"Siempre pienso que el libro que estoy escribiendo va a ser el último"

Jueves 11 de setiembre de 2014
Publicamos la primera parte de la charla que mantuvo Nacho Damiano con el editor y escritor Damián Tabarovsky, como parte de Los jueves de Eterna Cadencia.
Por Nacho Damiano.
Invitamos a Damián Tabarovsky a formar parte del ciclo “Secretos del oficio”, pero terminamos hablando del dadaísmo, de su formación como sociólogo, de la importancia que tiene ser editor al momento de escribir (y viceversa), de Puan, del mercado editorial, de Puig, de Flaubert, de las imbricaciones entre crítica y ficción y de muchísimas cosas más. Ojalá la disfruten.
Nacho Damiano: Gracias a todos por venir. La mesa de hoy va a ser un tanto anómala, porque si bien va a girar alrededor del oficio, en este caso no sólo vamos a hablar de tu rol de escritor sino también del editor. Es decir, van a ser los “Secretos del oficio” tanto de escritor como de editor. Una vez aclarado esto, quería empezar por algo que me dijiste en una entrevista que te hice hace unos años: el título de “escritor” a vos te lo puso un amigo, que en su momento le había dicho a otro amigo “tomá, te manda esto mi amigo escritor”. Lo que me había llamado la atención es que me habías dicho que todavía no te reconocías escritor. ¿Sigue siendo así?
Damián Tabarovsky: La anécdota sigue siendo verdadera.
ND: ¿Pero ahora te reconocés escritor?
DT: No. Ahora cambió, no hay que llenar más el papel en Ezeiza, pero antes cuando uno viajaba tenía que poner profesión. Y yo terminaba poniendo algo horrible: “sociólogo”, que es lo que estudié pero nunca jamás ejercí, porque inclusive después de haberme recibido hice un posgrado pero ya no en sociología sino en estética. Tampoco me dediqué ni a la docencia ni a la investigación pero en última instancia la estética tiene más que ver conmigo que la sociología misma. Bueno, el tema es que terminaba poniendo sociólogo porque era como un mandato familiar: tengo un título universitario, para algo lo uso. Es difícil poner escritor, porque yo tomo a la literatura como algo performativo, más cercano al verbo estar que al verbo ser, una cosa transitoria que uno es mientras está en acto, mientras está escribiendo. Lo único que tiene que ver con el verbo ser es aquello que nunca es creativo. También es verdad que cuando publiqué mi primer artículo en un diario tenía dieciséis años y ahora tengo cuarenta y siete, lo que significa que tengo treinta y un años dando vueltas en la industria cultural. En realidad treinta, porque durante mi primer año en Francia daba clases de castellano en una escuela secundaria, que no tiene nada que ver con esto. Después empecé a escribir para una revista española, más tarde trabajé dos años en la revista El gráfico, en un momento bastante interesante porque la revista tenía ciertas pretensiones intelectuales y tomó una nueva dirección, con gente nueva, el director era Mariano Hamilton, que es escritor, y el Secretario de redacción era Fabián Casas.
ND: ¿Cuál era tu función exacta en El Gráfico?
DT: A nosotros nos contrataron para pensar, ellos querían rediseñar la revista y mi función era llevar adelante ese proyecto para el diseño del relanzamiento. Y después, en el día a día estaban Mariano y Fabián. Los años siguientes trabajé en el periodismo cultural, la edición y cosas por el estilo. Cuando era joven sí tuve trabajos relacionados con la sociología, trabajé en la consultora de Eliseo Verón, por ejemplo.
ND: O sea que podrías decir “lo único que me define es lo que nunca hice”.
DT: Sí, es así. Quiero agregar una cosa, creo que Horacio González citaba algo de Sartre muy parecido, que Sartre no sabía cómo definirse. Así que si él no podía, imaginate yo. Yo tengo correspondencia con mucha gente, porque cuando viví en Francia no había Internet. Y tengo muchas cartas con Aira. Recuerdo una de ellas, en la que me contaba que estaba leyendo una novela de Onetti y una de Matilde Sánchez, y después empieza a hablar de él. Y decía “bueno, si la literatura finalmente se consumó en mí, entonces…”. Y salvando todas las distancias de talento que hay entre Aira y yo, me parece muy acertado eso. Pero como ya soy un señor mayor y mi primera novela la publiqué hace veintidós años, también digo “bueno, se consumaron en mí ocho, diez libros”. Siempre pienso que el libro que estoy escribiendo va a ser el último que escriba.
ND: ¿Por qué?
DT: Primero, porque varias veces pasé cuatro, cinco años sin escribir. Al principio me asombró, me asusté y después lo tomé como un descanso. Una vez que pasa ese período escribo tres novelas todas juntas. El tema es la sensación de contingente, de que si mi literatura no estuviera no cambiaría demasiado la historia de la literatura.
ND: O sea que no estás del lado de los escritores grafómanos, no tenés esa pulsión.
DT: No, para nada. Hay algo medio herético, ¿no? A veces también hay editores que son autores y son megalómanos. El tema de editar es que sabés que la mayoría de los escritores que publicás son mejores que vos. Es como hacer terapia gratis, te ponés al servicio del otro, tenés que bajar el narcisismo, no le podés competir a los autores. Una de las cosas que a mí me gusta es que ya sea en Interzona o Mardulce, muchos autores jóvenes publicaron su primera y segunda novela conmigo. Leonardo Sabbatella, Selva Almada, Hernán Ronsino, Juan Terranova. Y de a poco muchos terminaron haciendo una carrera muy interesante, bastante mejor que la mía, y eso me agrada mucho. Obviamente es más fácil publicar grandes autores, ya consagrados, pero tomar un escritor joven que está con su primera novela, trabajar el texto con él, es muy interesante. Ese es mi criterio de publicación, tengo que confirmar que escribe mejor que yo. Hay una figura que un poco se perdió por esta idea tonta del “escritor de culto”, que se daba más en la década del ’20 o del ’30, que era el “autor del editor”, es decir el autor que publica porque al editor le gusta mucho aunque no venda. Y yo soy un autor de editor. De hecho, yo mismo como escritor soy bastante traducido, bastante publicado, pero sé que soy un autor de grupos ínfimos. Mis lectores entran en una cabina de teléfonos, yo no tengo lectores. Lo bueno es que eso ocurre acá o en Chile, en México, en Brasil, en diferentes lugares. Eso sí, siempre de a cuatro.
ND: Pocos pero fieles. También es difícil conseguir eso.
DT: Sí, son muy fieles y muy pocos. A mí me gusta usar esa idea, también como editor. He editado autores que no han sido exitosos pero que a mí me tocan una fibra como editor. Yo valoro mucho ese tipo de literatura. Porque también valoro mucho las figuras del autor y el editor, porque entre otras cosas dejan afuera otras como el agente, que es más del marketing.
ND: Cambiando un poco de tema, leí que Puig te cambió “la forma de leer”. No quiero entrar en el tema de las influencias porque no tiene mucho sentido, pero me gustaría saber qué quisiste decir con esa frase.
DT: Yo tenía dieciséis años y agarré la última novela de Puig. Cuando la fui a releer me di cuenta de que Cae la noche tropical no es su mejor novela. Yo había leído El área 18 de Roberto Fontanarrosa que era para mí como lo máximo y no leía tanto a Cortázar, que es lo que se lee a esa edad. En mi casa no se leía mucho, pero sí en la de mi mejor amigo, que se llamaba Diego. Su mamá era Sábato de apellido, de la familia Sábato, y tenía una biblioteca importante. Y viste que algunos escritores construyen el mito de “lo primero que yo escribí a los cinco años”, bueno, yo no tengo nada de eso. Lo que sí tengo en ese sentido es un mito personal de cómo leí. Tuve muchos problemas de adaptación en la escuela secundaria, no me llevé muy bien con la dictadura (terminé la secundaria en el ’84), hice primaria y secundaria en una escuela pública y me echaron de dos escuelas secundarias. Es una historia que me lleva al caso y que ahora que tengo hijos no sé si está bien contarla, pero bueno. Una de estas veces lo que pasó fue lo siguiente: yo quería quemar unas carpetas de unas compañeras delatoras que me caían muy mal y fui a la enfermería de la escuela para buscar alcohol diciendo que era para limpiar. Puse un tacho de basura, le puse alcohol, y me enteré de lo rápido que prende. A los diez minutos tuvimos que evacuar la escuela. Entonces, cuando se enteró, la madre de Diego me dijo que había hecho algo dadaísta. Le pregunté qué era el dadaísmo y me dio un libro. Eso fue una bisagra, ahí dije basta de Fontanarrosa.
ND: O sea que tu vida de lector prácticamente empieza con el manifiesto dadaísta.
DT: No sólo eso, sino que me generó la pregunta “¿hacer esto está bien? ¿Prender fuego una escuela es arte?”. Pensá que la mamá de Diego era Historiadora del arte, yo la respetaba mucho. Entonces, ¿había una biblioteca entera que me justificaba? ¡Yo quiero eso! Bueno, después me dio el de Puig y ahí dije “ah, entonces se puede escribir como se habla”, rápido, con oralidad. Otra bisagra. Me salteé toda la etapa de Cortázar, que igual siempre tuvo cierta influencia.
Continuará…