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¿Qué hacemos con México?

El escritor mexicano Alvaro Enrigue habla de Muerte súbita (Anagrama), novela por la que ganó el premio Herralde de Novela. “La literatura mexicana se acobarda ante el problema de la política”, dice.

Por Patricio Zunini.

enriguealvaro

Una larga noche de alcohol y excesos termina en duelo: se baten el poeta y el pintor, pero ya no con espadas sino con raquetas. Estamos en la Roma moderna y decadente del siglo XVI, reconstruida por el papa de hierro y el tenez prefigura el tenis, pero con contacto físico, más violento. El poeta es Quevedo, que escapa de la justicia por haber asesinado; el pintor es Caravaggio, en pocos años sufrirá el mismo destierro. Con la destreza que lo caracteriza, Alvaro Enrigue escribe una novela fragmentada con el ritmo de un partido de tenis: Muerte súbita sigue a los dos artistas criminales pero a la vez refleja la conquista europea de Hernán Cortés y el México prehispánico violento donde ya no hay artistas sino, simplemente, criminales. El resultado se conoce de antemano; de hecho, el narrador confiesa que escribe harto de que siempre ganen los malos.

 

La última pregunta de una entrevista para este blog que te hizo Carmen Cáceres por Decencia fue: ¿Hacia dónde va la literatura? "Los escritores siempre van para atrás”, respondiste. Una frase ambigua. Me gustaría que arranquemos de ahí.

—El escritor es un profeta de lo que ya pasó, los escritores son hijos de San Pablo. El deber de un escritor es dar testimonio de un tiempo, todo lo demás es cursilería. Lo que hace un escritor… Lo que hago yo, hablar de “escritores” es demasiado. Lo que hago es tratar de organizar cómo fue que llegamos a esto. A lo mejor es porque en México el presente es tan urgente siempre. Si fuera un país en el que no pasa nada tendría otra perspectiva y sería un escritor lírico y no preocupado. Pero me parece que un escritor está siempre construyendo con el pasado. No quiere decir que no imagine el futuro; hay casos claros de escritores que escriben una circunstancia que después sucede y no estoy hablando de gestos proféticos sino de que los escritores que de algún modo fueron las conciencias de las sociedades y entonces proponían mapas de rutas para ciudades, países, barrios, que al final se cumplían. Pienso en Gutiérrez Nájera, el gran cronista de la ciudad de México del siglo XIX, que escribe sobre una ciudad que no existe, parisina, millonaria y cosmopolita: 30 años después de su muerte la ciudad de México es así, cuando él estaba escribiendo en un pueblo de mierda.

Decís mirar al pasado pero más de una vez dejaste en claro que no hacés novela histórica.

—Ciertamente cada vez me interesa menos escribir sobre el mundo contemporáneo, pero la novela histórica, como el policial o la novela de ciencia ficción, tiene reglas y no me interesan. O a lo mejor sí, pero ni siquiera las conozco. Los libros que he estado escribiendo suceden en el pasado, pero es más bien porque el presente está desgastado por la lluvia de información. En este momento México está muy carneado de información por todos lados. En mi rol de profeta de espaldas me interesa decir algo distinto. Muerte súbita es sobre un personaje que está en el siglo XXI en una biblioteca, es un hombre sufriendo un duelo emocional que cuenta la historia de un duelo a raqueta.

En tu primera respuesta mencionás a Gutiérrez Nájera. Recuerdo tus recomendaciones de leer a Revueltas, por ejemplo. ¿La literatura que leés también está por fuera de lo contemporáneo?

—Definitivamente. Siento que es un derecho que he ganado. Durante 20 años fui el reseñista más alerta, leí todas las novedades, estuve en la punta de la escritura latinoamericana viendo qué salía, quién hacía qué. Hubo un momento en que eso me cansó y ahora sólo leo lo que quiero. Desde los 19 años fui un crítico profesional, escribí una reseña a la semana durante décadas. Tengo la impresión de que cubrí mi cuota de actualidad.

¿Por eso vivís en Estados Unidos?

—Yo creo que vivo en Estados Unidos porque ya no tenía ganas de estar en la batalla de todos los días. Fue interesante, fue divertido, pero para mí es hora de retirarme y empezar a leer lo que me gustaría leer, situarme como lector en la tradición mexicana que me interese. Hace unos años descubrí que el único lugar en el que se puede lugar son los aviones, es el único sitio en donde nadie te jode. Entonces he intentado crear espacios de lectura. Dejar México también pasa por ahí. Siento que estoy dando varios pasos hacia atrás, tratando de desconectarme con muchas cosas con las que estuve desconectado.

En Muerte súbita se compara al tenis con la esgrima; yo creo que por la épica se podría comparar con el boxeo.

—Es un duelo. Nunca he visto un juego de tenis; nunca entendí cómo se jugaba en el tenis en ese tiempo. El juego es un vehículo para ir presentando a los personajes, es una estructura, no un relato. Los capítulos tenían que ser muy rápidos para que fuera como un peloteo de tenis.

El trato hacia los papas de entonces es muy crudo, muy duro. ¿Habrías escrito esta novela con Bergoglio ya papa?

—Tengo mucha admiración por los jesuitas. Mi escritor favorito en el universo es San Pablo; creo que la novela contemporánea no la inventó Cervantes sino San Agustín. Tengo una formación católica muy cabrona, adoro esa tradición. Nada me divierte tanto como leer libros de vidas de papas. No soy un católico practicante pero llevo a mis hijos a misa de gallo en Navidad, porque creo que en la medida en que seamos gringos, pertenecemos a una tribu distinta. Dicho todo eso: ¡me cagan los huevos los curas! Fui a un colegio de curas, eran una bola de violadores y abusivos. Hay que ir sobre ellos. A lo mejor con 2000 años de papas como este podríamos sentarnos a discutir, pero nos deben mucho. Son la gran máquina de igualación y de exterminio. La universalización del modus operandi mercantilista de la cultura occidental pasa definitivamente el Vaticano.

Hay una escena en donde el papa habla con sus protegidos y mencionás a Leónidas Lamborghini.

—¡Qué libro ese, carajo! Leí a los dos hermanos; me gusta más Leónidas. Imagino que Argentina se divide entre quienes prefieren a uno u otro. Entré a él por Trento, una novela maravillosa que escribió sobre la contrarreforma, un libro cortito que estaba en la biblioteca pública de Nueva York, y a partir de ahí lo fui leyendo porque soy un escritor muy desidioso y un lector muy disciplinado. Entonces en lugar de escribir leía libros de Lamborghini.

¿Muerte súbita es una mirada hacia América desde Europa?

—Yo quería escribir una novela en la que saliera Caravaggio desde hace muchos años. Me atraía mucho, pero sobre todo me interesaba la cosa del gran artista que es un criminal. Es un tema muy literario al tipo de cosas que escribo: machos en declive. Me parece que la novela derivó naturalmente hacia lo que yo escribo, que es sobre México. Muerte súbita es una novela sobre la violencia del México actual, es una novela de decapitaciones, es una novela sobre cómo México se integra en un proceso de globalización y mercantilización. Y cómo ese proceso produce la decapitación de un montón de cosas y la destrucción de formas de diversidad imaginada.

Hacia el final el narrador interrumpe el texto y dice: «Los mexicanos no somos descendientes de los mexicanos sino de los pueblos que se sumaron a Cortés para derrotarlo. Somos un país con un nombre hecho de nostalgia y culpa.»

—Es estrictamente cierto. Siempre he envidiado a Vargas Llosa que cuando empieza a escribir una novela ya sabe de lo que se va a tratar. Yo nunca tengo ni la más remota idea. Pero creo que al final esta es una novela muy mexicana. Hay gestos incluso de arrogancia. Caravaggio y el indio que hace arte con plumas tienen el mismo peso, la misma importancia. Nada más que uno no es blanco entonces no llega a los museos —o llega a etnológicos. Una de las preguntas de la novela es la que está en todas mis novelas: ¿Qué hacemos con México?

En ese mismo momento el narrador dice «Escribo muy enojado porque los malos siempre ganan».

—Es cierto, siempre ganan. Esto que decía sobre sentir que ya cumplí mis cuotas con la actualidad, con la crítica y el público, también tiene que ver con que crecí en este mundo donde sólo importaba el prestigio y donde la ideología estaba prohibida, a menos que fuera la del grupo de Octavio Paz. Respeto a Paz, pero nunca me sentí cerca. Soy una persona de izquierda y de algún modo mis primeros libros adolecían de una falta de conocimiento de que, en el fondo, toda la escritura es política. Siempre lo he sabido, pero me cuidaba mucho. Ahora que estoy viejo, ahora que la crítica me ha crucificado sin misericordia y me ha dado unos abrazos larguísimos, ahora que ya nada de ese mundo me interesa, puedo escribir una novela sobre las cosas que me irritan: como que los putos malos siempre ganen. Tengo 45 años y nunca he votado por alguien que se convierta en presidente, nunca me ha pasado. Esas expresiones de hartazgo que no me permitía como escritor joven porque tenía que mantener cierto cool, ahora me encuentro: quiero dar un mensaje político claro y directo.

En Argentina todo texto es político. El amor, la erótica, el autoconocimiento son temas que se abordan desde la política. ¿Por qué no es así en México?

—Yo tendría la impresión como espectador remoto que ese es el grado cero del que se escribe. El dictum de Laclau: toda escritura es política. En México era justamente al revés, una escritura que se politizaba dejaba de ser literaria. Ese era el dogma de la generación de los escritores de la generación del ’32: Salvador Elizondo, Sergio Pitol, Margo Glantz. Por supuesto que los respeto mucho, son mis abuelos, figuras tutelares, muchos de ellos mis maestros.

Pero todos ellos son escritores que abordan la política.

—Creo que nosotros interpretábamos que la orden era que hubiera una asepsia política. No lo sé muy bien, somos una generación a la que le costó mucho trabajo. Las figuras tutelares, Fuentes… Imagínate que aquí hubiera habido dos Borges. Era horrible. No tengo nada contra ellos, al contrario, conforme va pasando el tiempo los leo con menos rencor y me gustan más. Pero esas figuras manteniendo el corral en orden eran insoportables. Entonces se produjo una literatura que no quería meterse en los pleitos que había en las revistas. Nunca aparece enunciada en ninguno de nuestros libros. Escribir desde la izquierda era muy incómodo porque era la verba de tus profesores. Es por eso que siempre los discursos políticos en la literatura mexicana están muy escondidos. Creo que la literatura mexicana esquiva el problema de la política, se acobarda ante el problema de la política.

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