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Leer los lugares vacíos

Daniel Link habla de su nuevo libro de ensayos, Suturas. Imágenes, escritura, vida (Eterna Cadencia Editora): “el amor, la inclinación, el deseo, la simpatía son los que suturan lo que la sociedad separa y jerarquiza”, dice.

Por Patricio Zunini. Foto: Sebastián Freire.

daniel link

«Habrá habido mucho más en el medio». Daniel Link inicia el segundo capítulo de Suturas. Imágenes, escritura, vida con la pregunta que le hacen por sus dos matrimonios: el primero con una mujer, el segundo con un hombre. Esa frase bien puede funcionar como el tono general de este volumen que viene a completar la trilogía iniciada en 2005 con Clases. Literatura y disidencia y continuada con Fantasmas. Imaginación y Sociedad (Eterna Cadencia, 2009). En un recorrido que va desde la filología a la biopolítica, Link interroga “lo viviente” en una sociedad que necesita de una nueva terminología para pensarse. Como la civilización de los eblaítas creada por Rafael Spregelburd para la obra de teatro “Spam”, que inventan un idioma para definir el espacio entre objetos, Link busca en Suturas el espacio —lo “mucho más que en el medio”— entre un período y otro, entre los intereses de un filólogo y otro, entre un artefacto cultural y otro.

 

¿Debemos entender que esos espacios son las suturas del título?

—Sí, creo que das en el clavo. Me interesan esos intersticios, o esos puntos de contacto (el tacto, en todo caso, es el sentido que el libro privilegia) entre dos cosas (culturas, artefactos, afectos, prácticas) que son heterogéneas. El in-between o el entrelugar, como llamó Silviano Santiago a esa disolución de las certezas plenas o las identidades homogéneas. Me parece que hay que tratar esos bordes no tanto como límites sino como umbrales. Sigo en esto a Ricardo Piglia, quien notó, en un texto clásico, esas cicatrices que se producen en lo liminar, es decir, cuando dos culturas se tocan: «El juego de organización —uno podría decir— de los límites de una cultura están dados por el enigma y el monstruo. Allí está lo que una cultura no puede entender. Es la palabra de los dioses, si uno piensa en la gran tradición. El enigma es aquello que dice la verdad última, es la palabra del oráculo, y el monstruo es el otro límite.» (Cito “La ficción paranoica” por la versión de la transcripción publicada por El interpretador). O sea, que esos límites son heridas, que tienen que ver con lo que sucede cuando dos culturas se tocan: un pequeño temblor, un seísmo. Así lo entienden Quignard y Barthes, a quienes usé para esto mismo en Fantasmas. Para Barthes, cuando dos registros se tocan, ese punto de juntura entre naturaleza y cultura provoca un seísmo o un satori: «La escritura es en suma, a su manera, un satori: el satori (el acontecimiento Zen) es un seísmo más o menos fuerte (para nada solemne) que hace vacilar el juicio, el sujeto: opera un vacío de habla». (L'Empire des signes. Ginebra: Skira, 1970).

¿Por qué hablar de una sutura, de una cicatriz?

—La sutura no es tanto el entrelugar, sino la operación de lectura de esos lugares vacíos (la palabra de los dioses, la voz del monstruo, etc.). Y elijo la sutura, precisamente, porque me interesa más ese rastro que la mera herida abierta (Bataille). Una vez más, me interesa la relación táctil con esa línea de juntura entre dos heterogéneos (naturaleza y cultura, cultura letrada y ciberculturas, texto y vida, etc.).

En el capítulo "2005" hablás de la aparición de YouTube: «El neolítico marcha hacia la escritura (es decir, hacia su propio fin). La cultura pop marcha (marchó) hacia YouTube (es decir, hacia su perpetuación indefinida)». ¿Frente a esta disolución permanente, cuál es el rol del filólogo?

—Creo que de lo que se trata, en ese punto, es adecuar el aparato crítico, la máquina lectora, a las nuevas realidades que nos vienen de las ciberculturas. Por ejemplo: los archivos digitales. Precisamente porque lo que ahora importa no es tanto el fin de una era (de un archivo, de una formación discursiva) sino su perpetuación indefinida, hay que enfrentar esa masa de discurso con herramientas renovadas: si lo que muere no termina de morir nunca (el ejemplo que en el libro doy sobre la chispa de vida en Nietzsche, un video de YouTube), lo que hay que plantearse en términos de lectura filológica, puede suspender las preguntas sobre el origen y el final, sobre el fundador de discursos, etc. Lo que importa es cómo un discurso se sostiene, qué es lo que lo hace vivir.

El libro está atravesado por "lo viviente". ¿Podrías dar una aproximación de este concepto? ¿Qué sería lo viviente en la cibercultura?

—El problema de lo viviente en nuestras sociedades (cibernéticas, o digitales, o incluso informáticas) es que lo viviente asume un estado crítico: la vida vuelve a ser lo que era en tiempos del materialismo molecular griego: átomos de vida. Pienso en las posibilidades que la intervención y la manipulación genética ponen ante nuestros horizontes. Se pueden adoptar posiciones éticas en relación con esas intervenciones, pero (desde el punto de vista metodológico) no se puede negar que la intervención respecto del genoma (animal o humano) transforma radicalmente lo que sabíamos sobre la vida. Yo no soy capaz de decir qué sería lo viviente en la cibercultura, pero estoy seguro de que no debemos abandonar esa discusión a los abogados.

Clases partía justamente de las clases que dictabas mientras que Suturas compila textos publicados en tu blog. En los tres (incluyo Fantasmas) hay una continuidad en los temas, pero quería preguntarte, por la producción de los libros: ¿a partir de los orígenes diferentes (textos planteados a partir de clases, textos pensados para la web) encontrás un efecto distinto en el resultado?

Clases no es sólo un libro de “lecciones dichas” sino un libro sobre los sistemas clasificatorios, y de ahí su subtítulo: Literatura y disidencia. Las clases son dispositivos de normalización y homogeneización, en fin: los nombres tienen un poder de coerción contra los cuales conviene rebelarse... En cuanto a condiciones de producción no sé si son tan diferentes. Probablemente un texto académico tenga más notas al pie que un texto periodístico, pero si los dos participan de un mismo pensamiento (o de una línea de pensamiento, o de una misma imaginación), no creo que haya diferencias en el resultado. Quiero decir que lo primero son los proyectos de largo aliento (sean proyectos de investigación o de escritura). Luego, los fragmentos que uno va escribiendo (las lecciones que yo pronuncio están muy escritas previamente, porque no tengo la habilidad de hablar sin un guion férreo: tiendo a perderme y a dispersarme mucho) van encontrando un lugar en esos proyectos o esas fuerzas que nos arrastran. Cuando el hilo argumental está más o menos completo, corrijo todos los textos para que tengan un tono más o menos parecido, pero no me interesa homogeneizarlos. Ni siquiera podría decirse que los textos académicos lleven nombre y los textos periodísticos o del blog lleven un número como referencia porque a veces, deliberadamente, he invertido ese sistema de titulación. Uno no escribe lo que quiere sino lo que puede.

La figura de lo queer es algo que te interesa mucho, en el libro, por ejemplo, dedicás un capítulo a leer lo queer en Lewis Carroll. Por un lado, ¿qué encierra tu interés por lo queer? Luego: ¿hay que entender a lo queer como una "sutura", o como un efecto/provocación de?

—Justamente, me parece que lo queer (por lo menos como yo lo entiendo) es la suspensión de las clases y las categorías, es decir, de los sistemas de nominación y de separación. Queer es lo innombrable, algo que existe sin que se sepa muy bien qué es, ya sea porque no importa o porque, políticamente, es mejor no saberlo, para no sostener el mismo gesto de los veredictos sociales. Todo veredicto es condenatorio, pero vivir no puede ser visto como una condena, sino como todo lo contrario. Yo diría que hay fuerzas o potencias que establecen entre ellas una mayor o menor simpatía. Y eso es todo. Es, una vez más, el asunto “del medio”. La suspensión de los veredictos es abrirse a ese espacio intersticial, vacío o mixto, tanto da, donde lo que importa no es tanto el ser de cada uno sino la corriente de simpatía, si se quiere el amor, que hay entre una forma de vida y otra. O sea: son el amor, la inclinación, el deseo, la simpatía los que suturan lo que la sociedad separa y jerarquiza. No puede haber comunidad sin eso, o sea: no puede haber comunidad sin herida suturada, sin tacto.

***

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