Literatura y enfermedad, efecto dominó

Miércoles 18 de febrero de 2015
Cecilia Fanti y Bárbara Duhau hablan de los libros que escribieron con centro en la enfermedad. "Empezar a contar también es una forma de empezar a contarte", dice Fanti.
Entrevista: Mariano Vespa (@siskador).
Jorge Barón Biza decía que la autobiografía, como elemento integrador, servía para salvarse de la muerte. A propósito, ponía como ejemplo la lápida, no sólo como soporte sino como un género discursivo romántico en sí mismo, capaz de brindar más detalles que una mera partida de nacimiento o defunción. A pesar de la decisión de quitarse la vida prematuramente, la escritura era para Barón Biza un elemento vital, un estado de gracia. ¿Qué sucede cuando una enfermedad toma posesión del cuerpo de un escritor o de alguien de su entorno? La respuesta puede encontrarse en variadas referencias, desde Thomas Mann o León Tolstoi, hasta Roberto Bolaño o Sylvia Molloy, por citar solo algunas. En el transcurso de una enfermedad, desde el primer diagnóstico hasta la unción en el peor de los casos, se desarrolla un proceso de aprendizaje, una internalización de los avatares que contribuye a un cambio en la percepción. En ese sentido, la escritura puede ser una solución, pero también se manifiesta como un nuevo síntoma.
Cecilia Fanti (1985) y Bárbara Duhau (1989) son dos narradoras jóvenes que tematizan el vínculo entre la enfermedad y la escritura. En su Diario de la hepatitis, César Aira decía que la prosa es el mecanismo de los paréntesis. En ese estado se sumergió Fanti en 2012, cuando fue atropellada y sufrió un politraumatismo. Ni bien salió de la internación, comenzó a escribir una bitácora como forma de entender cómo en dos meses su historia clínica ya tenía peso específico. Cecilia Fanti estudió Letras en la UBA y trabaja generando contenidos en la editorial Penguin Random House. Publicó en las antologías El tiempo fue hecho para ser desperdiciado (Santiago de Chile: Libros del Perro Negro, 2011) y Felices juntos (Tenemos las Máquinas, 2014). El caso de Duhau es distinto: una de las protagonistas de Forasteras (La parte maldita, 2013) está basado en la experiencia que tuvo su madre con el cáncer de ovarios. La novela no sólo se inscribe en los pasillos de la quimio, no solo transmite los avatares del dolor ajeno, sino que explora también las representaciones que se hacen sobre el cuerpo tanto propio como ajeno. Forasteras es el segundo libro de Duhau: en 2009 publicó el libro de cuentos Criaturas insensibles (Ed. Galmort).
Dialogamos con Cecilia y con Bárbara para entender de qué se tratan sus propuestas.
—Mi mamá se enfermó de cáncer de ovario —dice Bárbara Duhau— y al principio fue esa incertidumbre de no saber qué le pasaba, no saber con qué iba a enfrentarse, no saber qué era lo que estaba viviendo y como a mí me sirve escribir para tratar de comprender qué que pasa o qué me pasa, traté de que escribir sus experiencias con el médico, con ella misma, con sus batallas personales. Mucho tiempo después me pareció que podía ser moldeado para contar una historia sin caer en la depresión, en la melancolía. No tuvo una pretensión literaria fue más como un ejercicio de comprensión.
—Empecé a escribir cuando salí del sanatorio —dice Cecilia Fanti.— En el sanatorio no escribía, no leía, no podía moverme. A veces pienso que cuando estás ahí adentro no tenés nada para contar, los días son todos iguales: cambia el menú, cambia el médico que te visita, cambia la gente que llora, cambian los comentarios sobre el clima. Vos estás noche y día, noche y día, noche y día, acostada y empezás a entender de qué hablan cuando hablan de trauma: sentir en carne viva lo que decía Benjamin sobre los soldados que volvían mudos. Salís y no sos la misma persona, empezar a contar también es una forma de empezar a contarte. Es un grado cero de la existencia: resignificar la experiencia. Escribir fue una necesidad de ordenar, de a poco fue adquiriendo un carácter más estético, pero al principio fue abrirle el grifo al trauma.
—¿Cómo fue tu encuentro con un otro sano?
—Cecilia Fanti: Es tremendo porque cuando estás internado, en una situación grave, todo el mundo te va a ver, porque tienen miedo que no te vean al otro día. Recibís enormes muestras de cariño, te quieren acompañar, pero vos estás solo. Al día de hoy me da mucha risa revisar mi historia clínica, que es gigante, y todos los médicos ponían cosas como “la paciente está lúcida, se ubicó en tiempo y espacio, preguntó por su marido”. Yo tenía novio, no marido. Era muy gracioso verlo después. Es muy difícil contarle al otro lo que te está pasando, no hablás de eso, intentás pasar el día. Hay una carga muy grande por presencia y por ausencia: mi mamá estuvo conmigo todos los días, mi papá tiene fobia por los hospitales, no pudo venir a verme, pero estuvo presente. Mi mamá estaba presente pero estaba ausente.
—Forasteras también habla de Marina Kogan, que se murió de cáncer muy joven.
—Bárbara Duhau: Ella fue mi maestra de escritura. La novela no tiene que ver con ella en términos de historia. La experiencia de la enfermedad de mi madre fue muy anterior a la escritura del libro. Además de mi profesora y mi mentora, ella me enseñó casi todo lo que sé de literatura. A partir de su muerte quedé desolada en varios aspectos, pero en términos de la escritura me faltó esa socia que te lee y que ve lo que estás escribiendo. La experiencia de atravesar una enfermedad era digna de ser contada como un homenaje y como una despedida hacia ella. Lo que me pasó con la experiencia de mi madre es que el otro está solo, no te podes acercar tanto o por más que quieras, están viviendo dos mundos diferentes. Hace poco leí Mortality, de Christopher Hitchens, que decía que vivís dos mundos distintos a partir de que sabés que estás enfermo. Susan Sontag usa la metáfora que uno tiene como dos ciudadanías, la gente sana y el mundo de los enfermos. No poder vivenciar lo que le está pasando al otro me pareció que podía ser contado para que la gente lo lea y entienda. Puede sonar pretencioso pero me pasa eso con la literatura: yo leo para no sentirme tan sola y para identificarse también con lo que le pasa a los demás.
—Sontag decía que la enfermedad es un amor que se transforma ¿cómo lo ven ustedes?
—Cecilia Fanti: Es transformador cien por ciento. Yo te decía de contar para contarte. Es cierto que sos un paria, sos un marginal. Cuando salí del sanatorio confundía fechas, dias. Todos los días son iguales, los médicos no dejan de visitarte porque sea domingo; de hecho a mi me operaron un domingo a las ocho de la mañana. La enfermedad te transforma para bien y para mal. Yo gané muchísimo y perdí otro tanto. Como esa cosa que te dicen que al amor no es lo mismo que cuando tenés 20, 40, o cuando tenés 60 y la enfermedad o la convalecencia o el riesgo tiene el mismo efecto. Es como si estuvieras mudando la piel, es un proceso tremendo, uno está todo el tiempo mutando. Si salís te transformás en una manera, si te quedás en el camino o si quedaste cu cu también. No empezás y terminas de la misma manera.
—Bárbara Duhau: Ya sé que lo hizo Susan Sontag, pero compararlo me suena un poco arriesgado. Al menos por mi experiencia. El amor puede ser genial o puede ser terrible dependiendo en qué momento te encuentre. Y si la enfermedad pasa a otro te da mucho miedo pero no te está pasando a vos. Hay algo intransferible, como el amor. En Forasteras una protagonista tiene la experiencia de la enfermedad y la otra del desamor. En ese sentido en lo que se parecen el amor y la enfermedad es que es un viaje que uno hace solo. Cuando tenés una ruptura amorosa con alguien que el que estuviste miles de años, el mundo cambia, es distinto y tenés que aprender a convivir de nuevo. Cuando tenés una enfermedad lo mismo, por más que tengas un montón de gente con quien apoyarte, también es un viaje solitario.
—¿Cómo analizan la transformación del cuerpo que se produce durante una enfermedad? ¿Lo sufre distinto el cuerpo femenino?
—Cecilia Fanti: La transformación es vital. Hay cambios involuntarios. El cuerpo de las mujeres se transforma mucho más que el de los hombres. No es algo agradable de ver. Son muy difíciles. Me acuerdo de la primera vez que me vi en el espejo cuando me desinternaron y me sacaron los corticoides. Hay una anécdota muy graciosa que está en uno de los textos: yo había quedado completamente asexuada, había tenido una regresión como a los cuatros años de ver un varón y decir ¡Uggg pito! En una de nuestras salidas con mi novio de aquel entonces, cuando supuestamente ya estaba bien, fue a un telo. Era triste no me podía mover. En un momento él fue al baño. Era un telo de Belgrano, noventoso, todo de pana y había un espejo y yo me miré y fue impresionante: rara vez tuve una perspectiva tan precisa. Tenía cuatro pelos, una cosa flaquita, al costado estaba tirado el corsette, fue decir Qué horror. Los vaivenes de la enfermedad no tienen una lógica, vos estás en un derrotero en el cual estás en la lógica de la enfermedad que es la no lógica.
—Bárbara Duhau: La enfermedad no sólo transforma tu cuerpo. Te cambia en varios aspectos. Sos un extranjero. Como si el propio cuerpo fuera un extraño. Como si el cuerpo se transformara en un objeto de estudio, de análisis, desapasionado, y en el caso del cáncer de ovario es significativo para la mujer. Asumo que es una experiencia traumática y complicada. Si te hacen una histerectomía, que te sacan todos los órganos femeninos, ya no sos igual que antes. Es una transformación difícil de recuperar. Volver a sentirse deseable. O incluso en la quimio darte cuenta de que no tenés más más pelo, cejas. Es una deshumanización muy fuerte. No se me ocurre atribuirlo a un género específico: es dejar de ser persona por un tiempo. La gente te mira distinto, te trata distinto aunque no sea nada visible.
—¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Leían literatura sobre la enfermedad?
—Bárbara Duhau: Inicialmente fue catártico, cuasi vómito de experiencia, escribía lo que sucedía y trataba de comprender. El texto estuvo reposando mucho tiempo. espués de publicarlo empecé a leer literatura sobre la enfermedad. Hasta ese momento me parecía ajena la experiencia, leí a Sontag, Hitchens, Los años que vive un gato, de Violeta Gorodischer, y Joan Didion con la experiencia de su hija. Hitchens fue el que más me impresionó en términos de la autoconciencia, que es lo más difícil de congeniar: estas viviendo la enfermedad y sos súper conciente de lo que estás viviendo. Esa frase que tiene “live dying”, ese antes y después, ese ya no soy lo que ra sino que vivo así.
—Cecilia Fanti: No podía leer en el sanatorio. Empecé a escribir también como catarsis: respirar y volver a empezar. No tenía un proyecto claro, sino que inicialmente era escribir un diario para liberar espacio. Retomé lo que venía haciendo: volví a trabajar dos veces por semana, volví a taller con Santiago Llach, me dediqué más que nada a escribir. Era como tiempo de avión, tiempo muerto. Me costaba leer. Me despertaba temprano, me quedaba en la cama, si bien hacía cosas, todo lo que requería concentración me costaba. En ese interin corregi algunos libros de Tenemos Las Máquinas, como el de Damián Tullio que habla sobre la enfermedad del papá. Después leí los de Didion para ver cómo fue esa saga de la pérdida y es el estilo que más me gusta. Ahora estoy estoy leyendo las memorias de Hawking, que son las memorias de la esposa de un genio que también son las memorias de una mujer descorazonada. Es una combinación maravillosa.
—Dicen que el primer paso a ser escritor, es decirse escritor. ¿Se ven en el futuro dedicándose de lleno a la escritura?
—Cecilia Fanti: Me encantaría. A veces siento que no tengo la persistencia. Ahora estoy corrigiendo una novelita que tenía hace cinco años, pero me enrollo con todo. Me cuesta ordenarme los tiempos. La escritura es super vital; trabajo generando contenidos. Para escribir hace falta mucha tenacidad y bastante rigor. Federico Falco en una de las primeras clases de su taller me dijo Tenés que corregirlo quince veces. Yo pensaba: renuncio ahora, ¿vos me vas a devolver este texto quince veces? Es como la neura de uno que te hace frustrar antes de intentar.
—Bárbara Duhau: Escribir es frustrante, es bastante terrible, caótico. No sé quién la pasa bien escribiendo. Pero no sé si es el camino (risas). Escribir es mi forma de entender el mundo y eso va a suceder durante toda mi vida. Me ayuda a comprender qué me pasa y a los que me rodean, es una forma de darle una identidad escrita a lo que me pasa. Si eso es ser escritor, entonces sí. Si se trata de publicar y ganar plata ...
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