La verdad incompleta

Jueves 05 de noviembre de 2015
Elisa Bellmann habla del thriller psicológico Asfixia (Negro Absoluto): "Me interesan particularmente los crímenes íntimos, los que quedan en la esfera privada disfrazados de accidentes o justificados como errores", dice.
Por Esteban Feune de Colombi.
Elisa Bellman fue finalista del premio Clarín/Alfaguara con la novela Asfixia, que ahora publica Negro Absoluto.
Una mujer que regresa a la ciudad luego de treinta años de ausencia, comienza a hacer un tratamiento psiquiátrico. Dice ser la hermana de una víctima que guarda secretos de apropiación ilegal de menores. La relación entre paciente y terapeuta puede compararse con, usando una figura de Juan Sasturain, director de la colección, un racimo de uvas negras: Algunas son venenosas, pero no se sabe cuáles son.
En esta entrvista, Bellmann habla de Asfixia y de la relación "como una banda de Moebius" que se da entre la literatura y el psicoanálisis.
--¿Cuál fue el puntapié de Asfixia?
--Hace muchos años recibí a un muchacho en los consultorios externos de un hospital. Estábamos en la instancia de las entrevistas iniciales cuando me llegó una cédula de Tribunales solicitando mi presencia en el juzgado. El muchacho estaba detenido, autor confeso del crimen de su novia. Veinte años después, presenté el caso en unas Jornadas de Psicoanálisis y Ética. Para hacerlo sin revelar la identidad de las personas que intervinieron en la historia, fue imprescindible novelar ciertos aspectos sin traicionar las conclusiones clínicas y éticas que quería trasmitir al hacer pública esa experiencia. Aquel arduo trabajo de elaborar una ficción, sumado al recuerdo de la pregunta que obsesionaba al juez (“¿si no fue él, aunque él así lo crea?”), fueron el impulso para escribir lo que en principio empezó como un cuento.
--¿De qué manera te paraste frente a la “verdad” de aquellos acontecimientos?
--Un acontecimiento es la suma de sus versiones y la verdad de un suceso se construye siempre por partes y resulta incompleta; por eso mismo, la verdad que se establece por la intervención de la justicia suele no ser satisfactoria, suele no alcanzar. El protagonista no esperaba enterarse de la verdad de los hechos –en ese punto es un detective bastante particular– sino que Eduardo siga hablando “en torno” de lo sucedido. Nunca imaginó que eso llegaría de la mano de esa mujer, pero llegó.
--En ese punto, en el libro se habla de “pendientes”, de “expectativas”.
--Exacto. No de “la verdad” revelada sino del relato como un recorrido en el que se construye o reconstruye un pedazo de una trama que tenía un agujero, intenta suturar, no sé sabe si lo logra o si al lograrlo vuelve a producir un vacío que requerirá el inicio de un recorrido nuevo. La novela tiene un final, sobre todo, para el protagonista, el médico psiquiatra. Aun así, son más los interrogantes que plantea que los que responde.
--Después de estos aspectos más bien teóricos, por decirlo así, ¿cómo se armó la historia en el papel?
--Como una exploración…
--¿Hubo una sensación de asfixia en el proceso de escribirla?
--No. Fue arqueológico de una manera especial; lento, con cuidado, capa por capa, pero con la convicción de no llegar a ningún carozo oscuro, a ninguna profundidad, sino de haber vuelto a la superficie al final del recorrido. Por eso cobró ese formato circular: la novela termina por donde comienza. Se trató de un empecinamiento, en realidad. Un empecinamiento que deseaba que termine pronto, aunque surgieron en el camino tentaciones nuevas a desarrollar. Aun así, tardé mucho en terminarla. Si en el impulso que dio origen a esta ficción estuvo la pregunta “¿y si él no la mató a pesar de inculparse?”, la búsqueda de respuestas a ese interrogante abrió tantos otros –¡y tan inusitados!–, que en realidad diría que en el proceso de escribir fui de sorpresa en sorpresa.
--Si tuvieras que ponerle un subtítulo al libro, ¿cuál sería?
--Me tienta responder cualquiera de los títulos que había pensado mientras la fui escribiendo… algunos están al final y con ellos juega el doctor cuando empieza a escribir su experiencia del fin de semana. Sin embargo, me quedo con el que representa más fielmente el caballo sobre el que cabalga todo el argumento: “¿A qué vino esta mujer?”
--¿A qué subgénero creés que pertenece? La poeta rosarina Beatriz Vignoli se refirió a ella como un espécimen puro de novela negra…
--Para mí fue (y es) imposible calificarla hasta la misma mañana del día de su presentación en Rosario. En la crítica de mi novela que Vignoli publicó en Rosario12, ella trazaba un paralelismo con la La bolsa de huesos, de Holmberg, decía que el doctor era el detective ideal de un Chandler y que el tema de las gemelas retomaba la cuestión del doble que tan bien desplegó Poe en “William Wilson”. No supe que había escrito una novela que podía incluirse en ese género hasta que leí a Vignoli.
--¿Qué pensabas haber escrito?
--Suponía que había narrado dramas íntimos y superpuestos en un impresionante punto de encuentro que configura ese fin de semana largo, de un invierno otoñal y gris en una ciudad litoraleña. Y que trabajando en su escritura me había tentado con jugar con las piezas de un rompecabezas que tal vez produciría una buena imagen final. Se fueron atando solos los cabos sueltos y el suspenso generó un resultado que me sorprendió cuando decidí cerrarla. Aseguro que yo no sabía el final hasta que se presentó –y se escribió– solo. Hoy diría que es un thriller psicológico.
--¿Cómo surgió el título?
--La novela tuvo varios mientras la escribí y reescribí; es decir, durante cinco años. Asfixia surgió a último momento porque el que había elegido (“A puro y torpe corazón”, un verso de un poema de Mario Trejo que dice más o menos así: “la verdad es verdad sólo si es dicha a golpes, a puro y torpe corazón”) le pareció muy largo a la editorial que la publicó en Rosario. Me sugirieron que pensara otro, más breve, más elocuente. El libro ya estaba en imprenta. Tuve un sueño del que desperté con esa palabra en la punta de la lengua: “asfixia”. Cuando decidí pasárselos, confié que era exacto porque yo misma no había caído del todo en la cuenta de que ese era el clima tanto del relato como del modo de matar del asesino. Me gustó mucho que la palabra tenga la “x” entremedio porque tiene mi pregunta, mi propia incógnita incluida. El nombre del primer borrador fue “Versiones”: así la presenté al premio Clarín/Alfaguara en 2009.
--Me gustaría que hablaras de los tres acápites de la novela porque despejan dudas –¡o las siembran, quién sabe!–. Empecemos por el de Javier Marías.
--El de Marías está tomado del epílogo de la primera novela que leí de él (y la única que me gustó, y mucho): Mañana en la batalla piensa en mí. El epílogo se titula “Lo que no sucede y sucede”. Se trata de una expresión paradojal en términos de la lógica para referirse a la construcción de una historia, a su relato, a la tensión entre la versión de un acontecimiento y el acontecimiento mismo (si se sostiene la idea de que existe un “acontecimiento mismo” o “una” realidad). Como está escrita en presente da la sensación de que el pasado no pasa. No solo me encantó la novela sino que me dio el último empujón para escribir Asfixia. De tal forma, el acápite es casi un agradecimiento o un homenaje.
--¿Qué me decís del de Clarice Lispector?
--De alguna manera responde al de Marías: en el cuerpo del epílogo el novelista español habla de “el engaño y su descubrimiento”; si bien sostiene que no hay “la verdad” sino ficciones que son versiones siempre incompletas y corregibles, parecería que, en el fondo, cree en una verdad porque formula lo del “engaño y su encubrimiento”. Lispector, en cambio, como es de esperar baja el martillo y de un modo extraordinariamente sencillo dice lo que para mí representa mi propia posición: “la historia es verdadera aunque sea inventada”. La veracidad, si la hay, se liga a un reconocimiento que hace cada uno y en sí. Es categórico, ¿no? Me autorizo en la escritora brasileña para decir “porque esta historia es inventada, es verdadera”.
--Y por último, el de Marguerite Duras.
--Está tomado de la única novela policial que leí de ella y toca un tema que sistemáticamente activa mis relatos de ficción: cuán cerca estamos todos y cada uno de nosotros de cometer un crimen. Cuando releí La amante inglesa y me reencontré con esa frase, por supuesto subrayada por mí allá lejos y hace tiempo, también quise que encabezara esta novela porque le rinde tributo, a la vez, a Duras y a mi propia e inconsciente perseverancia en la búsqueda de respuestas a esa pregunta.
--¿Qué relaciones creés que existen entre psicoanálisis y literatura?
--¡Muchas! Se han escrito montones de ensayos y se han vertido miles de opiniones sobre el tema y lo han hecho personas muy autorizadas: escritores, psicoanalistas, críticos literarios… Ahora mismo estoy leyendo El buen relato, de Coetzee y Kurtz. Es un largo debate entre un escritor de semejante talla y una psicoanalista sobre esas relaciones. Personalmente, creo que se trata de una relación en Banda de Moebius: se empieza a andar por la superficie de una y, cuando te acordás y sin saberlo, sin trasponer fronteras, estás caminando sobre la superficie de la otra.
--¿Cómo te vinculás con esas disciplinas?
--Desde que aprendí a leer me recuerdo leyendo. Fue el primer modo de ficción que conocí, antes que el cine, la TV y las radionovelas. Con la literatura me vinculo como con la alimentación, a través de la necesidad. Eso quiere decir que no resulta fácil: se alternan períodos de excesos con otros de escasez y, respecto de la satisfacción que me causa, lo más común es que sea leve o normal y lo excepcional es que me sacuda y me produzca un goce inusitado. Por suerte, dada la cantidad de lo leído, puedo decir que muchas veces me he topado con lo excepcional. Conservo cerca esos libros, muy a mano, porque soy una gran relectora. Actualmente disfruto de releer aquellos textos que me han impactado mucho (de hecho, me cuesta incorporar lecturas nuevas). Paso períodos en que solo leo y releo poesía, otros que dedico a cuentos… Las novelas quedan para las vacaciones, cuando puedo dedicar días enteros solo a la lectura.
--Dedicarte al psicoanálisis, ¿te alejó de la literatura?
--Al contrario, me mantiene leyendo textos de estudio, que también son lecturas difíciles con las que me vinculo de manera tormentosa, diría. Leer psicoanálisis abre un vasto campo de textos que rozan con la ficción, como la filosofía o la antropología. Además, tanto Freud como Lacan constantemente hacen referencias a obras literarias y orientan hacia allí, desde las tragedias antiguas y la mitología, hasta los grandes clásicos. No tengo participación activa en la política institucional del psicoanálisis: me dedico a él de la misma manera que a la literatura, de modo íntimo o privado. Dialogo con los textos y sus autores y con poca gente sobre esos textos.
--¿Convivís con ambas disciplinas de manera armónica?
--No. Muchas veces siento que, cuando me dedico a una, le resto a la otra y así… Otras muchas veces me enojo con una y le digo: me consagraré exclusivamente a la otra, ¡ya vas a ver! Y viceversa. Si intensificara mi trabajo sobre el psicoanálisis, me sentiría carente de literatura y trabajando mal sin lo que le aporta la lectura y la escritura a mi tarea como analista. En épocas en que sucede así, me siento en crisis de abstinencia. Por otro lado, si dejara el psicoanálisis y sólo me enfocara en la literatura –ése es el sueño de la felicidad–, rápidamente me sentiría sola y aislada. Espero desesperada las vacaciones de mi trabajo clínico para dedicarme a leer o escribir. En los últimos años me he procurado en mi trabajo largas interrupciones de hasta dos meses en lugares solitarios y he leído y escrito mucho; entonces, me olvido del psicoanálisis, pensando el olvido como el mejor estado de la memoria, en reserva…
--Asfixia propone y entrelaza varios niveles de lectura: el del crimen, el del psicoanálisis, el de la memoria, el del (des)amor, el del pasado… Volviendo a algo que decías antes, ¿cuán cerca estamos todos de cometer un crimen?
--Agregaría otros niveles a los que nombrás: la verdad, lo privado y lo público, la justicia y la venganza, el odio, la cobardía, el azar… Creo que estamos mucho más cerca de cometer un crimen de lo que creemos, aunque eso no significa que está a la mano. “No matarás” es uno de los diez mandamientos y es tan frecuentemente transgredido como “no desearás la mujer de tu prójimo” o “no pronunciarás el nombre de Dios en vano”. Por eso me interesan particularmente los crímenes íntimos, los que quedan en la esfera privada disfrazados de accidentes o justificados como errores. Los que permanecen impunes y bajo la forma del secreto, conservando su vigencia y produciendo consecuencias permanentes a través de generaciones.
--¿Qué fascinación tenés –suponiendo que tengas una– con los gemelos?
--Me generan mucha curiosidad, aunque nunca estudié el tema científicamente porque no me interesó. No sé si alcanza para llamarle fascinación. Me resulta un misterio extraordinario la constitución de una identidad contando tan próximamente con un ser que porta la misma imagen, que va en el exacto paralelo, que es el reflejo constante (o la sombra).
--¿En qué se basa esa curiosidad?
--Bueno, mi padre tuvo hermanos gemelos. Uno falleció al poco tiempo de nacer y el que quedó fue mi padrino. Se llamaban Carlos Elías Gabriel y Gabriel Elías Carlos. También tuve vecinos gemelos en mi infancia. Si bien mi primer novio fue uno de ellos, nunca supe bien cuál de los dos fue. Tendría 7 u 8 años y uno me pidió que fuera su novia en un mensaje escrito en el borde de una revista de historietas. Eran tan idénticos y se esmeraban tanto en no diferenciarse, que jamás supe quién era quién ni cual era mi novio. Se llamaban Horacio Alberto y Albero Horacio. Por último, hace apenas un año mi sobrina mayor tuvo dos hijitos gemelos, pero por suerte suerte recibieron nombres distintos.
--Al terminar la novela, los lectores seguimos sin saber adónde va a parar la mujer. ¿Qué harás con ese final abierto?
--Es cierto: se sabe a qué vino, pero no desde dónde vino ni hacia dónde va. El final quedó abierto respecto a ella. A veces me dan ganas de seguirla, de ponerme a escribir para enterarme al destino que siguió después de abandonar el consultorio del doctor. Puede que algún día lo haga.