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El ego científico

La danesa Sissel-Jo Gazan habla de su novela Las alas del dinosaurio (Alfaguara): “Uno piensa que el científico es alguien frío y racional, que nunca pierde la calma, pero el año que escribí la tesis me la pasé escuchando gritos y peleas”, dice.

Por Patricio Zunini. Foto: Rodrigo Ruiz Ciancia.

Los grandes epistemólogos como Popper, Kuhn, Bachelard nos han enseñado la manera en que avanza la ciencia, pero ¿qué pasa en la comunidad científica, qué pasa con las personas que han dedicado el trabajo de su vida a una hipótesis que cae en desuso? ¿Cuánta sangre corre durante una revolución científica?

La escritora danesa Sissel-Jo Gazan es autora de Las alas del dinosaurio, un policial negro donde la muerte aparece en un espacio académico, en medio de una disputa entre posiciones antagónicas que intentan determinar si las aves son o no dinosaurios. Gazan, que además es doctora en Biología, se inscribe en este subgénero de policiales universitarios, que en Argentina tiene en Guillermo Martínez y Los crímenes de Oxford como el ejemplo más reconocido.

 

—Es un retrato del mundo científico que conocí dramáticamente haciendo mi tesis de maestría—dice Gazan—. Uno piensa que el científico es alguien frío y racional, que nunca pierde la calma, pero el año que escribí la tesis me la pasé escuchando gritos y peleas. Se decían: “Mi dinero paga el microscopio de electrones, no podés usarlo los miércoles”, cosas por el estilo.

¿Luchas de egos, de renombre, de dinero?

—Todo eso. Todo tiene que ver con sostener una postura personal. Se pierde tanto tiempo y energía en llegar a una posición, que es muy difícil de abandonar, incluso cuando los argumentos ya no sean válidos. La controversia sobre si las aves son o no dinosaurios está zanjada hace años; ya nadie cree que lo sean. Pero hay personas que basaron su carrera académica en la posición contraria y preferiría morir antes que reconocer la nueva evidencia y cambiar de opinión. Incluso siendo esa la mejor manera de comportarse, siendo la manera en que la ciencia avanza, no sucede nada de eso.

Hace unas semanas estrenaron en Netflix el documental “El hijo de internet”, sobre la vida de Aaron Swartz. Swartz robó papers académicos del MIT para hacerlos accesibles a quien los quisiera. Mientras él decía que los resultados son un bien para la humanidad, el MIT hablaba de violación del copyright. ¿Cuál es tu opinión sobre la producción de conocimiento?

—Por supuesto, hay una diferencia entre filtrar documentos antes de que los estudios estén concluidos, pero una vez que se publicaron deberían pertenecernos a todos. El conocimiento, incluso el conocimiento científico, nunca es una verdad al 100%. El problema del conocimiento es algo curioso porque no sólo es la información sino también la interpretación de esa información.

El director de la protagonista no la ayuda ni la acopaña en su investigación. ¿Es algo frecuente?

—No sé si es común; me basé en mi propio director. Nunca sentí que fuera amigable conmigo hasta que llegué al final de mi trabajo. Supongo que nunca creyó que terminaría. No hizo que floreciera mi pensamiento académico, que, de alguna manera, es lo que debería desear un director. Para él, la dirección de tesis tenía que ver con una obligación de su trabajo. Y por supuesto, el que yo convirtiera mi tesis en una novela y lo mate en la página 70 fue algo que amó.

¿Por qué hay un boom de novelas policiales en Escandinavia?

—Siempre me río de la cantidad de asesinos seriales que hay en la ficción de Escandinavia. Todos deberíamos estar muertos ya. Hay una predisposición especial para las novelas negras porque el clima es tenebroso, hay poca luz, la gente es melancólica y triste. Al mismo tiempo siempre figuramos en los primeros puestos de los rankings de felicidad del mundo, pero creo que es porque somos buenos mentirosos.

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