La divinidad gusta de ocultarse

Viernes 12 de junio de 2015
Quién es Juan Rodolfo Wilcock. Luis Chitarroni y Ernesto Montequin mantuvieron un diálogo en el Malba sobre el autor de El caos.
Por Patricio Zunini.
El caos, de Juan Rodolfo Wilcock, se publicó por primera vez en 1960. Salió en italiano: la tapa de la editorial Bompiani decía «Un’immaginazione maligna che supera l’orrore a forza di poesia, di felicità verbale, di umorismo». El libro apareció en la Argentina recién en 1974; salió por Sudamericana, que volvió a publicarlo en el 2000. Tras quince años de ausencia, El caos acaba de ser reeditado por La Bestia Equilátera. El sello del hombre del bombín, elegante y clásico, parece el mejor lugar para aquel que, en palabras del escritor italiano Ruggero Guarini, era un “dandy al cuadrado”.
El miércoles pasado, Luis Chitarroni, director editorial de La Bestia Equilátera, y Ernesto Montequin, que tuvo al cuidado la nueva edición de El caos, participaron en un encuentro en el Malba.
—Exige una gran presencia de ánimo estar aquí, en este auditorio, ante una ausencia tan voluminosa como la de Juan Rodolfo Wilcock —comenzó Chitarroni.
Y es que era muy difícil acceder a Wilcock. Hizo de la evanescencia un culto, ya desde su primera intervención en la literatura. En 1939, con 20 años, se enteró del Concurso de Poesía “Martín Fierro” y, estando al tanto de la calidad de los poemas que se publicaban en los diarios, consideró que no necesitaba hacer mucho esfuerzo para escribir mejores. El mito dice que se dedicó durante un mes con la constancia de ingeniero —siguiendo los pasos del padre, cursaba cuarto año. El jurado compuesto por Jorge Luis Borges, Eduardo González Lanusa y Luis Emilio Soto, le dio el primer premio al Libro de poemas y canciones, que se publicó al año siguiente. Fueron a buscarlo del diario “Crítica”, pero como no lo encontraron, terminaron entrevistando a la abuela.
—Wilcock desaparecía en las reuniones y volvía sin dar explicaciones —contó Montequin.— A veces lo encontraban subido a un árbol: “Quería ver cómo se veía desde acá”, decía.
La ausencia no era sólo producto de la excentricidad. El exilio, por ejemplo, aparece en su poesía mucho antes que en su experiencia. En “El exiliado”, incluido en Persecución de las musas menores, habla del destierro de Ovidio al mar negro: «Así también, flotando en el paisaje / silencioso y extático, imagino / bajo un cielo muy blanco mi destino / indefinido y lento como un viaje». La poesía de Wilcock era una reivindicación de la lírica con un virtuosismo muy difícil de apreciar porque era un anacronismo. Recién en Sexto (1953) comenzó a tomar una cierta distancia paródica de sus propios métodos.
—Su único equivalente en Argentina —dijo Chitarroni— tal vez haya sido Silvina Ocampo.
Sur
Justamente la amistad con la menor de las Ocampo fue lo que llevó a Wilcock a formar parte del Grupo Sur. Ernesto Montequin, que, además de curador de la obra de Silvina Ocampo, hace años trabaja en una biografía de Wilcock (alrededor de 20 años: lo dice por primera vez en una nota de La Nación ¡de 1998!), contó que se conocieron luego de que ella publicara Enumeración de la patria.
—Al principio —dijo— Adolfo Bioy Casares no lo toleraba. Le parecía antipático y caprichoso. Pero descubrió su inteligencia cuando lo vio ironizar con los invitados de Victoria Ocampo.
“Con una vocecita toda así, como de gato mimoso, solía decirle las cosas más terribles a la gente que se reunía por la revista Sur en Villa Victoria”, dijo Bioy en una entrevista. Incluso tomó rasgos de Wilcock para construir al personaje de Oribe en la nouvelle El perjurio de la nieve.
Wilcock participó en la Antología fantástica de Borges, Bioy y Silvina Ocampo con el cuento “Los donguis”. Lo curioso, como destacó Chitarroni, es que la versión de la Antología es muy diferente de la que incluida en El caos, que es más barroca.
Así comienza la versión de la Antología:
Suspendida verticalmente del gris como esas cortinas de cadenitas que impiden la entrada de las moscas en las lecherías sin cerrar el paso al aire que las sustenta ni a las personas, la lluvia se elevaba entre la Cordillera y yo cuando llegué a Mendoza, impidiéndome ver la montaña aunque presentía su presencia en las acequias que parecían bajar todas de la misma pirámide.
Y así la de El Caos:
Suspendida verticalmente del espacio gris como esas cortinas de cadenitas que impiden la entrada de las moscas en las lecherías sin cerrar el paso al aire que las sustenta ni a las personas, la lluvia se interponía entre la Cordillera y yo cuando llegué a Mendoza, impidiéndome ver las montañas, aunque presentía su presencia en el rumor de las acequias que parecían bajar todas de algún lejano inmenso túmulo mortuorio oscuro acumulado con los despojos finales de varias generaciones de gigantes que al morir se hubieran convertido en roca.
Wilcock vivió entre lenguas. Fue el traductor de La bestia debe morir, de Nicholas Blake, la novela con la que Borges y Bioy inauguraron la colección de policiales “El séptimo círculo”. También tradujo a Kerouac —Los subterráneos, a la que le puso El ángel subterráneo—, a Greene —El revés de la trama, El americano impasible— y El paso a la India, de E. M. Forster. Incluso tradujo los Diarios de Kafka (nota: salen en agosto por Eterna Cadencia Editora).
Tradujo unos 40 títulos al español y cuando se fue a vivir a Italia siguió con esa tarea: allí le pidieron hacer una traducción del Finnegans Wake, de Joyce, que rechazó por considerar intraducible, pero igual esbozó algunas páginas (que fueron incluidas en estudios joyceanos). Y a pedido de Vittorio Gassman hizo una traducción de Ricardo III.
El exilio voluntario
Como todos en el Grupo Sur, Wilcock sentía rechazo por el peronismo. En El caos hay un cuento dedicado a Evita que se llama “Casandra”: «Casandra sería capaz de cualquier extravagancia con tal de llamar la atención (…) Casandra, desde las tinieblas de su demencia, conforma a todos desconcertando a todos». En 1953 se fue a vivir a Londres, donde trabajó para la BBC como comentarista y traductor de la Central Office of Information. Regresó tras la caída del gobierno de Perón, pero rápidamente se fue a trabajar a Mendoza. En 1957 decidió viajar a Italia donde se quedó definitivamente.
—Cuando Wilcock se fue de la Argentina —dijo Chitarroni— no mucha gente se dio por aludida, a pesar de que había logrado ocupar un lugar sólido —y nunca cómodo por su malevolencia e ironía.
Aunque nunca dejó de ser un misántropo extremo, en Italia, Wilcock se relacionó los intelectuales del momento: Alberto Moravia, Elsa Morante, Ennio Flaiano, Italo Calvino. Allí consiguió un reconocimiento más visible que en la Argentina. Montequin recordó el enojo de Wilcock: “La literatura argentina no existe, es como preguntarle a un perro callejero de qué raza es”. Es posible que recién después de haber participado como Caifás en la película “El Evangelio según san Mateo” de Pasolini, algunos se hayan decidido a prestarle atención.
Wilcock no perdió en Italia el sentido de la ironía. Un día Italo Calvino le preguntó si tenía algo para llevar a Einaudi, pero con la prevención de que Einaudi era una editorial muy importante y no publicaba obras menores. Wilcock respondió: “¡Pero yo escribo solamente obras menores!”
—Las refutaciones públicas más grandes que le hicieron —dijo Montequin— eran las que se hacía a sí mismo. Wilcock escribía dos columnas en “Il mondo”, una con su nombre y otra con el seudónimo Mario Campanari. Polemizaban entre ellos con una furia absoluta, durante varios números. Las cosas más sardónicas sobre Wilcock siempre las dijo él mismo.
Montequin también contó que Wilcock se enorgullecía de haber hecho lo posible “por defender a los mayores genios del siglo XX, que son Jorge Luis Borges y Wittgenstein”. Dirigió una revista literaria que duró dos números, pero en cada uno incluyó a Borges. Incluso creía que Borges había recibido el Premio Formentor gracias a él. Alberto Moravia quería aprender español y Wilcock le recomendó tomar clases con un amigo que le hacía leer los cuentos de Borges en voz alta. Cuando Moravia participó como jurado del premio propuso el nombre de Borges para, en opinión de Wilcock, demostrarles a los españoles que había buena literatura en América latina y a los ingleses que eran unos brutos que no leían traducciones.
¿Borges fue la causa de que Wilcock dejara de escribir en español? Chitarroni cree que la devoción de Wilcock no era correspondida y que por eso necesitó escribir en italiano, un idioma donde Borges no tuviera tanta gravitación. O tal vez porque la divinidad gusta de ocultarse.
La restitución del caos
La mayoría de los cuentos de El caos habían sido publicados en español en diarios y revistas entre 1948 y 1960. La edición de Bompiani fue el primer libro de Wilcock publicado en Italia, al que le siguieron Fattti Inquietanti y Teatro in prosa e versi. Sin embargo, Wilcock no estaba conforme con la edición italiana de El caos porque había sido alterado “por voluntades ajenas”. En abril de 1974 la editorial Adelphi publicó las versiones restituidas con el título Parsifal. I racconti del Caos. Ese mismo año, gracias a que Silvina Ocampo le acercó los textos originales a Enrique Pezzoni, la editorial Sudamericana publicó El caos en español.
Juan Rodolfo Wilcock murió cuatro años después: sufrió un infarto mientras leía, recostado en un sillón, L’infarto cardiaco, de Alberto Saponaro.
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Notas relacionadas
- La Roma de Wilcock: El epílogo de las Italienisches Liederbuch, de J. R. Wilcock (edición bilingüe de Huesos de Jibia) es una autoentrevista de su traductor, Guillermo Piro. “Son 34 poesías producto de un amor loco”.
- El examen: incluido como bonus track en El caos, “El examen” encuentra el rumbo para, partiendo desde el costumbrismo, llegar hacia un fantástico pícaro.
- Escritores argentinos en el exterior: “La lengua anfibia constituye en sí misma un fenómeno literario”, dice Andrés Neuman, radicado en España. Las experiencias de Sergio Chejfec, Ariana Harwicz, Patricio Pron, Ezequiel Zaidenwerg, Samanta Schweblin y Sylvia Molloy. Por Valeria Tentoni.