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El hombre que saltó el muro

El escritor chileno Roberto Ampuero habla de su novela Detrás del muro (Sudamericana): “Culpar a Estados Unidos del golpe a Allende ayuda a eludir nuestra responsabilidad.”, dice.

Por Patricio Zunini. Foto: cortesía Penguin Random House.

roberto ampuero

El arco político de Roberto Ampuero queda determinado en su obra, pero especialmente en dos novelas autobiográficas: Nuestros años verde olivo (Planeta, 1999) en la que cuenta sus años en Cuba, donde se casó con Margarita Flores Ibarra, hija del fiscal del Revolución; y en la reciente Detrás del muro (Sudamericana), que abarca un período que engloba a la anterior y aborda su vida en el exilio, desde su llegada a Alemania Oriental tras el golpe de Pinochet hasta el regreso al mismo país, luego de la experiencia cubana, ya completamente desencantado con el comunismo. Con esta novela incómoda, por momentos hasta antipática, Ampuero trata de entenderse, pero sobre todo de explicarse a sí mismo.

 

¿Por qué plantea Detrás del muro como una novela cuando en realidad es un libro de memorias?

—Este libro es una continuación de Nuestros años verde olivo y, como pasaron tantos años, al comenzar a escribirlo notaba cómo la memoria iba diluyéndose. Pero ahí mismo descubrí que el detalle no era lo importante, si no la atmósfera, los tiempos, los dramas. Me di cuenta que la “memoria imprecisa” tiene autoridad y legitimidad. El libro tiene que ver con la experiencia de un latinoamericano —más allá de hasta dónde el protagonista sea yo o no— en la Guerra Fría. Generalmente pensamos en europeos o en norteamericanos, pero hubo muchos latinoamericanos que deambularon por allí, pero, curiosamente, pocos dejaron huellas en novelas y memorias.

Tengo que decirle que varias veces me sentí incómodo con la novela. Por ejemplo, usted afirma que el gobierno de Allende no cae por los Estados Unidos sino por el propio cisma interno que hubo en su gobierno.

—En la medida en que nos vamos alejando del momento histórico preciso va a ser posible ver con más certeza lo que pasó. Obviamente incidió Estados Unidos. Nixon y Kissinger tuvieron una política estratégica sobre Chile. Pero lo decisivo fue la división de la Unión Popular y el fracaso de su política hacia las clases medias que aísla al gobierno de Allende. En la medida en que seguimos culpando a Estados Unidos, ayuda a eludir nuestra responsabilidad. Allende muere solo. Utilizar a la Guerra Fría como la causa decisiva para explicar la caída de Allende sirve para que muchos se laven las manos.

Tomando esa idea de la responsabilidad, hay un pasaje en que su hija le dice que, de haber nacido 50 años antes, en lugar participar en el comunismo, posiblemente usted se habría enrolado en el nazismo. Pero son dos concepciones ideológicas muy distintas, no se pueden comparar.

—Desde el punto de vista personal da lo mismo si te torturaba por traidor un esbirro del estalinismo o uno del nazismo. En ese sentido siento el horror del totalitarismo; no hay diferencias sustantivas para la víctima. Tengo clarísimo que el discurso y los objetivos son distintos, pero son dos construcciones ideológicas que sirven para reprimir. En ese sentido no veo diferencias.

¿Sintió culpa cuando abandonó el comunismo?

—Claro que sientes culpas, porque estás educado en un dogma. Tenías el privilegio y el honor de formar parte de una vanguardia política que impulsa y te dirige hacia la etapa superior de la humanidad, donde todos los problemas van a estar resueltos. Yo iba con la historia, no hay nada más bello para un joven. Creí en eso y pensé que era posible que muriera por ello. Pero cuando empiezas a dudar de ello, no por un análisis político sino por la vida que ves en esos países, y te bajas, sientes que caes en una soledad, en una orfandad. Caes en el fluir de la historia. Es un momento duro. ¿Cuándo vuelves a sentirte arropado por un concepto?: nunca más. Yo terminé convertido en un liberal. No hay utopías. El liberalismo no tiene utopía porque es un hacer a base de libertades, la historia no está escrita.

Le quiero preguntar por algunos escritores. Primero: Bolaño, consagrado como el gran escritor chileno, que viajó durante el golpe y luego se mantuvo siempre en contra Pinochet. ¿Cómo ve a Bolaño frente a la política chilena?

—Es una buena pregunta. Creo que Bolaño va a Chile con la sensación del explorador, a ver qué ocurre. No tuvo una participación política. Es interesante porque tiene una vena chilena pero también una mexicana muy fuerte. En el caso de Chile, él es muy claro en su denuncia; lo hace en ese libro [Estrella distante], que por cierto está muy vinculado a la realidad. Bolaño es un extraordinario escritor, fundamentalmente en sus cuentos, pero expresa, desde afuera, su crítica a partir de una visión plástica no política de la realidad.

Sigamos: Mario Vargas Llosa.

—Tengo una gran admiración por Vargas Llosa. En América latina hemos tenido grandes escritores —por ejemplo: García Márquez— pero que no alcanzaron un desarrollo ensayista como analistas políticos de peso. Vargas Llosa lo ha logrado muy bien. Tiene su maciza obra literaria, su valentía para entrar en la política y también su capacidad ensayística y su conocimiento político. Cada uno de nosotros está marcado por la experiencia: la izquierda que él conoció estaba entregada a una causa con mucha ingenuidad. Era una izquierda encerrada en su propia fe que ni siquiera podía concebir que la historia pudiera salirse del derrotero indicado. Hoy la izquierda es mucho más pragmática, más realista y, en algunos casos, más oportunista. El acercamiento de Cuba a Estados Unidos, la experiencia china, Vietnam: todas estas cosas te hacen mirar diferente.

Una más: Leonardo Padura, que además eligió seguir viviendo en Cuba.

—Gran escritor. Yo considero que las opciones que hacen las personas en términos políticos para vivir dentro de gobiernos de ese tipo son todas absolutamente respetables. No puedo exigirle nada de Padura salvo que siga escribiendo su gran obra. Muchas veces los escritores están determinados en gran medida por la experiencia histórica que le toca vivir, que los marca y exige de ellos respuesta. El hecho de estar viviendo en La Habana el momento histórico de algo que se acaba, lo deja a Padura en la posición de un observador privilegiado. Me parece envidiable.

¿Por qué cuando eligió volver a participar en política lo hizo con el gobierno de Piñera?

—Así como pensaba si era un traidor o no, me quedé con la sensación que si elegía una opción y luego rompía con ella, eso me invalidaba por mucho tiempo para volver a la política. Me pesaba. Además estaba muy orgulloso de la transición de Chile, me pareció que la Concertación lo estaba haciendo bien.

Sin embargo Pinochet se quedó con una banca en el Senado.

—La política es el arte de lo posible, no el arte de lo deseado. De eso quedé vacunado. Era lo posible: Pinochet no cayó como otros dictadores de América latina, él entrega el poder amarrado. La Concertación fue una gran etapa, duró 20 años en Chile y logró mucho en lo económico, en lo político y en lo social. Pero yo tomaba distancia por el vínculo que mantenían con la izquierda y el socialismo. Y lo que finalmente me decepciona de la Concertación es la corrupción. Algo que hoy en Chile quedó de manifiesto con mayor fuerza. Eso me hizo buscar a gente que estuviera en el mundo liberal, que fuera de centro derecha pero de centro, que haya estado en contra de Pinochet, que pensara una alternativa para Chile diferente a la izquierda que llevaba 20 años en el poder. Sobre esa base yo establezco una relación con Sebastián Piñera. Empezamos a hablar sobre qué pensábamos que había que hacer en cuestión de política cultural desde una perspectiva no de izquierda, que fundamentalmente es Estado, Estado, más Estado. Por ahí se fue dando la conversación. Y cuando lo represento como embajador y luego como ministro lo hago siempre con mi mensaje de condena a la dictadura de Pinochet y a las dictaduras de izquierda. Sobre eso monto mi autoridad política dentro de este conglomerado. Y trabajo con muchos jóvenes que son de centro, que son liberales, pero que no tienen nada que ver con la dictadura y que se niegan a ser reducidos a gente que estuvo en el área.

Llama la atención que hable “jóvenes de centro”: ¿la derecha es mala palabra?

—El mayor partido que está hoy en el parlamento es de derecha. Todavía está bajo la inspiración del pinochetismo. Yo no tengo coincidencias con ese partido.

Piñera claramente fue un presidente de derecha.

—En Chile tenemos una izquierda, una centro izquierda, una centro derecha y una derecha. Si aceptamos esas divisiones, que son históricas, Piñera es el primer presidente en democracia que se atreve a quitarles los privilegios a los presos condenados por la violación de derechos humanos en Chile. La Concertación no lo hizo porque era un tema muy delicado, que tocaba pasiones tremendas. Piñera da ese paso, lo que le ha costado y le sigue costando una crítica feroz. En términos de medidas sociales es difícil concebirlo como un presidente de derecha. No es de izquierda, pero tampoco es de derecha. En el mensaje por los 40 años del golpe, él dijo que todavía había gente que durante todo ese tiempo se negaba a hablar de dictadura. Este mensaje liberal me permite acercarme a él.

 

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