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Los romances de la negra rubia

Durante la presentación de la última novela de Gabriela Cabezón Cámara, Romance de la negra rubia, Alejandra Zina y Julián López leyeron los textos que publicamos a continuación.

presentación


¿Qué forma tiene la fe? (por Alejandra Zina)

Mi mamá estuvo pupila en un colegio religioso desde los 9 hasta los 14 años, odiaba las monjas y todo lo que le hiciera acordar a ellas. Con mi hermana pasamos la infancia escuchando sus relatos terroríficos del internado: la niña pobre que pagaba su cuota con trabajos de cocina y limpieza, tiritando en las noches de frío, escondiendo bajo la almohada un collarcito, unos aritos, para que no se lo sacaran las hermanas auxiliadoras ni se lo robaran las otras pupilas.

Me fascinaba su historia porque al final era la historia de una niña-sobreviviente. Una heroína.

Su vuelta a la iglesia fue una cosa inexplicable (como tantas otras cosas que hacía mamá), sus visitas a la Iglesia de San Jorge, las charlas con el cura, la fuga hacia un mundo que nos estuvo vedado. Nos criamos en una casa donde la religión era rencor; cómo entender que ella, la abanderada de los libros, la ciencia y la razón, fuera convocada para leer sermones en la misa.

La fe es algo misterioso, cuándo llega, cuándo se va.

En el Mundo Cabezón Cámara, la fe, aparte de misteriosa, es sensual, calentura de cuerpo y corazón, culminación amorosa. El Romance empieza con un desalojo violento; ¿será eso también la fe? La de la Negra, la de sus muchachos, la de mi madre. ¿El campamento donde van a parar todos los desalojados?

El Romance de la negra rubia se alimenta del mismo pan que La Virgen Cabeza, Le viste la cara a Dios y Beya.

¿Qué forma tiene la fe? ¿Cómo se pone a prueba? ¿Quiénes la inspiran? ¿Puede alguien hacerse santo a voluntad?
La narradora -que también se llama Gabi, como la autora, con quien por momentos se confunde e intercambia roles- se inventa como santa y hace de su investidura un arma. Cómo me hice santa, se titula el segundo capítulo.

Gabi-personaje tiene algo de crápula, de heroína del siglo XXI que está dispuesta a cruzar ciertos límites para hacerse un lugar en la Tierra y en el cielo de sus comuneros.

La fe es poder y autoridad. También eso.

Romance de la negra rubia es una novela política. En verdad, todo lo que escribe Gabi es político, en el sentido de que desenmascara creencias y formas de poder: el sexo, los medios, la policía, los partidos políticos, la comunidad arty, la iglesia, la lengua que expresa y encasilla a la vez.

Mientras Beya que es la víctima en su grado más brutal tiene una sola carta para jugar o morir; la Negra Rubia, entre cogidas y sacrificios, consigue el mazo completo. Manipula, recluta, diseña estrategias. Se vuelve la otra la cara de la moneda: combate poder con poder. Esta es para mí la contradicción más atrapante, ¿queremos o no queremos a la Negra Rubia? ¿La justificamos o la seguimos ciegamente, como se sigue a una santa, a una jefa espiritual, a un amor loco, hasta que la muerte nos separe?

Yo conocí la fe religiosa con la literatura, por la literatura de escritores como Gabriela, Selva Almada, Leo Oyola, como si recién ahí se me abriera un mundo que estaba tan cerca y tan lejos. La literatura trayéndome palabras tan extrañas como vírgenes, sacrificio, dios, diablo, pecados. Antes, era un cuento descuajeringado, agujereado, donde entraba la estampita de Ceferino Namuncurá que ponía mi abuela al lado de la tarjeta del Prode y las películas del Vía Crucis que pasaban en la tele para pascua y navidad. Sin embargo, fueron los libros que había en mi casa los que me trajeron hasta acá. Como la fe, ellos son mi campamento en el desalojo, mi fuerza, mi crisis, mi creencia ciega. Donde todo vuelve a empezar. Como en esta historia que presentamos hoy, que arranca en un pueblito con su paraisito perdido y su principio de principios.

La escritura de Gabi no te invita a leer, te empuja. Y no queda otra. Hay que dejarse arrastrar y barrenar en su lengua inesperada, ebria y resacosa. Como una buena noche. Como una mala noche. Vital, callejera y erudita. A celebrar. La poeta bardo sigue cantándonos la canción.

///

El poniente no se cicatriza (por Julián López)

Hay una escena en un poema de Borges que me persigue, es el verso final de un texto sobre el campo que leí en los años mozos y que, nunca entendí bien por qué, siempre supe que se iba a quedar en mí. El verso dice: el poniente no se cicatriza y ahí está inscripto algo que también leo en la literatura de Gabriela, algo que descubro y redescubro en el Romance de la negra rubia. El poniente no se cicatriza, la melancolía de lo último de la tarde, el peligro por la inminencia de la noche en la intemperie pampeana, en ese paisaje yermo de cielos fabulosos. Y la idea de la cicatriz, la herida de una juventud que se hace marca con el paso del tiempo, la identidad de lo perdido, la añoranza de una juventud leída como lo que sangra, del ímpetu leído exclusivamente como juventud, la identidad como el atardecer de una jornada de sangre fulgurante. Supongo que cada quien plantea su relación con los libros de la manera que puede: hay quienes demandan entretenimiento, adscripción a un discurso determinado, vanguardia, etcétera. Yo suelo pedir al libro que me toca leer un auxilio, ayuda para lidiar conmigo, con el rastro de eso que me marcó, ese poniente que no cicatriza, la complejidad que suponen la violencia y la belleza como filtros casi únicos de la experiencia. Y Romance de la negra rubia en ese sentido es como un compendio: cada párrafo es un golpe de tradición, de tragedia, de clasicismo y de drama nacional narrado con la belleza rotunda de lo mítico, con la sutileza de los relatos de origen y con las imágenes más elocuentes de lo actual. Gabriela tiene la destreza pugilística no del cross a la mandíbula, la escritura de Gabriela, en todo caso, es la paliza que renueva, su libro es una traducción del dolor, de la compasión, de la furia. La Negra rubia resuelve en su cara impropia la cuestión repitente y espamentosa de la identidad, el discurso de una pretensión, la Negra rubia se mete con la relación primordial, uno frente al Estado que arrasa y luego recupera. Gabriela dice que escribe para pensar y que adora la materialidad de las palabras; eso queda manifiesto en la notable belleza y en la delicada y potente invitación que hace a reflexionar sobre la violencia institucional, sobre la soledad y la promesa del encuentro, sobre la eternidad de una dinámica facciosa, sobre las relaciones de poder siempre demasiado inclinadas, sobre la pretensión jactanciosa de una identidad nacional.

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