Diarios y ficción, parte de lo mismo

Jueves 07 de agosto de 2014
Compartimos el registro de la mesa sobre Diarios de escritores en la que participaron las escritoras Virginia Cosin y Valeria Meiller.
Por Nacho Damiano.
Debo confesar que me atraen de sobremanera los diarios de escritores. Y no sólo los diarios, también los epistolarios, los cuadernos de notas, las autobiografías, hasta los papeles de la lavandería de los que habla Foucault. Pero, ¿por qué me pasa esto? ¿Qué busco en esos textos? Al margen de lo que busque, ¿qué encuentro? Hace muy poco se editaron los diarios de Abelardo Castillo, lo que de algún modo es una anomalía, ya que la mayoría de este tipo de escritos suele ver la luz una vez que su autor ha muerto. Ese hecho renovó mi curiosidad y me sorprendí —para bien— al saber que no soy el único que consume de forma voraz todo diario que ande dando vueltas. Así que convoqué a dos especialistas en el tema y armamos esta mesa, a ver si podían responderme las preguntas que escribí más arriba. No sé si pudieron despejarme esa duda, pero disfruté muchísimo del encuentro. Ojalá les pase lo mismo.
Nacho Damiano: Ante todo buenas noches y gracias por venir, tanto a los integrantes de la mesa como a los oyentes. Quisiera arrancar con una cita del diario de Kafka, en la que él mismo reflexiona acerca de qué es un diario de escritor: “Cuando uno se siente dominado por un libro de cartas o de memorias, independientemente de quién sea el autor, no se lo incorporara con sus propias fuerzas, porque para ello ya se necesita arte, y éste es feliz consigo mismo, sino que se entrega —así le ocurre muy pronto a quien no pone resistencia— dejándose arrastrar por la totalidad del otro y se deja convertir en un ser afín al otro; entonces no tiene nada de extraño que, al cerrar el libro, uno sea devuelto a sí mismo, vuelva a sentirse cómodo, tras esa excursión y ese desahogo, en su personalidad propia nuevamente reconocida, removida de nuevo, contemplada por unos momentos a distancia, y quede con la cabeza más despejada. Sólo posteriormente puede sorprendernos que aquella peripecia vital de un extraño, a pesar de su viveza, esté descrita de un modo inalterable en un libro, aunque creemos saber por experiencia propia que nada en el mundo dista tanto de una experiencia —por ejemplo el dolor por la muerte de un amigo— como la descripción de esta experiencia”. A modo de primer disparador de la mesa: ¿por qué nos gustan tanto los diarios de escritores? ¿Qué pretendemos encontrar en ellos?
Valeria Meiller: Voy a empezar con una anécdota que es el rito de iniciación por el que pasa toda persona que estudia la carrera de Letras: cuando llegás a tu primera materia (que es Teoría y análisis literario) te dicen “el autor y la voz son dos cosas diferentes, de ahora en más se van a olvidar del autor y de leer a la luz personal para empezar a leer el texto como una función donde la voz es un procedimiento”. Uno después tiene toda su carrera para des-aprender eso, y para entender que en realidad detrás de la voz y de ese aparato que se arma, siempre hay una figura de autor que es misteriosa pero que al mismo tiempo es seductora, y que completa el programa, el sistema de escritura. Los diarios particularmente son espacios donde uno, como lector, siente que está escuchando no ya la voz o la función autoral, sino a la persona. Como que se genera cierta presencia del autor, que arma una escena por fuera del diario mismo que es la escena de la escritura, mucho más clara que cuando uno lee un texto de ficción. ¿Por qué me parece que pasa esto? Porque la idea del diario siempre trae acompañada la idea de lo íntimo, entonces si el diario es el espacio íntimo, lo no publicable, donde uno escribe para sí mismo (en unos segundos voy a desdecir esto) ese es el lugar en el que uno asiste a la intimidad de ese autor que le fascina. Ahí empieza a jugar la figura del voyeur, el lector como espía, la idea de poder entrometerse en el espacio privado del otro, pensando que la literatura es el espacio público, no sólo desde el momento en que es un texto publicado sino desde que fue preparado y pensado para la publicación.
ND: ¿Vos creés que los diarios por definición están escritos para no ser publicados?
VM: A eso quería llegar: me parece que hay un contrato muy romántico entre el diario, la figura del autor y el lector. Porque no creo que ningún escritor que además esté produciendo una obra de ficción escriba en su diario sin la perspectiva de pensar que eso en un momento se va a volver un texto público. Hay una idea muy linda en relación a esto que Alan Pauls expone en un compilado de fragmentos de diarios de escritores que armó, donde escribe un prólogo muy interesante que dice “la distancia que separa al diario de su publicación es una distancia mortuoria, porque exige que ese autor haya desaparecido para que ese texto vea la luz”. Hay ciertos ejemplos de la literatura que desmienten eso, como el caso de Gombrowicz, que es un polaco exiliado en la Argentina, con una historia loquísima, que de repente se baja de un barco, se entera de que hay guerra y se queda acá. Él escribe un diario que va siendo publicado metódicamente y de manera cotidiana en el diario de la resistencia polaca en París, que se llama Cultura. Entonces, este diario entra en crisis con la idea de lo íntimo y la instancia mortuoria, porque se acerca más a lo éximo, que es un diario que está preparado para que el otro lo mire.
ND: Pasa lo mismo con el de Abelardo Castillo, que se publicó hace poco. No esa idea de “crónica” o “aguafuerte” de Gombrowicz, pero sí en prescindir de la muerte para la publicación.
VM: Sí, es verdad, por eso, no siempre es así. Pero además, en el caso de Gombrowicz me parece que de alguna manera evidencia una situación que es que no hay ninguna inocencia en la escritura de un diario íntimo. Cualquier autor que está generando un diario paralelamente a la escritura de una obra que piensa para ser publicada durante su vida, está pensando en la idea de que sus documentos privados van a tener la importancia necesaria como para volverse públicos. Hay cierta sensación de grandeza en eso.
Participante: Ribeyro publicó sus diarios cuando estaba vivo y en un momento dijo que tuvo miedo de que sobrepasen sus relatos, de que se lo termine conociendo más por sus diarios que por su obra.
VM: De hecho pasó eso, los diarios de Ribeyro son mucho más conocidos que su obra. Y el diario de Gombrowicz, que es justamente este contra ejemplo de lo íntimo, también en un punto es su gran obra. Pero también, desmintiendo todo esto que estoy diciendo, existe en el diario la idea de una ficción germinal, que el diario es un lugar donde se ensayan ciertas escenas o se cristalizan ciertas obsesiones que después, de alguna manera, entran a jugar en esa máquina más compleja que es la ficción. Pero en el diario están en su momento más descarnado.
ND: ¿Y vos qué pensás Virginia? ¿Por qué leés, estudiás e investigás diarios de escritores?
Virginia Cosin: Bueno, eso que se decía recién de los diaristas como grandes lectores de diarios, por ejemplo, me interesa mucho. En casi todos los diarios aparecen menciones a lecturas de otros diarios, Pizarnik con Gide, por ejemplo, Virginia Woolf. Lo de Pizarnik con Pavese también es muy llamativo, porque ella todo el tiempo dice “esto lo podría escribir yo”, y a la vez mucha gente que lee a Pizarnik también dice “esto lo podría escribir yo”. El diario además es un género (esto es otra cuestión a discutir), porque cada diario tiene su especificidad, pero a la vez hay ciertos aspectos que se mantienen fijos. Por ejemplo la fecha, la sensación del presente, la marca del momento en que se está escribiendo.
ND: Aceptemos la idea de pensarlo como un género, ¿podríamos afirmar que tiene menos trabajo de corrección, que uno ve al escritor más “en bruto”, o por esta cuestión de pensar al diario como parte de la obra creés que los diaristas también corrigen mucho sus diarios?
VC: Hay diaristas que sabemos que corregían, incluso que pasaban sus diarios en limpio. El diario de Katherine Mansfield está muy corregido. Pavese, Pizarnik, ellos trabajaban muchos esos textos. Susan Sontag. Varios, hasta dicen que tienen su diario “no público” y su diario que saben que en algún momento va a ser publicado. Hay una cosa muy importante que es que los diarios siempre tienen un albacea: salvo los que son publicados en vida, claro. Este carácter mortuorio del que habla Pauls conlleva a que haya una persona que lo edite cuando el diarista muera, y es fundamental ver quién es esa persona. En el caso de Katherine Mansfield es el marido, en el de Virginia Woolf también, en Pizarnik es Ana Becciu, y hay una edición posterior; en el caso de Susan Sontag es el hijo. Ahí hay una marca de edición, donde el que lo edita tiene que tratar de suponer qué es lo que el que escribió el diario quiso o quería. Y además hay una cuestión casi ética sobre qué mostrar, si todo es publicable o no.
ND: Bueno, en el caso de Cheever sucede eso, los hijos dicen que estaba todo tan bien organizado que ellos estaban convencidos de que el padre los hubiera querido publicar.
VC: Claro, pero no siempre pasa eso. En la introducción al diario de Sontag, el hijo dice algo muy lindo y muy conmovedor: que él no sabe —que cree que sí porque la madre era una gran lectora de diarios—, pero que la verdad no sabe si la está traicionando o no. Y tenemos el gran caso de Max Brod con Kafka, donde esa pregunta no se puede responder, porque hay como una política de la amistad donde uno se pregunta si es un traidor o es un amigo, si Kafka al decirle “quemá todo” pero no quemarlo él mismo, no le estaba pidiendo en realidad que lo publique. La gran pregunta, en definitiva, es si un amigo es un traidor.
VM: El diario tiene esa trampa de la traición, me parece que hay un juego entre lo público y lo privado donde siempre se está traicionando, desde el momento en que un escritor piensa su diario como parte de una obra y desde el momento en que alguien lo edita. Para mí no hay una traición de un tercero sino que la traición es parte de la mirada tanto del escritor como del lector, y en ese sentido me pareció interesante, en relación a lo que vos decías antes, la pregunta acerca de si un diario es parte de la obra o no. Hay un texto muy lindo de Foucault en el que a partir de los diarios de Kafka se pregunta cuál es el límite de la obra de un autor. Entonces empieza a hacer un juego que es bastante divertido y llega a la noción de “archivo”. Un archivo es como un compendio de textos y de materiales que responden a una figura de un autor en particular, pero siempre es muy difícil establecer cuál es el límite de una obra pensándolo en relación a un archivo. En el momento en que un autor muere y deja una cantidad determinada de textos publicados, ¿eso es su obra? ¿Qué pasa con los textos póstumos? ¿Qué pasa con aquello que no fue —ni será— publicado? ¿Qué pasa, incluso, con las versiones de textos que fueron publicados en otros formatos o desechadas? Cuando va tirando esas preguntas, en un momento llega a los diarios, y pregunta, ¿un diario es pensado para su publicación en el momento de su nacimiento? Y ahí volvemos a ese problema: ¿es parte de la obra, es parte del archivo? Después sigue un poco más y se pregunta ¿lo que un autor escribe en los márgenes de los libros que lee son parte del archivo? Llega a un momento ridículo en que pone en crisis la idea de pensar un límite, y demuestra que en realidad ese límite es muy lábil. ¿El boleto de lavandería que encontramos en el libro que estaba leyendo un autor, es parte de su obra? Y los diarios me parece que son muy productivos para pensar no solamente dónde está el límite de la obra, sino también el de lo privado y de lo público por un lado y por otro lado de la ficción y de las escrituras que hoy por hoy llamamos “escrituras del yo”, o escrituras confesionales.
ND: El cuaderno de notas de Chéjov tiene literalmente listas de verdulería, por ejemplo.
VM: Chéjov tiene un diario tan mezquino a mi manera de ver (pero mezquino de una manera maravillosa), que llevaba hasta las cuentas de lo que gastaba adentro de sus diarios. Y son diarios muy fragmentarios y muy descarnados, porque no está tratando de generar una “textura literaria”: no hay un ritmo, no hay una respiración, hay una especie de cosa entrecortada, como un mashup raro...
ND: Claro, mezcla la lista de gastos, una compra en la verdulería, una reflexión sobre Pushkin que es una genialidad y los motivos por los cuales se pelearon sus hijos en el tren. No hay ningún tipo de coherencia en las entradas.
VM: Claro, y cita cosas leídas, que es otro procedimiento completamente distinto. El diario es como una especie de lugar que permite el ingreso de materiales ajenos a la obra de ficción, que completan de alguna manera esa obra y además, cuando esos autores mueren y se consagran, permite que la crítica literaria aborde esos textos ficcionales con más herramientas. Es mucho más fácil entender una obra que fue escrita en un determinado momento cuando además ese momento está acompañado por anotaciones de la vida personal de ese autor y de sus lecturas, o incluso de la Historia. Por eso también creo que hay un fenómeno de las universidades americanas hambrientas de comprar todos los papelitos de los autores para generar esos archivos que después van a trabajar sus estudiantes de doctorado. Ese hambre de consumir hasta el último pedacito tiene que ver con que realmente esos textos desmienten esa primera enseñanza de la carrera de Letras.
VC: Volvemos a la pregunta que hacíamos al principio, esa avidez tiene que ver con aprehender algo de quién es ese autor.
ND: ¿Estamos convencidos de que la información que nos puede dar un diario nos da más información de ese autor?
VC: Convencida no estoy de nada, mucho menos de eso.
VM: Esa es una pregunta que también se responde de esta forma: si vos lees un libro de un autor, o leés dos o tres, ¿tenés más herramientas?
ND: Estamos de acuerdo, pero en esa serie, ¿el diario sería simplemente una libro más o tiene otra entidad?
VC: Para mí el tema pasa por el lenguaje. Con esta idea de lo íntimo lo que se pone en juego es que en realidad lo íntimo es lo que no se puede expresar. Una vez que está expresado, que se puso en palabras —por eso el lenguaje es una construcción del escritor—, los diaristas lo ponen de manifiesto, Pizarnik es una de ellas. Pizarnik dice que el gran problema que tiene para construir su proceso narrativo es que no tiene un manejo suficiente del lenguaje. Lo que pasa es lo que decían ustedes, la pregunta ¿hasta qué punto el diario es obra?, tiene que ver precisamente con que en esa manifestación de la dificultad, es donde ella está construyendo la obra. En Kafka se ve muy claro también, se queja de lo mismo. La queja otra de las cuestiones que están siempre dando vueltas. Pero el habla, el lenguaje, es lo que está afuera. Y el archivo, todo lo que se puede archivar, es lo que se puede poner afuera.
ND: ¿Vos decís que el sólo hecho de haber escrito algo ya implica que eso es público?
VC: Por lo menos pasa a otra instancia, no forma más parte de lo íntimo, forma parte de lo éximo.
ND: Les cambio un poco el tema, me interesa la idea de las tipologías: algunos diarios, como dijimos, tienen más información “personal” del autor, otros son campos de prueba de trabajos ficcionales, otros son casi diarios de lecturas. ¿Les parece que podríamos establecer como sub-géneros dentro del género “diario”?
VC: De hecho hay, hay fragmentos de relatos, de sueños, hay cartas. Para subdividir, podemos mencionar los diarios de los escritores más interiores digamos, como Pizarnik por ejemplo, o Pavese, donde pareciera que no salen, que no tienen amigos ni conversaciones prácticamente: “yo, yo, lo que me pasa a mí”; y después están esos diarios más totales o completos como los de Kafka o Virginia Woolf donde hay una enumeración de absolutamente todo. Kafka cuenta que va al teatro, que le leyó el diario a sus amigos, y después vuelve al diario para decir qué le pareció a sus amigos la lectura de su diario.
ND: Volviendo a lo que hablábamos de la corrección, pareciera que Kafka no tiene esa preocupación, tiene un gesto de acumulación, nunca va para atrás, a lo sumo se contradice. Estamos soslayando el diario de Bioy, que es un ejemplo muy particular. Al estar tan editado no sabemos cómo era realmente porque lo que se sabe es que se extrajo sólo lo que hablaba de Borges. Y en este punto podemos volver a la idea de traición, en este caso doble, porque el que los publicó estaría traicionando a Bioy que a su vez traicionó a Borges.
VC: Es que es eso, el diario es muy buchón, cuando hablaba de la traición pensaba precisamente en esto.
VM: Volviendo a tu pregunta inicial de si existen tipologías de diarios, me parece que sí, claro que existen. Pero además de eso, creo que el lector, en el caso de los diarios particularmente, viene a completar lo no dicho. Ahí hay algo que me parece interesante mencionar en relación a los diarios, que es que para mí es el género que mayores flujos afectivos permite entre el lector y el autor. Es como un lugar donde hay un contrato de lectura que además es personal, existe un libro por cada lector porque cada uno llega a un libro de una manera distinta y lo lee de una manera distinta. Pero además en el caso particular de los diarios, el contrato de lectura de un diario íntimo es la idea de que en ese momento de lectura hay una intimidad, que estás accediendo a algo, hay un juego de identificación mucho más claro o mucho más evidente que cuando leemos ficción. Cuando uno lee un libro, por más que el libro sea más o menos falso, más o menos construido, más o menos florido, más o menos descarnado, tenga más o menos notas sobre qué compramos a la tarde y qué comimos a la mañana, hay una distancia. Pero en el momento en que uno llega a un diario, está generando con ese autor la idea de que en ese momento solamente existe ese autor y nosotros mismos encontrándonos en ese texto.
VC: Eso tiene que ver con la pregunta que vos hacías al principio de todo de por qué leemos diarios de escritores, y es la identificación. Hay un tema que cruza a todos los diarios que es la dificultad de escribir. Y eso, para alguien que escribe es muy importante, leer un diario donde Kafka o Virginia Woolf dicen “hoy no escribí nada”, o Katherine Mansfield dice “hoy no escribí nada, pierdo el tiempo, no voy a llegar a ningún lado, soy un desastre”, eso hace que uno como escritor diga “si estos dicen eso, a lo mejor algún día...”. Hay algo de identificación y casi de justificación de la propia actividad o inactividad, de la pérdida de tiempo.
ND: La enfermedad es otro tema que atraviesa varios diarios.
VC: Sí, claro. Kafka también estaba enfermo, tenía tuberculosis. Otro tema que se repite es la ausencia de familia, la mayoría de los diaristas no se casa, no tiene hijos, hay como una cosa de consagración a la escritura donde el diario es también una manifestación de ese no poder hacer otra cosa que escribir. Porque si en el momento en que no están escribiendo la obra está escribiendo el diario, ¿en qué momento está viviendo, o se están enamorando, o haciendo cualquier otra cosa? Y eso de algún modo genera angustia, que es otro tema que está constantemente presente.
ND: Completamente de acuerdo, no se me ocurre ningún ejemplo de un diarista que no esté angustiado.
VC: Es que no hay.
VM: Más allá de diaristas, ¿conocés a alguna persona sin angustia?
VC: El tema es que muchos lo manifiestan, lo transcriben, hacen literatura de eso, y otros no.
Participante: El sólo hecho de hablar de uno mismo genera angustia, el fenómeno de la escritura se trata de sacar afuera lo que se tiene adentro.
ND: Yo no estaría tan seguro, ¿vos creés que la escritura de un diario sólo implica eso?
Participante: No, no sólo eso, pero en el caso del diario me parece que sí tiene mucho del adentro del autor.
ND: Bueno, Tolstoi no está tan angustiado, tiene partes que sí y partes que no.
VM: El diario es como una medida personal del tiempo y además es una forma de objetivar la experiencia. Y objetivar la experiencia siempre la desdramatiza.
VC: Eso también lo dice Kakfa.
VM: En relación a los temas recurrentes en los diarios íntimos, en un momento mencionaron la enfermedad o las dolencias del cuerpo como algo habitual. Que aparece, además, desde la primera persona porque en la ficción hay personajes que están enfermos, muchas escritoras que estuvieron enfermas crean personajes que padecen sus mismas dolencias, estoy pensando en Carson McCullers o en Flannery O'Connor, que son escritoras que crean experiencias parecidas a las suyas. Pero me parece que el diario íntimo es un espacio en el que el cuerpo aparece con una intensidad que no puede aparecer en la obra de ficción. Desde el momento en que uno lee que ese escritor tenía esa enfermedad, sabe que está sufriendo. Hay algo del cuerpo presente en los diarios íntimos, que yo siempre pienso que son cuerpos mutilados, pero no porque le falten partes sino porque además aparecen de esa manera fragmentaria dada por el formato mismo del diario. El diario va dando una especie de medida del tiempo de un cuerpo, no solamente de una escritura. Cuando uno lee una obra de ficción de principio a fin, lee la progresión técnica de un escritor, el aprendizaje, la madurez; pero cuando uno lee el diario de un escritor lee también la decadencia y las dolencias de un cuerpo. Eso es particularmente interesante de los diarios y es una de las explicaciones que a mí misma me doy para pensar por qué los escritores hablan tanto de sus cuerpos dentro de los diarios íntimos. El caso de Virginia Woolf es un caso particularmente paradigmático en relación a esto porque hay momentos en que incluso menciona su dificultad para levantar los brazos para poder escribir. Y ahí volvemos a una de las cosas que dijimos al principio que es la posibilidad que te permite el diario de acceder a ese momento de intimidad en que el escritor alza la mano y escribe. Y ahí hay una serie de circunstancias particulares y de contexto real que tienen que ver con esa escritura. Estoy pensando por ejemplo en El salmón, de Fabián Casas. En la contratapa él dice “este libro es un libro de poemas breves porque estaba viviendo en un departamento que me habían prestado, no tenía un peso y no había calefacción, entonces antes de sacar las manos de los bolsillos lo pensaba dos veces”. Esas condiciones de escritura que la ficción a veces logra dar cuenta paratextualmente, el texto del diario lo hace de manera más patente. Porque está fechado, porque habla de una cotidianeidad, porque en el momento en que el escritor escribe también tiene una relación con su cuerpo, y tiene la posibilidad de retratarla porque no está retratando a un personaje sino a sí mismo.
VC: Y a la vez el texto conforma otro tipo de cuerpo con la enfermedad. De hecho, cuando uno habla de un texto, habla del “cuerpo” de la letra, del “encabezado”, del “pie” de página, es ese cuerpo que precisamente produce el escritor para después mirarse y ser otro. Esa es otra de las cosas que hacen bastante los diaristas, e incluso lo dicen en su propio diario: van y se releen. Kafka incluso cuenta qué impresión le da leerse, es casi como un otro, más allá de que tenga como objetivo ser publicado o no, que piense que lo va a leer otro o no, está escrito para un otro, que es el mismo autor que lo escribió, pero en otro momento.
ND: Me interesaba esto de texto póstumo, el diario de Pavese termina con “basta de palabras, no escribiré más” y a la semana se suicida. Piglia, leyendo el diario de Pavese, dice que era una manifestación de vida del propio autor, que si no había más diario no había vida o, al revés, que si había vida había diario. ¿Cuándo termina la escritura de un diario?
VC: Yo creo que ahí se juega el tema de la salud, precisamente. Se escribe mientras se está sano por más que se escriba de la enfermedad.
VM: En ese sentido la escritura de ficción no difiere de la escritura del diario. El hasta dónde se escribe es una pregunta que en realidad no tiene una respuesta universal, se escribe mientras se escribe y luego se deja de escribir. Los diarios tal vez dan cuenta de forma más patente de la vida que la ficción, pero no creo que haya una diferencia que produzca un corte entre la escritura, la no escritura y la vida y la no vida, siento que ahí no hay una relación de continuidad. Sí creo que el texto del diario genera hacia su interior una medida específica del tiempo en relación a la vida de ese autor.
Participante: ¿Cuál es la relación con las memorias? Porque las memorias abarcan toda la vida y los diarios son una cosa más instantánea.
VM: La memoria tiene varias características que la diferencian de los diarios. La primera (alguien podría decirme que no es así), es el carácter solemne. Por otro lado, la memoria requiere que esa vida tenga una importancia pública. Además, me parece que las memorias pueden ser escritas de un tirón, mientras que el diario, como estaba diciendo antes, tiene una cuestión temporal interna, necesita que haya una progresión temporal a la cual responde.
VC: El diario es fragmentario, una memoria puede tener un hilo muchísimo más continuo, empezando desde que soy chico hasta que soy viejo. Creo que Blanchot es el que dice “el diario no es una memoria, son fragmentos de vida”.
ND: Claro. Además, me parece que las memorias también están más escritas pensando en su publicación.
VM: Y no necesariamente responde al orden de su aparición, no responde a una medida de tiempo que relaciona tanto el fuera del campo de la escritura con la escritura misma, sino que a veces las memorias son pedidas por encargo, tienen que ver con el desarrollo de una personalidad pública que de pronto se vuelve interesante, como las biografías rarísimas y bizarras que publica Planeta y que consumimos con el ímpetu de lectores fetichistas: el diario de la vida de Coppola, por ejemplo.
VC: El de Moria es una genialidad.
VM: En relación a esto me parece que hay otra figura que entra a jugar acá, que es la figura del ghost writer, en las memorias no hay necesariamente un autor que escribe sino que hay un escriba que transcribe.
ND: ¿Y la autobiografía? ¿Cómo la catalogamos?
VM: La autobiografía me parece que no es exactamente un género sino una categoría dentro de la cual se pueden aglutinar una serie de textos de muy diversa procedencia y con formatos muy distintos. Dentro de lo autobiográfico entran las escrituras de los bloggers, la correspondencia, las memorias, ciertos textos de ficción. Lo autobiográfico en sí me parece una categoría mucho más amplia que la de los diarios o la literatura epistolar, me parece que si nos pusiéramos estructuralistas y quisiéramos armar un árbol, la mamá sería la autobiografía y abajo vendrían todas estas formas de escritura a las que nos estamos refiriendo.
ND: Ya que mencionaste lo de la escritura epistolar, sé que es un tema que te interesa particularmente.
VM: Sí, me interesa mucho y siento que lo epistolar tiene mucha afinidad con el tema de los diarios, porque tiene la fecha, tiene el componente autobiográfico, la primera persona. Y además hace entrar a jugar algo que me gusta mucho que es el contexto —que uno imagina como lector en el diario— pero de una manera más plástica y más real. Porque existen las respuestas, aparecen otros personajes, se arma como un mapa más completo para la ansiedad del lector.
VC: Además, en el caso de la correspondencia de escritores también pasa algo parecido a lo que nos preguntábamos si el diario es parte de la obra o no. Cuando están escribiendo esas cartas, ¿saben o no que serán publicadas? El tema del interlocutor es importante, que haya un interlocutor marca una diferencia con el diario porque en el diario el interlocutor es uno mismo, pero en el caso de la correspondencia hay un interlocutor real, a pesar de lo cual yo creo que hay más ficción involucrada en la carta. El hecho de pensar que hay un otro a quien yo le escribo, me da una libertad —y una necesidad, al mismo tiempo— de construir, de inventar, que por ahí no existe en la escritura del diario, o por lo menos no de la misma forma.
ND: ¿Cómo van a ser los epistolarios de nuestra generación? ¿Recopilaciones de mails?
VM: De hecho, eso ya existe, hay unas cosas muy lindas. Ahora en EEUU acaba de salir un epistolario que son todas las cartas de amor que le manda una fanática a David Markson. Es un libro muy chiquitito, de una editorial independiente, donde están todas estas cartas que ella le manda a este escritor del que se enamora. Y de repente....
VC: ¿Pero es ficción o es de verdad?
VM: No, es de verdad. Están apareciendo en la web las cartas de las enamoradas despechadas a lo Salinger, pero que ahora tienen blogs y las pueden publicar (con las idas y vueltas), una especie de revista People con la correspondencia de Internet. Y está la idea de editar materiales de los blogs, de Facebook, de Twitter y convertirlos en literatura. Como que ahora los nuevos epistolarios, los nuevos diarios, tienen un formato mucho más expuesto y mucho más híbrido.
ND: Y es pública la entrada desde el vamos, no estaría implicada esa traición de la que hablábamos antes.
VM: Bueno, cuando fue el furor de los bloggers, el blog era como una especie de diario donde todos nos hacíamos parecer mejores de lo que éramos. Pero más allá de eso, había una exposición de la primera persona que era inmediata. Tiene que ver mucho más con lo éximo que hablábamos en Gombrowicz que con lo íntimo. Y ahí me parece que empieza a haber algo de lo íntimo relacionado a cierta idea más romántica de la soledad, y una ansiedad de la primera persona, una cosa muy exhibicionista. Me parece que cambian los formatos y los soportes, y con ellos cambian las intenciones.
VC: Además entra a jugar otra mecánica, otro procedimiento que es el del montaje: toda esa cuestión de los fragmentos, el Twitter, incluso los mails. El montaje es algo nuevo, toda edición es montaje, pero a la vez me parece que hay textos como La soledad del lector de Markson, que editó La Bestia Equilátera, que entra dentro de esa literatura híbrida, donde pareciera ser que el trabajo mismo de escritura es el montaje.
ND: ¿Ustedes tienen diario?
VM: Sí.
VC: Sí.
ND: Tenía preparada una cita de Pauls para otro momento, pero me parece que viene bien ahora, dice: “el diario se permite incorporarlo todo: lo banal y lo extraordinario, lo personal y lo histórico, lo insignificante y lo admirable. Y si a menudo sufre la misma condescendencia, el mismo desdén, incluso, que sufre la intimidad, objeto demasiado precario para merecer una teoría, pasatiempo burgués, cuchicheo agradable y hasta voluptuoso pero siempre inofensivo, como lo estigmatizan sus detractores, no es porque deje afuera lo público o lo político –las ‘verdaderas’ cuestiones que merecen ser pensadas– sino más bien porque lo público y lo político aparecen en él despojados de todo privilegio, destituidos del prestigio jerárquico que se les suele atribuir, al mismo nivel, por ejemplo, que un comentario al paso sobre la cavidad que el dentista acaba de abrir en una boca, la mención de un almuerzo anodino y feliz o el relato de una conquista amorosa”. Entonces, y acá viene la pregunta, ¿qué escriben ustedes en su diario? ¿Es un campo de trabajo, una cuestión más bien íntima, una forma de expresar lecturas?
VC: Yo escribo un diario desde que tengo 10 años. A veces siento que mi diario de ahora se parece muchísimo al de los 10 años y me deprimo y pienso que no tengo que escribir más. “Tal me dio bola, tal no me dio bola”, es como prácticamente lo mismo. Es un espacio en el que me olvido de que soy una escritora. Pero quizás algún día pueda hacer algo con eso.
ND: Guarda, que quizás alguien te lo publica.
VC: Francamente no lo creo. Pero debería ponerle un poco más de pilas al diario. A veces me la creo más, creo que estoy haciendo “obra”. No porque crea que lo van a publicar, pero sí porque es un ensayo para mí también. Siento como una pulsión en el diario, en el momento en que uno está más en contacto con su inconsciente es cuando pueden salir cosas inesperadas, que después podés reciclar. Pero al mismo tiempo, por más pulsiones que tenga, no se trata de escribir cualquier cosa. Como que tiene una dirección.
ND: Y cuándo creés que estás haciendo obra, ¿qué tipo de entradas son? ¿Reflexiones, lecturas?
VC: Me quejo mucho, lo uso para autocompadecerme. Soy completamente desordenada, tengo 80 millones de cuadernitos, y además son todos iguales y nunca sé en cuál empecé, tengo todo mezclado.
ND: O sea que no llevás un “diario sistemático”.
VC: No, para nada, es un quilombo. Tengo 10 mil millones de cuadernos repartidos y agarro el que tengo a mano y por ahí es uno que empecé hace cinco años. Además, siempre dejo hojas en blanco, porque me pasa —esto es una confesión— que, cuando ya voy por un poco más de la mitad, tengo la idea de que si empiezo un cuaderno nuevo voy a empezar de nuevo algo, como empezar de cero con las hojas blanquitas, y siempre creo que el próximo va a estar mejor escrito y que mi vida entera va a estar mejor. Me pongo ansiosa por empezar algo de cero, que no sé por qué extraño motivo creo que va a ser mucho mejor de lo que hice antes.
VM: Una vida nueva.
ND: Cuaderno nuevo, vida nueva.
VC: Es algo de lo que me quejo constantemente además: la inconstancia. Soy muy inconstante, nunca termino nada. Y escribo eso en la mitad del cuaderno y empiezo otro.
ND: Si alguien pudiera, tendría que tomarse bastante laburo pero podría armarlo cronológicamente.
VC: Sí. ¿Querés ser mi albacea?
ND: Depende cuán famosa seas cuando te mueras. ¿Y vos Valeria?
VM: Yo soy sistemática...
ND: Estabas a punto de decir “obsesiva”.
VM: Sí. Soy vanidosa y obsesiva. Llevo diarios muy ordenados. Durante años tuve muchísimos cuadernitos. En principio, todos fechados. Yo soy zurda, por lo que me costó muchísimo aprender a escribir. Entonces, como que tengo algo muy fuerte con la caligrafía, los diarios son como un ensayo de la caligrafía. Y después soy muy obsesiva, tengo como una especie de vanidad con lo que escribo, soy solemne. Trabajo (esto es medio zen) con la caligrafía, con darle tiempo a lo que va a venir. Pero ahora ya casi no estoy escribiendo a mano, escribo el diario directamente en la computadora, en general trato de llevar el diario no como un registro minucioso de lo cotidiano, sino cierto sistema y ciertos diálogos que van a una carpeta que se llama “carpeta para robarme”, que después uso para escribir.
ND: Me interesa lo de la solemnidad. ¿A qué te referís?
VM: Soy solemne cuando escribo, mi escritura es solemne en general. Y me parece que es eso, trato de darle un tiempo y una voz que no es la misma que uso cuando me junto con mis amigas y digo “boluda no sabés lo que me pasó”, no escribo así.
Participante: ¿Te interesa corregir lo que escribís en el diario?
VM: Claro que sí, lo hago en el mismo momento.
ND: ¿Y después no?
VM: Depende de lo feliz que me sienta con mi vida.
ND: ¿Cuánto más feliz menos lo leés?
VM: Cuánto más feliz más leo.
ND: Me parece un buen cierre. Muchas gracias a todos por venir. Me encantó la mesa. Gracias.