Bafici, cine y literatura

Martes 21 de abril de 2015
Los chilenos Alberto Fuguet, Camila Gutiérrez y Gonzalo Maza hablaron ayer un panel sobre “Literatura y cine” en el Bafici.
Por Patricio Zunini.
Por la manera en que las cuentan en el programa, dan ganas de ir a ver todas las películas del Bafici. Dos ejemplos: A girl walks home alone at night es presentada como “¿Un western de vampiros iraní? Sí, así como suena”; Raiders of the lost ark: the adaptation es la película de dos chicos que a principios de los ochenta “flashearon con la primera de aventuras de Indiana Jones y decidieron copiarla con una cámara VHS plano por plano”. Otra más, poniendo el dedo sobre una al azar: Eat, “la historia de una chica que se encuentra a sí misma, y que después se come a sí misma”. El género “bajadas del Bafici” pide pista.
Pero lamentablemente, quién sabe por qué, no hay bajadas que anticipen los temas de debate en los paneles. Es como si se tuviera demasiada fe en el poder de explicación del título. Ayer por la tarde, por ejemplo, Alberto Fuguet, Camila Gutiérrez y Gonzalo Maza, participaron en el Centro Cultural Recoleta del panel “Del papel a la pantalla: literatura y cine”. Digamos que es un título bastante claro, aunque esa relación es tan vasta que puede tomar cualquier rumbo. Entonces uno va al panel a ver de qué se trata. Pero ese es, más o menos, el espíritu del festival, ¿no? Vas al Village para ver una peli que ya no tiene localidades y te quedás a ver qué otra cosa podés encontrar.
Con qué se encontraron los que fueron al panel de ayer. Se encontraron con tres chilenos: Alberto Fuguet, escritor y cineasta, que venía de presentar su película “Invierno” (duración: 291 minutos); Camila Gutiérrez, una chica que empezó con un fotolog (“Joven y alocada”), que luego lo filmó y más tarde lo adaptó a libro, y que ahora es la guionista de Maite Alberdi; y Gonzalo Maza, periodista y crítico de cine y que en estos momentos está trabajando en la dirección de su primera película. Y también se encontraron con un público más interesado en hablar que en escuchar y que enfrío la tarde con comentarios aguachentos y larguísimos (al punto que a un hombre le tuvieron que sacar el micrófono para que se callara, pero aun así siguió hablando con sus vecinos hasta que una señora con pocas pulgas lo retó como al nieto que vuelca la cocacola en el mantel de hilo). Se encontraron con una charla que se estaba poniendo buena justo en el momento en que Agustín Masaedo, moderador del encuentro, dijo “Gracias a todos por venir”. Y finalmente se encontraron con que el tema de la mesa era, sobre todo, el trabajo del guionista.
—Me llama la atención que esta sea una mesa sobre guion y seamos tres chilenos los que hablamos —dijo muy al comienzo del encuentro Gonzalo Maza.— Me recuerda a cierta idea que alguna vez escuché o leí de Quintín, que decía que el cine chileno de ahora es cine de guion. Como todas las cosas que dice Quintín o es una ofensa que parece un elogio o es un elogio que parece una ofensa.
El problema del guion es uno de los conflictos que marca la agenda del cine actual. Parecería que una película con demasiado guion no es lo suficientemente moderna porque, en lugar de mostrar la realidad, la encorseta con estructuras preconcebidas. Pero a la vez puede ser un mapa que luego, en palabras de Maza, se deshace: “se vuelve vapor al punto que es casi insólita la idea de publicarlo”.
Filmar las palabras de uno o filmar las palabras de otro, esa es la cuestión:
—Quiero citar a Billy Wilder —dijo Fuguet— cuando decía que “un director de cine no necesita saber escribir pero no sería malo que supiera leer”. Más allá de que es una frase muy chistosa y muy de mala clase, efectivamente los directores, y sobre todo los publicitarios, no saben leer. Yo, como director, no sé si tengo la capacidad de dirigir el guion de otro, de ser tan buen lector para entender un mundo que yo no inventé. Hasta qué punto no sería ideal que los directores escribieran.
—Estoy de acuerdo que muchos directores no saben leer —dijo Maza—, pero la teoría de autor le ha hecho mucho daño a los directores que piensan que para ser autores tienen que escribir sus propios guiones. Hay grandes directores, pero hay pocos directores-guionistas buenos. Y es algo que pasa más en el cine independiente: ser director y guionista suena muy bien y queda bien en los créditos. “Escrita y dirigida por”. Ese ego, ese descontrol del ego, le hace mucho daño al cine.
—Pasa lo inverso también —dijo Camila Gutiérrez.— Hay guionistas que quieren ser directores. Y no funciona.
—Totalmente de acuerdo —siguió Maza—, pero faltan directores que estén dispuestos a trabajar sus ideas con guionistas. Y eso lo veo poco.
—Es difícil encontrar una pareja creativa —volvió Gutiérrez.— Es importante el nivel entre el guionista y el director para poder decirse las cosas y no sentir miedo de decir que estás en desacuerdo. Es como un matrimonio.
—Escribir guiones para otra persona —dijo Maza— es un gran ejercicio budista. Requiere acallar el ego y decir que él sabe más, que es su película. Por eso le costó tanto a escritores como Raymond Chandler entrar en Hollywood.
—Me encantaría adaptar una novela, sobre todo una que no elija. Supuestamente Chile es un país de poetas —dijo Fuguet—, pero me sorprende lo poco que se adapta. Se pueden adaptar cuentos y novelas, hay gente que ha adaptado canciones. ¿Por qué no lo hacen? Yo creo que hay un problema de egos. “Yo no voy a adaptar a Bolaño para que después Bolaño se lleve todos los créditos”. En ese sentido respeto a Campanella.
Cómo adaptar, qué adaptar. Hitchcock decía que las mejores películas son cuentos. Una novela, en cambio, es un problema: las novelas son largas, se siguen muchas líneas, hay muchos personajes, es muy difícil hacerle justicia.
—Las buenas adaptaciones son vampíricas —dijo Maza—. Chupan el espíritu de lo que se está diciendo más que la trama. Ese proceso no es tan simple. Es fascinante lo que hizo Raúl Ruiz cuando adaptó Palomita blanca. Era una novela que estaba muy de moda en Chile; la había escrito Lafourcade, por quien Raúl no tenía ningún tipo de respeto. Entonces aceptó el desafío pero dijo que no iba a leer la novela. Cómo hacer la adaptación de una novela que no vas a leer. Hizo algo fascinante: convocó desde las revistas para adolescentes al cásting para buscar a Palomita Blanca, se armó una fila larguísima y él las filmó a todas. Entonces les preguntaba “¿Tú leíste Palomita Blanca? Cuéntamela”. Las que la habían leído le contaban lo que se acordaban, y las que no la habían leído inventaban. Con la mezcla de lo que se acordaban más lo que inventaban él hizo la película. En el fondo es una manera fantástica de quedarte con el espíritu de la novela.
Alberto Fuguet, que con más de diez películas filmadas dijo que no quiere hacer cine por un tiempo, señaló que no sólo no se adaptan cuentos o anécdotas sino que tampoco se filman anécdotas:
—Tanto en Hollywood como en el cine independiente norteamericano filman anécdotas: “hay que conseguir que un tren baje de una montaña” y uno sabe que van a ganar. Pero en Latinoamérica es: “va a caminar solo por Jujuy”. O “es la historia de alguien que está triste”. Perfecto, pero qué le pasa. Yo soy mucho más tradicional, quiero que conozca gente, que le ocurran cosas. En ese sentido me asumo totalmente conservador y creo en la historia con tres actos.
Antes del cierre, hubo un planteo que bien podría desarrollarse en un futuro mediato sobre la dimensión política de la cinematografía chilena.
—Es un debate interno muy fuerte —dijo Maza.— Hay gente que dice que se han hecho muchas películas sobre el golpe de Pinochet y gente que dice que se han hecho muy pocas. Yo siento que todas las películas de los últimos 30 años son sobre el golpe. De alguna manera u otra. Y eso es porque es un tema subterráneo.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó Gutiérrez.
—Porque en el fondo, es un trauma social que no se diluye tan rápido. Queda en el ADN, hasta en el inconsciente, querámoslo o no. Incluso Alberto, que vivió su infancia afuera de Chile, no puede desligarse.