravieso ese matorral de información —cómo lo administro, cómo lo analizo, cómo lo organizo y cómo lo distribuyo— es lo que distingue mi escritura de la tuya”, y trabaja, así, a partir del concepto de “genio no-original” de la crítica literaria Marjorie Perloff. “No importa lo que hagamos con el lenguaje, siempre será expresivo. ¿Cómo podría no serlo? De hecho, siento que es imposible, al trabajar con el lenguaje, no expresarse”.
Así como, según repasa, el público fue comprendiendo gradualmente que ante una obra como Sleep (clásico de Warhol de 1963, de 5 horas y 20 minutos de duración) no era necesario mirarla completa, a Goldsmith no le parece un problema que avancemos hacia una literatura que nadie vaya a desear leer. Uno de los libros que escribió, por ejemplo, Soliloquio, es la transcripción de cada palabra que prounció en el transcurso de una semana. Día, publicado en 2003, la de cada oración impresa en el ejemplar del 1 de septiembre del 2000 en el New York Times. Entre los capítulos finales de Escritura no-creativa propone que “debido a este nuevo ambiente, se comienza a escribir un determinado tipo de libro que ya no es para leerse sino para pensarse”. Y advierte: “No hay duda de que la mesa está servida para una revolución literaria”.
Al terminar el taller, Goldsmith nos respondió algunas preguntas:
a
—¿Tu idea es que la escritura no-creativa es un paso hacia adelante, una "mejora" con respecto a la escritura creativa?
—Simplemente es el tiempo en que vivimos ahora. No es mejor ni peor, solo es diferente. El genio no deja de existir. La escritura no deja de existir, solo cambia su forma y tenemos que cambiar la manera en que pensamos. Salten al océano, no le agreguen una gota. Vayan y naden en el océano. Eso es lo que creo que tenemos que hacer ahora.
—¿Creés que vamos hacia un tipo de literatura que no será leída?
—Absolutamente. Nuestra vida on line es una economía de citas. El retweet es más valioso que el tweet. El re-post, el re-blog, esos re-gestos son todos mecanismos de citas. La mayor parte de las veces son más importantes que las cosas a las que están apuntando. Casi nadie hace click en los links, pero está feliz de retuitearlo para pasar esa información a los demás. Es mejor hablar de eso que verlo o leerlo o escucharlo.
—¿No te parece que nos estamos perdiendo de algo, en el medio?
—Bueno, sí, creo que nos estamos perdiendo de algo en el medio… Pero a algunos sí les hacés click, algunos sí los leés, no es que no estamos leyendo más. Ocurre que en frente de la computadora no estamos leyendo, estamos moviendo información. Cuando nos alejamos de la computadora, a veces inclusive en un Ipad o Kindle, podemos ir realmente a fondo. Este es el lugar equivocado para eso, es demasiado activo. Nadie se sienta y lee Moby Dick en la pantalla. Bueno, quizás alguna gente lo hace, pero la mayoría no. Pero leer Moby Dick en un Ipad es una experiencia realmente hermosa. Así que usamos la tecnología todavía para lecturas de largo aliento, textos que son más viejos, pero no lo hacemos en frente de esa cosa. Esa cosa es demasiado saltarina, en verdad muy activa. Simplemente no te dan ganas de parar. Y eso está bien. Pero bueno, otras veces, solo queremos hundirnos en un buen libro y todavía leemos. Yo leo a Foucault en mi Iphone, en el subte. Y a la vez chequeo Facebook y juego al Candy Crush. Estamos haciendo un poquito de cada cosa, todo a la vez. Yo ni siquiera puedo mirar una película cuando estoy conectado, porque solo quiero estar en Internet. Me gusta mirar una película en un viaje de colectivo, cuando no tengo conexión, por ejemplo. Eso me encanta. Pero cuando la tengo, quiero estar ahí.