Mantener vivo el soporte

Jueves 03 de julio de 2014
Continuamos la serie de entrevistas a libreros. Hoy, Ecequiel Leder Kremer nos cuenta la historia de Hernández y también se refiere al lugar del libro en Argentina.
Por Valeria Tentoni.
Damián Carlos Hernández, “un librero a quien la generación de los 60 y 70 hemos proclamado nuestro Librero Mayor”, según Osvaldo Bayer, fundó la librería que lleva su apellido. Inició su actividad en 1955 con Distribuidora y Editores Reunidos y en los sesenta abrió la primera sede junto a su compañera Emilce García de Hernández. “La legendaria librería Hernández, donde aquella juventud hablaba de todo, discutía de todo y leía de todo”, avanza Bayer en una contratapa de Página/12 de 2007 donde dice, además, que sueña con que se levante en alguna plaza de Buenos Aires una escultura en homenaje al Librero y una calle con el nombre de Hernández. Bayer fue, además, quien estuvo a cargo del prólogo para el libro con el que celebraron los cincuenta años del espacio y la memoria de ese librero que “escuchaba pero recomendaba la lectura de aquél, de éste o del absolutamente nuevo que aparecía en una editorial de barrio”.
Ecequiel Leder Kremer la dirige desde hace más de veinte años, y también forma parte de la Fundación El Libro y es Presidente de la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines (CAPLA). Con él conversamos:
Hernández tiene más de cincuenta años, ¿cómo fue fundada y con qué perfil?
Abrió como librería hace unos 55, 56 años, en Avenida Corrientes 1580. Después nos mudamos para acá. Abrimos otra sucursal hace unos diez años, aproximadamente, también sobre la avenida. Hernández es una librería tradicional, con sus características específicas pero también con cierto perfil prototípico que comparte con las librerías de la calle Corrientes; tiene este formato alargado, donde hay muchos títulos en exhibición. Apostamos mucho a la completitud, somos una librería generalista pero con un perfil marcado en ciencias sociales y literatura. Nuestro público es uno de paso y también hay clientes desde hace muchos años. Lectores y mucho público universitario, docentes, profesionales, psicoanalistas. También hacemos énfasis en el libro de arte y ponemos el acento en poesía, que es un género que no se encuentra normalmente muy destacado en librerías. Tenemos una fuerte identificación con las editoriales independientes. Tratamos de darles un buen espacio, sin dejar de lado por supuesto a la excelentísima producción que hacen las grandes editoriales, tanto en ensayo como en narrativa. Ese es, básicamente, nuestro perfil. Hernández es una librería que estuvo clausurada durante la dictadura militar. Su fundador tuvo que ir al exilio durante los años de plomo, después retornó.
Durante ese tiempo ¿la librería estuvo cerrada?
No, estuvo abierta, salvo un periodo de clausura, que habrá sido de unos seis meses, aproximadamente. Después se reabrió, pero su fundador original permaneció en el exilio hasta el año 83, con el regreso de la democracia. Ahí volvió.
La había fundado con su mujer, ¿se fueron juntos?
Sí, pero él estaba afuera y ella iba y volvía de Uruguay a Buenos Aires, porque sus hijas estaban acá. Él ya no vive y ella, Emilce García de Hernández, todavía trabaja acá en la librería, siempre se la puede ver a la noche. Ha pasado los 85 años, pero viene: la librería es gran parte de su vida, se siente activa, le gusta venir.
¿Y cuál fue la historia de ese deseo de ellos, de armar una librería?
Él comenzó trabajando en la editorial Emecé. Le gustó el libro, le gustó el mundo del libro, y finalmente le surgió la posibilidad de poner la librería. Y lo hicieron con mucho éxito. Acá era muy habitual ver grandes extensiones de libros del Centro Editor de América Latina y de Eudeba, que eran las dos editoriales por excelencia que representaron la movida editorial de los 70 en Argentina. En ese momento, Hernández era fundamentalmente una librería con mucho ensayo político, también con literatura, pero era la época, y Hernández festejaba esa época, en donde el libro de política y el lector militante eran el elemento fundamental que habitaba la librería. Hoy seguimos trabajando los libros de política, seguimos teniendo un perfil y una identidad, pero tal vez nos hemos ampliado más a la literatura, a la filosofía, a la sociología, al psicoanálisis, todo lo atinente a las ciencias humanas.
¿Cambió el perfil de la zona donde está la librería en estos años?
Hace cincuenta años la calle Corrientes ya se caracterizaba por tener librerías muy antiguas, como Palumbo, Corrientes ya era la calle de los teatros, la avenida que nunca duerme. Entonces había mucha sinergia entre teatros, bares y librerías. La calle Corrientes, de todas maneras, ha cambiado; todo cambia en un periodo de tiempo tan importante como este. Pero sigue teniendo esa cosa, de noche, de los paseantes que van visitando librerías. Creo que el libro no ocupa un lugar tan central en otra avenida de Buenos Aires como en esta, que sigue siendo una gran arteria de circulación. Tal vez, el hecho de que hay pocos cines, porque en estos años los cines migraron de las calles a los shoppings, y eso también produjo un cambio de público, los públicos de cine y librería tienen mucha empatía.
¿Cómo piensan la figura del librero?
Cuando busco libreros pienso fundamentalmente en alguien que sea lector. Nosotros nos creemos capaces de, a un lector que tenga las condiciones y las ganas de hacerlo, transferirle la experiencia y las herramientas necesarias para llevar a cabo la atención al público, la parte de gestión de ventas, el diálogo con el lector visitante, el manejo de nuestros sitemas, bases de datos, la mecánica de publicaciones... Todo eso creemos que se lo podemos transferir, de alguna manera, y además contamos con el inestimable aporte de la Escuela de Libreros, que ya va por la cuarta edición. La Escuela la hacemos entre la Cámara de Libreros, la Universidad Tres de Febrero, el Ministerio de Cultura de la Nación y el Ministerio de Trabajo. Es un curso que dura dos meses en la UNTREF, una capacitación para trabajar en librerías. Nosotros tenemos varias personas acá trabajando que han hecho la Escuela de Libreros. Pero el requerimiento, cuando tomamos a alguien, siempre es que tenga pasión por la lectura y por compartir, de alguna manera, lo que ha leído. Eso queremos que se traiga originalmente: nunca tomo a nadie que no tenga superficie de contacto con el libro. Lo fundamental es ser lector: no alcanza con eso, pero es una condición absolutamente necesaria e imprescindible.
En una entrevista decís que “toda buena librería es de fondo”.
En general, en Argentina, salvo algunos posicionamientos muy específicos -como puede ser un aeropuerto que tiene muy alta rotación- todas las librerías, la mayoría de las que conocemos, son librerías de fondo. No por un tema meramente vocacional, sino porque en Argentina si una librería no es de fondo no subsiste. Es decir: no susbsistís solo con la venta de novedades. Y no solo con las novedades, si sumás los best sellers, digo: con los cien títulos mas vendidos no haces más del 20% de la venta. Las ventas provienen más de los catálogos de las editoriales que de las novedades.
¿Cómo ves el estado de la bibliodiversidad hoy en Argentina?
Argentina es una plaza absolutamente bibliodiversa, lo que quiere decir que el lector que disfruta del placer de la elección está en un ámbito maravilloso e inmejorable. Se publica mucho, se publica bien, se publica con buen arte y con mucha tradición. Y no solamente se publica sino que se reimprimen cosas agotadas; esto es muy importante en las políticas editoriales y se siente mucho en las librerías. Y las librerías, por su parte, no trabajan solamente con los libros que están consignados. Los libreros también compramos libros; el libro comprado no se vende pero sigue estando, garantiza cierta continuidad, cierta completitud. El librero, si el espacio se lo permite, tiene libros de baja rotación que en lo comercial no son tan importantes, porque quizás no se vende tanto, pero en lo cultural sí lo son. No sé, las cartas a Louise Colete de Flaubert, bueno ¿cuánta gente puede entrar a pedirte eso? No mucha. Pero si sos una librería comprometida con la literatura y pretendés tener todo Flaubert, bueno, es un libro que seguramente tenés que tener, más allá de la ecuación que podés hacer de venta. Desde el servicio sí te cierra. Para eso hace falta ese trabajito de hormiga: no solamente tener cincuenta ejemplares del boom del momento sino también un ejemplar de esos libros que se venden cada seis meses.
¿Cuántos libros tienen?
Y, debe haber alrededor de 200 mil libros, o un poco más. Está lo que se exhibe pero abajo está todo el depósito.
Abajo también se hacen las firmas de libros. ¿Recordás alguna en especial?
Ahí, donde estás sentada vos, lo tuve sentado con un ataque de asma a Mario Benedetti una noche que vino a firmar ejemplares. Benedetti era un asmático muy severo. Esa mañana había tenido un ataque, nosotros no sabíamos, pero vino igual. Estaba con su editor acá en la oficina y toda la gente esperando afuera. No quería saber nada con suspender. Yo pensaba ¡mirá si se muere Mario Benedetti en nuestra librería! Se recompuso, maravilloso, ¡y el compromiso que tenía! La cola llegaba hasta la vereda, iba hasta la esquina y daba la vuelta. “No, con toda esta gente cómo me voy a ir”, me decía. Ventilamos, se mejoró, bajó y empezó a firmar. Estuvo como tres horas firmando y firmando, la gente venía con la pila de libros de la casa.
¿Bajaron las ventas desde la salida de los libros digitales?
No. Lo que hace bajar las ventas del libro no son los libros digitales, sino otras alternativas contra las cuales el libro no puede competir. Por ejemplo, las series. Hoy muchísima gente mira series: las mira en televisión, en la computadora y le dedica muchísimas horas a eso. El tiempo para la lectura se recorta drásticamente o, en algunos casos, desaparece. Hay series maravillosas: grandes libretos, grandes actuaciones, grandes puestas en escena. Y, desde el punto de vista de lo gnoseológico, de la estructura mental, es más fácil mirar una serie de televisión. Es más fácil mirar televisión que abrir un libro. El libro es una experiencia maravillosa, que seguramente es irremplazable, pero es exigente con el lector. La lectura necesariamente tiene que ser participativa; si vos no paricipás en la lectura, si no reescribís a medida que vas leyendo, de alguna forma, e interpretás y escenificás e imaginás, la lectura no tiene lugar. No se puede dar. Es una cosa mecánica donde no ocurre nada, solo un recorrido de renglones. Y la televisión no nos pide tanto: uno puede mirar televisión dormido, prácticamente. Pero no puede leer dormido. Y, bueno, el libro ya no ocupa ese lugar de soporte exclusivo, primordial, hegemónico para la distribución del conocimiento, sino que tiene un lugar no diría marginal pero sí más cerca de la periferia. No obstante yo creo que la lectura es muy importante, en la etapa de formación, de capacitación y de desarrollo, en el proceso educativo. Es un aporte imprescindible: una cosa es leer imágenes y otra cosa leer palabras. Y creo que hay que pelear por el mantenimiento de la actividad librera y editorial. Que haya muchas editoriales y muchas librerías por mucho tiempo. Mucha gente cree que el libro electrónico le recorta espacio al libro en papel. En Argentina, la venta de ebooks es muy baja, y está el otro tema, el de los precios. Cuando vos pagás un libro en papel comprás, además del contenido, papel, un diseño, colores, una encuadernación, una perdurabilidad. Un objeto que podés acumular, exhibir y compartir. Y, también, accedés a una propiedad: el libro es tuyo, lo tenés ahí. Con el ebook lo que comprás, fundamentalmente, es un derecho de uso, que no tiene la perdurabilidad ni la garantía de propiedad que tiene el objeto de papel. Y que, además, no tiene las bellezas intrínsecas que tiene un libro bien editado en papel. Sí tiene una pragmática importante, porque podemos leer en una tablet, en un smarthphone, La guerra y la paz en un subte atiborrado de personas, o El Quijote, como en mi caso, que lo leo en el subte. Y eso es maravilloso. Ahora, me parece que en tanto soporte la literatura sigue pasando por el libro en papel. Y, de hecho, hoy si hacés una mirada desde lo económico vas a ver que el libro electrónico, en muchos casos, es una división dentro del sector editorial o dentro del sector librero sustentada por el libro de papel. Es algo que no hay que perder de vista: la edición electrónica no es autosustentable todavía (caso aparte Amazon, Estados Unidos, que es otra cosa). Pero para un editor hacer solo ediciones electrónicas hasta ahora me parece que eso no pasa por la criba de la rentabilidad. Por mas que uno diga: no tenés invendibles, no tenés rechazo, no tenés deterioro, no tenés que pagar depósito y no tenés que pagar transporte... Todo eso es cierto, pero eso no quiere decir que no haya costos. Y hay costos nuevos: hay costos de hosteo, de DRM, de inversión en tecnología. Y siguen estando, por supuesto, los costos de diseño -y a veces hay que hacer más de una versión, según el soporte- por supuesto que las correcciones y las traducciones siguen estando a la orden del día, y los derechos de autor se reparten de forma distinta, porque los autores acceden a un porcentaje que puede ser el doble o el triple que en el papel. Me parece que el papel y el electrónico, por muchos años, van a ser complementarios y que, seguramente, algunos textos que son más afines y naturales al formato electrónico, tal vez que sean de alguna manera más efímeros, se desarrollen mejor en el formato electrónico. Las predicciones respecto de cómo se va a comportar el libro electrónico no se vienen cumpliendo. Y, desde el punto de vista cultural, me parece muy importante que el libro electrónico aunque se vaya afianzando, no signifique la desaparición de la librería ni del libro en papel porque eso, me parece, que tendría un costo en lo cultural, un impacto altísimo.
Claro, no me imagino en qué lugar quedaría el librero en un escenario únicamente de libros electrónicos.
En ese escenario no hay librero. A ver: yo moriré vendiendo libros, pero mi hija se dedicará a otra cosa, seguramente. O sea, el librero puede desaparecer. Mas allá de que lo lamentemos, el tema fundamental no es la preservación del oficio librero, que queremos preservar y que defendemos: el tema fundamental es la preservación de la literatura. ¿Hay literatura en un mundo solamente digital? ¿Qué características va a tener? ¿Cómo se va a distribuir? ¿A quiénes va a llegar? ¿Dependerá un autor en el futuro para vender su libro ser considerado por Telefónica o por Amazon? Tenemos un modelo conocido, que tiene muchos defectos, pero que medianamente funciona: hay editoriales, hay librerías, hay vidrieras, hay color local –y esto se pierde, porque cómo le pedís una vidriera a Amazon. Creo que hay cosas que las tenemos tan incorporadas que no suponemos que se pueden perder, porque están en nuestra esencia. De alguna manera, cada uno tiene que aportar para defenderlo. Una forma de hacerlo es haciendo buenas ediciones, manteniendo vivo el soporte, estando cerca de los lectores y cerca de los autores, cuidando lo que se publica. No publicar porque tengo un plan de negocios y tengo que publicar tantas novedades al año, sino publicar los libros que es necesario que sean publicados porque es importante que lleguen a los lectores. Lo mas importante es no debilitar a la industria, y una de las formas de no debilitarla es no hacerla obsesa.
Otras entrevistas de la serie
Entrevista a Debora Yanover, directora de Librería Norte.