Dos palabras

Jueves 20 de agosto de 2015
Los apuntes de Maiakovski del viaje que en 1925 realizó a América para estrechar lazos con el movimiento obrero local se compilaron en Mi descubrimiento de América, que acaba de salir por Entropía. De ese libro publicamos el primer texto que funciona también como prólogo.
Texto: Vladimir Maiakovsky.
Necesito viajar. Para mí, el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de libros. El viaje emociona al lector de hoy. En lugar de historias ficticias, supuestamente curiosas, sobre imágenes, metáforas y temas aburridos, surgen experiencias interesantes en sí mismas.
He vivido demasiado poco como para describir los detalles de forma correcta y pormenorizada. He vivido lo suficientemente poco como para retratar fielmente los rasgos generales.
Dieciocho días de océano. El océano es fruto de la imaginación. Estando en el mar, no puedes ver las costas, las olas son más grandes de lo que sería necesario para disfrutar de ellas, y tampoco sabes qué es lo que tienes bajo tus pies. Pero lo que cuenta es la imaginación: saber que ni a derecha ni a izquierda hay tierra firme hasta el polo, que adelante hay un mundo completamente nuevo, un segundo mundo, y que debajo tal vez se encuentre la Atlántida. Esta imaginación le da forma al océano Atlántico.
Un océano tranquilo es aburrido. Durante dieciocho días nos movemos muy despacio, como una mosca sobre un espejo. Sólo en una ocasión tuvimos algo de espectáculo, ya en el camino de regreso de Nueva York a Le Havre. Un aguacero denso espumó el océano blanco, trazó rayas blancas en el cielo, cosió con hilos blancos el cielo y el agua. Después apareció un arco iris que se reflejó y se duplicó sobre el agua y nosotros, como si fuéramos miembros de un circo, saltamos a través del aro iridiscente. Después, otra vez esponjas flotantes, peces voladores, más peces voladores y más esponjas flotantes del mar de los Sargazos, y, en algunas ocasiones solemnes, chorros de ballenas. Y todo el tiempo el agua a nuestro alrededor, agobiante hasta la náusea. El océano aburre pero también lo extrañas cuando te alejas. Durante mucho, mucho tiempo necesitas oír el rumor del agua, el rugido tranquilizante del motor del barco, el tintineo acompasado de las escotillas de cobre.
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