“Necesitamos consuelos para la imaginación”

Sábado 22 de agosto de 2015
El escritor colombiano William Ospina habla de su novela El año del verano que nunca llegó (Penguin): “Frankenstein y al Vampiro son seres históricos que las generaciones incorporaron a su propio sueño o a su propia pesadilla”, dice.
Por Patricio Zunini.
Foto: Cortesía Penguin Random House.
El resultado de lo que pasó cuando Byron, Mary Shelley y el Médico Polidori, entre otros, se encontraron en la Villa Diodati es bien conocido: los escritores románticos le dieron vida a Frankenstein y al vampiro antecesor del Drácula de Bram Stroker. Pero ¿qué sucedió en aquella casa? Y antes: ¿cómo fue que la casualidad los empujó hacia allí? «¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?» La pregunta borgiana tiene sentido ya que Borges —o mejor dicho, la preparación de una conferencia sobre Borges— dispara el misterio gótico de El año del verano que nunca llegó (Penguin), novela del escritor colombiano William Ospina, quien, como un lector-detective, recorre el mundo y los libros en busca de respuesta a aquellas preguntas, para reconocer que sólo consigue abrir nuevos interrogantes. Crónica, memoria, autobiografía, ensayo literario, El año del verano que nunca llegó es un libro para los enamorados de un género que hace centro en la muerte, pero que, sin embargo, cada vez parece estar más vivo.
De paso por Buenos Aires, Ospina habló de su novela con Eterna Cadencia.
—Quería comenzar por una idea que subyace en la novela, que es la tratar de encontrar el orden en el azar a través de los libros.
—No era mi propósito hacer un libro tan literario, tan dedicado a exhibir mis costumbres literarias, mis hábitos como lector y como perseguidor de historias, pero la verdad es que se me impuso y fue muy grato dejarme llevar tanto por el tema como por los recursos que el propio tema me dictaba. Tuve conciencia desde el comienzo que el libro no podía tener un guion ni un esquema prefijado, que tenía que actuar más con la intuición que con un método y que con lo único que me podía mover era con la certeza de que esta historia, que había sido contada tantas veces, seguía llena de enigmas. Como siento que, de todas maneras, permanece llena de enigmas, porque es una historia en gran medida inagotable como la literatura.
—A riesgo de insistir: yo creo que es el libro de un lector antes que de un escritor.
—Ciertamente es así, pero digamos que no es un ejercicio de lectura sino de un tipo de lectura que se deja llevar con entusiasmo de un tema a otro, de un libro a otro, de una época a otra y de un lugar del mundo a otro. Y bueno, yo soy un lector ese género. No sé si en otro tiempo habría sido tan fácil organizar un libro de esta manera porque está un poco mediado por los tics de la época: una época de enlaces, viajes, desplazamientos y la sincronía de cosas en distintas edades y lugares.
—¿Qué te convoca de la figura del monstruo?
—Con la generación literaria de los románticos de comienzos del siglo XIX llegó a Occidente una idea de belleza que después explorarían con más nitidez o más oficio gente como Edgar Allan Poe o Charles Baudelaire. Es casi una definición de la belleza en lucha con el clacisismo, en lucha con la idea de una belleza equilibrada, formal, armoniosa. La sensación de que puede ser bello lo inarmónico, lo sombrío, lo perturbador; sólo eso explicaría que a partir de esa aventura romántica surgieran frases como, creo que es de Baudelaire: "Lo feo puede ser hermoso, lo bonito nunca". Había unas formas de lo bello que estaban desterradas del mundo porque eran consideradas parte del mal y los románticos quisieron incorporar el mal en la definición de lo bello y eso está por igual en Las flores del mal, de Baudelaire, como Doktor Faustus, cuando Thomas Mann dice que la cultura no es más que la gradual y benéfica incorporación de lo monstruoso y lo sombrío en el culto de lo divino.
—¿El monstruo en América latina es siempre un hecho político?
—Bueno, es posible que lo monstruoso sea siempre político, no sólo en América latina. También fue Thomas Mann el que dijo que toda música es políticamente sospechosa. Pero bueno, la política latinoamericana se especializa en lo monstruoso.
—Recién te decías lector del género fantástico. Esta novela es de un realismo tal que hasta decidiste no forzar/ficcionar los hechos narrados. ¿Cómo funciona ese realismo en contraposición con el fantástico?
—Para empezar, hacer una novela realista sobre un par de monstruos de la era romántica no deja de ser una paradoja. Sin embargo, puedo percibir perfectamente a Frankenstein y al Vampiro como seres reales hoy, en la medida en que ya son seres históricos y que no son fruto de mi fantasía personal. Han sido incorporados por las generaciones a su propio sueño o a su propia pesadilla. Además estas dos criaturas tienen la virtud de haber escapado hace rato ya de la literatura y se instalaron en la realidad. Son más míticos que meramente literarios, cosa que uno puede decir de Don Quijote, de Jesucristo y de unos pocos personajes literarios más. Yo podría permanecer en un registro realista en esta novela, incluyendo a los monstruos como seres totalmente reales en la medida en que soy consciente de su dimensión histórica y de su existencia para el común de las personas. Eso plantea muchas reflexiones interesantes: una primera que me haría es qué pasa con Cristo, porque buena parte de la ciencia de la historia moderna, por ejemplo desde Hegel, establece pautas muy rigurosas con respecto a la reconstrucción y el análisis históricos; sin embargo, todos esos filósofos de la historia no dejaban de estar inscriptos en la leyenda y la tradición cristiana y no consideraban esto fantasía o ficción. Me parece importante tener en cuenta que buena parte de nuestra historiografía, aunque no se dé cuenta, pertenece al ámbito de la ficción.
—En la búsqueda del narrador, más de una vez aparece un libro de otro escritor como posible respuesta: desde Carrère hasta Andahazi. ¿Qué te provocaba encontrar esos libros: angustia porque otro se te hubiera adelantado?
—Cada vez que tienes un tema en las manos y encuentras que alguien ya lo tocó no dejas de sentir el riesgo de que la historia se te haya escapado. Pero cuando lo viví repetidas veces y mi obsesión sobrevivió a esos hallazgos, más bien me reconcilié con todos esos libros. Empecé a sentirlos parte de una cofradía secreta que interrogaba un tema que bien podría ser inagotable. La historia de Villa Diodati podría tener sus analogías con el Ciclo de Bretaña o el de Rolando precisamente porque se ramifica en muchas historias y depende de quién la mire y por qué puerta entre, va a encontrar otro paisaje, va a encontrar otra perspectiva.
—¿Cuál es el sentido de la ficción hoy?
—El bálsamo del relato fue una de las primeras invenciones de la humanidad: necesitamos consuelos para la vida, pero sobre todo necesitamos consuelos para la imaginación. En un mundo como este, nuestra imaginación podría extraviarse en el vértigo a cada instante si no encuentra la manera de canalizar sus asombros, sus perplejidades, sus miedos, sus deleites y darle una forma más o menos acabada que cada día será distinta. De manera que para mí la literatura pertenece al linaje de la plegaria y al linaje del canto y tiene un efecto sanador sobre la imaginación de los individuos y desde el origen de las sociedades. Yo creo que individual y colectivamente hacemos literatura para no enloquecer.
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