Cronistas turistas

Martes 27 de octubre de 2015
María Moreno, Mariana Enríquez y Cristian Alarcón conversaron alrededor de la crónica de viaje el pasado viernes en el Centro Cultural Kirchner, en una mesa coordinada por Agustina Paz Frontera.
Por Valeria Tentoni.
Con una cordillera a sus espaldas, Cristian Alarcón, Mariana Enríquez y María Moreno pensaron alrededor de la figura del cronista de viajes, problematizando inclusive su pertenencia a esa categoría. Fue en el marco del ciclo "Los lugares de la ficción. Territorios culturales argentinos", el viernes pasado, en el Centro Cultural Kirchner, donde se realizó una mesa sobre el tema, en juego con una muestra.
Ninguno de los tres se reconoció, al fin, como un viajero, y Enríquez sugirió, por su parte, la silueta del “cronista turista” como una más ajustada a los productos textuales de las visitas, en su caso, a los cementerios. A cargo de coordinar el encuentro, Agustina Paz Frontera —autora, entre otros, de Una excursión a los mapunkies— hilvanó los movimientos de estos tres autores: el viaje es el resultado del destierro, en Alarcón; el fin del viaje es el entierro, en Alguien camina sobre tu tumba de Enríquez; y el viaje es la crónica, en Moreno.
¿Cómo contar un lugar? ¿Qué tipo de escritura genera el desplazamiento de un cuerpo? ¿Qué tipo de escritura genera la extranjería? ¿Por qué moverse para escribir? "Es verdad que me voy afuera los fines de semana, y nunca la expresión 'afuera' me pareció más oportuna. Importa menos a dónde voy que escapar de la escena. Lacan interpreta la proliferación de suicidios tirándose por la ventana, menos por su accesibilidad (sobre todo si el suicidio es impulsivo) que por querer escapar de una escena temida. Algo que, como la ventana, no deja de constituir un marco. Si no pudiera ir afuera, por otros medios, a lo mejor me tiraría por la ventana”, leyó la autora de Vida de vivos y Teoría de la noche. Y agregó, luego, encastrando con la propuesta de Enríquez: “Cuando hago una crónica de los lugares donde he estado, lo hago con la cabeza vacía. Como si jamás hubiera estado allí. Son las palabras las que van armando su circuito cerrado y venido de otras palabras, donde lo vivido opone, sin embargo, una resistencia, pero que no sabría contar, porque antes necesito el cuaderno de bitácora de la lectura. Solo leyendo sabré qué leer luego a mi alrededor. Incluyo, junto a los libros consagrados —también de este modo soy turista—, la carta de un restaurante, el recorte de un diario, los relatos orales de un amigo mitómano”.
“Podría viajar hacia los cementerios, pero esa plaza ya está ocupada por Mariana Enríquez”, dijo antes de que fuese la autora de La hermana menor quien reflexionara acerca de lo que llamó su “territorio elegido”: “Soy periodista y escritora, cronista no sé si soy tanto. Cronista soy medio a la fuerza, porque me cuesta comunicarme con la gente. Por eso elegí los cementerios”, explicó acerca de un recorrido que ya lleva 20 años, dentro del cual se topó con otro, “una búsqueda literaria de significado”. Amén del gusto estético, de su predilección por la arquitectura funeraria, y de su hartazgo, como lectora, de las crónicas en las que se intenta “contar cosas que estan excesivamente vivas, cosas muy carnavalescas”, Enríquez se decidió por esos escenarios porque le interesaba ver “cómo están insertados en la ciudad, cómo se relaciona la gente con los cementerios y con los muertos en diferentes lugares”.
“Es importante enmarcar la precariedad de la logística del cronista. Hebe Uhart decía el otro día que, también, la mayoría de sus viajes acontecen porque se los pagan. Y, en general, es así. No soy una dandy que viaja porque tiene un montón de dinero, sino porque otros lo tienen y me invitan. Además de esta cuestión de la precariedad, me interesa marcar la del sobrevuelo: no solo en el sentido del rescate de lo chiquito, de lo poco que podes captar, sino en el de que uno es un turista. Me ofende cuando un cronista dice: ‘Yo soy un viajero’. Viajero era Marco Polo. Nosotros podemos ser turistas con una mirada en particular, pero estamos tres, cuatro días en un lugar, y no exploramos nada de verdad. En todo caso, me parece que ‘cronista de viajes’ está bien, o ‘cronista turista’. Esa mirada no tiene por qué ser necesariamente tonta”, arriesgó a continuación.
“Al revés de Cristian Alarcón, nunca estoy en la escena del crimen. Una vez, mientras estaba viviendo en un departamento de la Vía Augusta, en Barcelona, en el piso de arriba asesinaron a una mujer. Al día siguiente, el diario que leí con cierto fastidio, como a quien le arruinan las vacaciones, informó que estaba complicada en el cartel de Medellín. Un ajuste de cuentas, supongo. Luego de matarla, el asesino se suicidó y encontraron su cuerpo en el interior de un autor en un parque. (...) ¿Habré oído los gritos, y no presté atención? La autopsia certificó que murió a las ocho y media de la noche. Yo estaba viendo los Teletubbies. Como siempre, no había estado en el corazón de los acontecimientos”, leyó Moreno al principio. Autor de los libros Cuando me muera quiero que me toquen cumbia —por el que ganó el Premio Samuel Chavkin— y Si me querés, quereme transa, Alarcón señaló, en su obra, a Un mar de castillos peronistas como aquella en la que más se había acercado al género de la mesa: “Es quizás lo único que podríamos considerar un libro de crónicas de viaje, una antología de lo que fui escribiendo para Revista Debate a lo largo de un año y medio, justo dos páginas antes de María, que escribía sus Subrayados”.
“Viajeros fueron los del Siglo XIX y quizás comienzos del XX, y luego ya la cosa se volvió industrial. Ser un viajero es casi una pretensión, una ambición que uno tiene. Se las rebusca, a veces, para escapar de los clichés y se aparta del contingente para encontrar lo propio, pero es muy difícil”, adhirió, sentenciando después que “lo más espantoso de un viaje es tener una misión”.
Alarcón contó algo acerca de su próximo libro, en el que aun se encuentra trabajando, y de sus procesos de escritura. El viaje aparece como coartada para tipear: “El encierro me rinde. Tengo que salir de la ciudad porque es tal mi vicio por la noticia, que tengo que abandonarla para entregarme absolutamente a la escritura”.
Hacia el final, y respondiendo a una de las preguntas de Frontera, Moreno estableció una diferencia entra la crónica y la no ficción: “La clave de la no ficción, me parece, es la de un modelo judicial, que la crónica no tiene. En la crónica uno no tiene por qué dar evidencias de haber sido testigo ocular. En cambio, me parece que la no ficción tiene una estructura como de juicio. Hay una versión oficial, digamos, y hay alguien que se propone, como fiscal, demostrar otra cosa. Toma testimonio y llega a algún tipo de sentencia. En la medida en que el género de no ficción avanza, yo creo, aparece más el imperativo de ir e investigar, de poner el cuerpo”.