"Mi generación no ha vivido una guerra de cerca"

Martes 20 de octubre de 2015
Violeta Gorodischer habla del volumen de cuentos Sueños a 90 centavos (Seix Barral): “Evito hablar directamente sobre los grandes temas como Malvinas, la dictadura, el atentando a la Amia”, dice.
Por Patricio Zunini.
Sueños a 90 centavos (Seix Barral) sorprende por lo compacto del volumen y la solidez de la narración. Violeta Gorodischer, que ya había dado muestras con la novela Los años que vive un gato (Tamarisco), alcanza aquí una contundencia que la sitúa como una de las voces más interesantes de su generación. Son diez historias mínimas que, sin artificios ni adornos, van al hueso de los protagonistas, que quedan expuestos en sus contradicciones y su vulnerabilidad.
—Quizá todos los protagonistas tienen la necesidad de responder a un mandato —dice Gorodischer—, externo o interno. La vulnerabilidad tiene que ver con eso: están presionados con pequeños o no tan pequeños dramas cotidianos, están en situaciones de crisis, están bajo la mirada de los otros. No suelo trabajar con personajes fuertes, todopoderosos, si no con gente que se enfrenta a determinados problemas. Me parece que ahí está la riqueza y el potencial literario.
—Los cuentos terminan con los personajes en el umbral: los dejás en el momento en que van a dar una respuesta o van a hacer lo que se espera de ellos.
—Félix Bruzzone, que fue uno de los presentadores del libro, decía que es una escritura tensionada, que trabaja mucho las escenas y la tensión, y que los cuentos terminan cuando la acción está por comenzar o la decisión del personaje está por ser revelada. Tiene que ver con una estrategia narrativa de habilitar más posibilidades de lectura. Así como no trabajo maniqueísmos tampoco trabajo finales cerrados. No quiero decir que todos los cuentos tengan finales abiertos: "Sueños a 90 centavos", por ejemplo, es un cuento que cierra en términos tradicionales. Pero eso no implica que no haya posibilidades de lectura respecto de cómo va a seguir la vida de ese personaje.
—Recién decías que no trabajás con personajes fuertes, pero la protagonista de Los años que vive un gato, que era una nena que debía sobrellevar un tumor en la espalda, era un personaje fuerte.
—Que ellos tengan fuerza no implica que se lleven la vida por delante. Son personajes fuertes incluso en su vulnerabilidad. Me gusta trabajar esas potencias no explotadas. La protagonista de Los años que vive un gato, por más que tenga mucha fuerza frente a una situación límite, no deja de ser frágil. En este caso se replica eso: son personajes vulnerables pero no débiles. Lo que digo es que no trabajo con personajes que se lleven puesto todo, que vayan derribando obstáculos cual superhéroes, que sean cínicos o que no les importe la repercusión de sus actos.
Casi como en un experimento de laboratorio, Gorodischer saca a los personajes de las zonas de confort y observa cómo se comportan. Así, un adolescente que no cree en Dios pero no encuentra la manera de decirlo viaja a un retiro espiritual donde es rechazado por sus compañeros. O un hombre que durante años llevó con un rigor autoritario los negocios y la familia encuentra en la vejez la fragilidad de su cuerpo y la cercanía de la muerte.
—Al escritor que protagoniza “Hombres bomba” —sigue— no lo veo débil sino más bien como alguien que persigue un objetivo y echa mano a todo lo que hay en el aire buscando algo que sea totalmente nuevo. Esa es una vulnerabilidad que nos atraviesa a todos los escritores: el momento de la página en blanco y los recursos que cada uno encuentra al escribir. ¿Es posible hacer algo totalmente nuevo en esta época? Yo creo que no, como diría Goldsmith: la originalidad dio paso a la autenticidad. Lo importante son los procedimientos y las formas, pero él está preso en ese dilema y lo muestra en todas sus dudas, sus miedos, sus incomodidades.
—El problema de la escritura también circula en el cuento “Sudán, divino tesoro” donde se da una historia en espejo entre una periodista inexperta y un periodista consagrado. ¿Qué buscabas mostrar?
—Intencionalmente yo evito los grandes temas como Malvinas, la dictadura, el atentando a la Amia. Están presentes en los cuentos, pero mi intención es no abordarlos directamente. Tengo una literatura de personajes, no de temas. En ese cuento, buscaba representar que mi generación no ha vivido una guerra de cerca. Están aquellos que continúan la tradición de Fogwill o Gamerro y cuentan Malvinas de determinada manera, pero también hay otra posición, que es la de la evasión intencional del tema. En ese cuento una periodista quiere ser periodista de batalla en Tijuana y termina perdida en su propia neurosis, y luego hay un periodista consagrado que no puede salir de la habitación del hotel para narrar la guerra de Irak, que también ya es una guerra inenarrable. Ninguno de los dos está en un riesgo real. Malvinas aparece sólo con la imagen de Cristina hablando por la televisión en el aeropuerto.
Luego de Los años que vive un gato, Violeta Gorodischer publicó Buscadores de fe (Planeta), una serie de crónicas sobre búsquedas espirituales contemporáneas: desde la comida viva hasta la meditación al Arte de Vivir, desde los maestros magnéticos hasta la disciplina china de Falun Dafa, desde los rituales chamánicos hasta las transmisiones de energía. Gorodischer los retrata sin cinismos ni prejuicios: “Yo misma experimenté esas búsquedas para poder contarlas de la manera más objetiva posible”, dice. De aquellas experiencias le quedó un resto para ser trabajado en la ficción. Así nació el cuento "Exilio naturista", que antes de aparecer en Sueños a 90 centavos se publicó en la antología erótica 40 grados a la sombra. En ese cuento una pareja en crisis se va de vacaciones a una posada para hacer yoga y meditación. Cuanto más violenta se vuelve la relación, más apartemente pacífico se vuelve el entorno.
—Los relatos tienen como una cámara pegada al protagonista, pero él a su vez parece un ojo que todo lo mira: el entorno, el presente. ¿Hay un interés por registrar lo contemporáneo?
—Hay algo de captura del presente, sí. Tal vez por la profesión de periodista o por escribir cada vez más urgente, pero esto es como una especie de mapeo de una situación actual de determinados sectores de Buenos Aires en el 2015. Los personajes tienen la capacidad de que los escenarios interactúen con sus subjetividades. No es lo mismo una pareja en un exilio naturista con una búsqueda espiritual new age que una pareja en una terraza de un departamento a punto de separarse. Los contextos hacen que las subjetividades sean diferentes en cada uno de los cuentos.
—En Los años que vive un gato dijiste que habías trabajado con una falsa autobiografía. En este libro también parece que hubiera mucho de tu cotidiano: ¿te dejaste permear más por lo biográfico?
—No: al revés. Quise eclosionar el yo en diez personajes distintos. Justamente, la experiencia que sedimentó en mí después de la novela fue la posibilidad de decir lo que quieras como quieras, que no sos vos el que está hablando. Por lo menos mi perspectiva de la literatura es esa. Si quiero expresar mi opinión escribo un ensayo o salgo discursivamente a dar mi opinión. Pero lo que hago con mis personajes tienen múltiples lecturas posibles. Tal vez el personaje que más se me parece es la chica del primer cuento que trabaja como periodista y que estudió letras. Pero a la vez esa chica tiene un discurso diametralmente opuesto al mío. Por ejemplo, habla mal de la literatura de los noventa, con una posición muy esnob. Me han preguntado si yo pienso eso de la literatura de los noventa. Esa fue la literatura que me formó; yo estudié la carrera en el 2000. Y Antonio, que es un viejo a punto de morirse, tiene partes muy reflexivas que son exactamente lo que pienso respecto de la muerte, pero como es un personaje tan ajeno a mí a nadie se le ocurre preguntarme. En algún punto eso quiere decir que hice bien el laburo. Si nadie piensa que este viejo dice las cosas que digo yo quiere decir que está bien construido el personaje.
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