La mejor flor de la planta más dulce

Jueves 12 de marzo de 2015
La editorial Libretto lleva dos años publicando textos teatrales. Uno de ellos es la obra Los cosos, de Paula Baró, que, dirigida por Nicolás Lodigiani, se presenta los jueves en el Centro Cultural Matienzo.
Por Patricio Zunini.
La editorial Libretto nació hace 2 años con la idea de relacionarse con el mundo del teatro desde la literatura contemporánea. El teatro está en el centro de sus objetivos y a la vez lo utiliza como plataforma para alcanzar a otras disciplinas. A comienzos de 2013 salieron con Hijas, de Bárbara Molinari. Desde entonces, Marcos Perearnau y Matías Luque, quienes llevan adelante el proyecto, han publicado 14 títulos y ya tienen pactados tres más para la primera parte de 2015.
Han publicado obras como Estomba, de Mario Ortiz, y La editorial, de Ricardo Strafacce —que aún no han sido llevadas a escena—, pero también Todos mis miedos, de Esteban Bieda y Nahuel Cano, Los cosos, de Paula Baró en edición bilingüe español-portugués, también una entrevista performática a Mariana Obersztern —que tuvo una única puesta dentro de un ciclo de conferencias de la Facultad de Filosofía orientado a la pregunta acerca de la creación—, y Las armas, una ambiciosa antología compuesta de monólogos escritos por los presos de la unidad 48 de José León Suárez junto a los policías de San Martín, que este año tendrá un segundo volumen.
En una entrevista en Indie Hoy, Perearnau explicaba que, para ellos, ningún texto teatral abandona su condición de libreto: “Aun cuando sea publicado en la forma libro, nunca llega a ser un libro. Esos textos tienen una potencia increíble porque en su carácter provisorio y su señalamiento constante hacia algo que está afuera del texto, destituyen la idea de libro”. En esta ambivalencia se mueve la editorial.
Tu jardín primitivo
Por estos días se está presentando en el Centro Cultural Matienzo Los cosos de Paula Baró, que ya va por la segunda edición en Libretto (cada tirada es de 200 ejemplares). Se da los jueves a las 20.30. Escrita por Baró, la dirige Nicolás Lodigiani y está protagonizada por Giselle Mota junto con Luciano Ledesma y Ernesto Donegana, que en realidad sólo presta la voz.
En una terraza de un edificio real Sofía y Roberto viven el atardecer. Es verano, el sol está suave y el viento caliente. Sofía se muerde un poco las uñas, escucha un ruido de sirena o bocina o ladrido, dirige su mirada hacia el sonido, se detiene allí. Al momento sigue con la vista el vuelo de un pájaro que pasa. Busca otro. Se muerde las uñas de nuevo. Ahora prende la cámara de su teléfono celular y apunta a Roberto.
Sofía y Roberto hablan. Ella lo graba, él dice quién es. Ella le inventa una historia, Roberto le pide que le cuente qué en las ventanas de los vecinos. Sofía debe tener unos 20 años, está en la universidad o por ahí; él es más chico. Están viviendo momentos de cambio, están definiendo su identidad. Están enamorados, podrían ser los únicos habitantes del mundo. Es una tarde que de a poco se va a revelar como la última tarde. Flota un aire casi surreal que, incluso cuando ella sale a abrirle a Juan —el tercero en discordia—, Roberto lo acentúa tarareando la “Cantata de puentes amarillos” de Spinetta. Es que Roberto es un helecho.
El amor entre una chica y su planta habla del optimismo del sentimiento —el amor es algo posible; incluso uno siente el pudor de entrar en la intimidad de los otros—, pero también recuerda a las ensoñaciones que una chica puede tener con sus muñecos. La llegada de Juan, un hombre de verdad, termina con las fantasías de la adolescencia. En todo pasaje hay una mezcla de sensaciones: aventura, incertidumbre, también melancolía. Aquí confluyen en el amor entre Sofía y Roberto. Él es tan feliz que quiere morir: tiene miedo que esa felicidad se acabe. Sofía no quiere matarlo, pero sabe que tiene que hacerlo: «Si no te mato me voy a quedar sola». En el prólogo, Nurit Kasztelan cita a Diana Bellessi: «Cada jardín exige, a su jardinera, verlo morir».