Deseo y política

Viernes 02 de octubre de 2015
Luis Diego Fernández habla de su ensayo Libertinos plebeyos (Galerna): “En el análisis del kirchnerismo hubo más sutilezas que en el del menemismo”, dice.
Por Patricio Zunini.
¿Cómo es el hedonismo en la cultura argentina? ¿El pueblo —la plebe— está preparado para el goce? Luis Diego Fernández intenta dar una respuesta con el ensayo Libertinos plebeyos (Galerna), donde pone en contacto a diferentes escritores e intelectuales, siempre con una mirada provocativa e imprevista. Fernández detecta, entonces, los rasgos libertinos de Sarmiento y Borges, el menemismo que prefiguró Perón, la política de Miguel Brascó, la teatralidad de Cristina Kirchner.
—El libro —dice Fernández— es una reflexión sobre deseo y política: cómo el deseo interactúa en las decisiones políticas. El deseo es un tema que me apasiona. Siento que mis temas son los mismos que ya aparecían en Furia y Clase (2009), lo que se incrementó es la reflexión sobre la política. En los últimos años leí mucho sobre peronismo, liberalismo, anarquismo. Esas lecturas empezaron a impactar. En general encaro a los escritores desde un lugar no hegemónico. Por ejemplo, me interesaban aquellos elementos de Sarmiento que tienen que ver con su juventud, con el Sarmiento de los viajes, que era una suerte de orgiasta, libertino, dandi. Hay que ver hasta qué punto lo que registra no es su imaginación, pero está claro que no era un hombre de familia tradicional. Siempre rompió el modelo del family man. Me interesaba ver cómo esa pulsión de Sarmiento impactaba en su política, en su temperamento.
—¿Por qué no aparece Lugones?
—Lugones tiene posiciones de un anarquista de derecha; es un personaje que me fascina. Creo que podría estar en un segundo tomo.
—En tu recorrido por el siglo XX comenzás por Borges: ¿no rompe el modelo libertino?
—Es verdad que Borges queda medio raro en el conjunto, porque está lejos de ser un libertino sexual, pero lo planteo desde el concepto de libertino tal como era en el siglo XVIII: el libertino barroco era un libertino intelectual. No necesariamente eran como el Marqués de Sade. Borges es un libertino intelectual que siempre pensó en disidencia. Me interesaba rastrear su filosofía política, que en general no está muy pensada. Siempre que se habla de la política de Borges se la toma como una ironía permanente o se la critica por su apoyo a Pinochet y demás, pero Borges tenía una posición clara: se decía anarquista spenceriano, creía en el individuo y no en el Estado.
—Es llamativo que leas a Perón desde el menemismo, y es más llamativo aún que reivindiques ese período. Incluso en el libro decís que no se lo lee bien por prejuicio.
—A Menem no se lo pensó lo suficiente. Cuando escribí el libro busqué bibliografía sobre Menem en contra y a favor y encontré muy poco. Hablo de libros académicos: Bonnet, que es un teórico marxista, lo critica, está Los años de Menem de Pucciarelli, que salió en Siglo XXI… Esta década se pensó muchísimo más que el menemismo, por eso también sentí la necesidad de pensar los noventa, porque hay un hueco ahí. Me interesaba pensar a Menem, des-demonizarlo.
—La división de aguas del ensaya pasa por el republicanismo y el populismo.
—Un poco sí. Me gustaron algunas medidas liberales, como eliminar la colimba, ciertas privatizaciones, cierta apertura del mercado. Lo que más me gusta de Menem, aunque es muy rechazado por mucha gente, es que nunca careteó que le gustaba la vida hedonista, las Ferraris y las vedettes. El tipo era eso. No tenía un doble discurso.
—Pero que el presidente de la Nación sea una figura de ese estilo, ¿no habla de una degradación social? El presidente no es sólo él sino los efectos que provoca. El menemismo provocó una degradación social, que no sé si recuperó.
—Yo no sé si fue una década de degradación, no lo veo en ese sentido. Para mí era importante pensar el menemismo porque era importante pensarme a mí a los 20 años. En esa época era antimenemista, leía a Página/12, votaba al Frepaso. Estar en contra de Menem era lo políticamente correcto. Empecé un proceso de revisión a partir de lecturas, de posiciones políticas mías. Y llego a esa conclusión.
—¿Cómo convive en vos el anarquista con el peronista?
—Es interesante la pregunta. El peronismo para mí es un peronismo tardío. Sin embargo hay un texto de Perón en el que hablo de cuestiones que me gustaron.
—Las que tienen más que ver con el menemismo.
—Con una cuestión más liberal. El Perón del '51, del '52, tomó medidas que a los propios peronistas les cuesta reconocer. Es el Perón que nadie ve. Inaugura un plan quinquenal con medidas para abrir la economía, atraer inversiones petroleras, etc. Mi interés por el peronismo tiene que ver con dos factores. Primero: pensar lo plebeyo es pensar el peronismo en Argentina. Hablar de plebe, masa, pueblo o clase obrera, implica reflexionar sobre el peronismo. Después, hay una conciencia filial. Mi viejo se crio en una casa con un padre liberal y una madre fanática de Evita. Ese sincretismo liberal peronista convive en mí. Cuando sentí la necesidad de pensar lo argentino fue inevitable pensar el peronismo. Uno no puede hacerse el boludo: sos un escritor argentino, en algún momento vas a tener que pensar el peronismo.
—Tomás Abraham dice que el kirchnerismo continúa el menemismo. Horacio González encuentra una ruptura. Antes que buscar rupturas o continuidades, tu propuesta es analizar al kirchnerismo desde su teatralidad.
—Hablo del “Barroco cristinista”. El acercamiento al cristinismo es estético. Hay miles de textos que hablan del kirchnerismo; siento que ya se dijo todo. Me resultó interesante pensarlo estéticamente, por eso aparece la cosa barroca, la cosa del rulo cristinista, la cosa del Botox. Cristina es también una figura fálica en muchos aspectos.
—Es llamativo que en los textos sobre el kirchnerismo no hables de los '70.
—No es una década que me interroga demasiado. Me interesaba pensar el kirchnerismo como una expresión producto del 2001. Feinmann dice algo interesante: Néstor fue como un falo arborescente. En aquel momento estaba de moda Toni Negri, la cuestión del rizoma, el poder distribuido, las asambleas: todo eso quedó en la nada. Tuvo que aparecer un falo, que fue Néstor Kirchner, que constituyó el poder. Es interesante esa figura. A partir de ahí pensé algunas cuestiones del kirchnerismo tratando de salir de lo k-anti k, una dicotomía que ya está en decadencia porque el ciclo ya está terminando.
—Más allá de cuestiones estéticas, ¿cómo ves al menemismo en relación al kirchnerismo?
—Menem fue un peronista total, como lo fue Kirchner. Son dos líderes peronistas. Uno peronista de derecha y otro de izquierda, pero los dos tienen la impronta personalista. Veo continuidades en ese ejercicio de poder. Hay diferencias políticas, económicas, sociales, pero fueron dos populismos. Néstor Kirchner tomó medidas progresistas en el sentido liberal de la palabra, medidas que ampliaron libertades individuales —y yo apoyo todas las libertades individuales— como el matrimonio gay, la identidad de género, la renovación de la Corte Suprema. No me gustó cierto proceso de tinte más autoritario, de cierta bajada de línea, que en realidad es bastante complejo y se lo tiene que ver en relación a las batallas que se están fijando. No es un proceso lineal. En el análisis del kirchnerismo hubo más sutilezas que en el menemismo. En general el menemismo o es el diablo, el rechazo absoluto, o hay el elogio total. Me gustaría dotar de sutilezas al análisis sobre el menemismo.