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Cómplice necesario

Seguimos entrevistando libreros: esta vez fuimos a Arcadia, donde nos recibió Pablo Pazos. Hablamos acerca de lo que significa llevar adelante una librería y también sobre la circulación del libro hoy en Argentina.

Por Valeria Tentoni.

La Librería Arcadia es relativamente joven: fue fundada en 2008 y Pablo Pazos eligió el local con cuidado de que tuviera el doble de depósito que la sala de exhibiciones y cercanía con las librerías en las que antes se había desempeñado: Guadalquivir, Fausto, Santa Fe, Fondo de Cultura. Así podría conservar eso a lo que se refiere como complicidad entre librero y lector: lo que, para él, constituye el oficio. “Hay chicos a los que les vendí su primer libro infantil y ahora les vendo obras para su tesis”, explica. Pablo comenzó su carrera como librero cuando era estudiante de psicología y ya nunca la abandonó. Hace unos treinta años que se dedica a hablar de libros con las personas que cruzan la puerta. Dice que no se imagina haciendo otra cosa.

 

Entre las mesas de Arcadia, se mueve como quien bucea: sus braceadas son medidas y delicadas en ese océano de libros. Es paciente y cálido, y logra producir esa especie de intimidad indispensable para que dos personas entren en frecuencia, casi de modo automático. Conoce el mercado, conoce el material que ofrece y conoce, también, al resto de los libreros de la ciudad. Con muchos de ellos ha trabajado antes.

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Hay mucho respeto entre libreros, ¿no?

Sí, porque los de cierta edad venimos de una tradición en la que hicimos todos más o menos el mismo circuito. En la década del 70 tenías Librería Fausto o Santa Fe, y de ahí ibas creciendo. En la Santa Fe te tenían, antes de que pudieras atender, seis meses acomodando estantes. Hasta que no sabías dónde estaba cada libro, nada. Era una época donde no había computadora, por otro lado. Vos tenías los precios de memoria o lista. Yo hacía las reposiciones, por ejemplo, de Fausto, y se hacían a mano, en una época en la que se vendían, no sé, en Fausto… Alrededor de mil, mil quinientos ejemplares por mes. Cualquier edición promedio era de tres mil ejemplares. Recuerdo cuando salió El amor en los tiempos del cólera de García Márquez: llegaban la cajas y las abrías ahí nomás porque no tenías tiempo ni de ordenarlos, despachabas directamente. Nada que ver con lo que es hoy el mercado del libro, que se diversificó más.

¿Todo de memoria?

Sí, las editoriales mandaban lista de precio con códigos. Pero si con cada libro te tenías que ir a fijar perdías mucho tiempo, así que te aprendías los códigos de memoria. No sé si todos, pero los códigos de Borges de Emecé te los sabías. La computadora lo que hace es que uno libere el disco rígido, sí recordás las editoriales y los autores, pero los precios no me los acuerdo más. Aparte, con lo que están cambiando todos los días, menos.

Y eran librerías más grandes, dos o tres veces el tamaño de Arcadia, por ejemplo, ¿no?

Sí, dos tres veces, por lo menos. La que quedó grande es la que es Cúspide ahora; esa era la Fausto más grande. Y la de Santa Fe era igual, y eran dos pisos. Ahora ese local no está más. Y Paidós, del Fondo, era un monstruo. Pero la Librería del Fondo de Cultura Económica, que fue un proyecto de Alejandro Katz, tuvo de bueno que se armó en los papeles antes de poner un solo libro en los estantes. Cuando abrimos ya habíamos hecho la división por temas. Habíamos medido cada metro de estante y lo habíamos pensado antes de hacer el pedido. De esa librería la tematización después la toma Capítulo Dos, cuando abre el primer shopping, que después fue lo que compró Yenny. Habíamos tematizado por áreas afines, o sea: si tenías historia, al lado tenías antropología, y así. Antes era común ordenar los libros por editorial. En los 80 tenías, por lo general, las novedades, narrativa por autor y después, arriba, por editorial, porque ¿cómo encontrabas si no los libros? Y con la rotación que había... Ahora estamos de nuevo con ese problema: tenemos un volumen de rotación tan alto que nunca terminás de acomodar.

Vos empezaste en Santa fe, ¿no?

Sí, como librero, en el año 82. Yo estaba estudiando psicología, me gustaba leer, y en Santa Fe era común que tomaran gente para las fiestas y suplencias de verano. Trabajé tres meses, y a los seis me volvieron a llamar porque había un turno para cubrir. Después fui a Fausto como encargado. Estuve ahí cinco años, seis. Luego me llamaron para abrir la del Fondo de Cultura Económica, y ahí me fui de Fausto. Después Fondo vendió a Paidós, armé Guadalquivir, que fue un delirio; era 2001, plena devaluación y teníamos mucho material español. Lo que pasa es que ahí había muchos socios españoles, que después se empezaron a pelear entre ellos y en el último tiempo se hizo insostenible. Estuve un año fuera del libro, me dediqué a otra cosa. Pero fue más fuerte y volví.

¿Y qué hiciste durante ese tiempo?

Estuve dando clases de filosofía y trabajé para dos editoriales, armando colecciones.

¿Cómo fue que decidiste volver?

Otra gente de España me ofreció abrir una librería con fondos de ellos, un distribuidor español. Pero yo dudaba, después de la experiencia en Guadalquivir. Y Waldhuter me dijo che, ¿y si la abrimos nosotros? Y así fue que lo decidimos. Lo que pasa es que lo más difícil de esta profesión es que, si bien a todos los que son libreros les encantan los libros, la parte comercial no la quiere manejar nadie. El tema de costos, pagos, rotación; tenés que también tener idea porque, si no, no hay manera en la que sobrevivas.

Veo que trabajás con varias editoriales extranjeras, también.

Sí, pero desde siempre, con editoriales españolas por ejemplo siempre trabajé. Distribuir es también una decisión de costos. Los editores tienen que hacer más descuentos para el distribuidor, mandar más libros; lo más fácil para ellos es vender y se olvidan. Pero justo cuando se decidieron, en España, a distribuir acá, se armó el despiole con la importación. Entonces nunca alcanza. Con las editoriales chilenas pasa lo mismo: si alguien viaja a Chile le pedís que te traiga libros, es ridículo. Y si pudieras traer doscientos traerías, yo tengo listas de espera. Además, no sabés ni en qué fecha vas a poder hacer la reposición ni a qué precios. Esto es así desde hace dos años, pero el último año se hizo prácticamente imposible importar. En realidad, el despiole con los libros empezó con los gráficos, que eran los que imprimían las revistas afuera y las traían. Entonces pusieron un tope, y de pasarlo pagaban una ley de tinta. Y ahí empezó el problema de la balanza. Entonces dijeron que los libros también necesitaban algo que se llama Declaración Jurada de Necesidad de Importación. El convenio que se firmó indicaba que los importadores podíamos traer el 50% de lo que se traía el año anterior, para equilibrar la balanza entre importación y exportación, y se puso un arancel del 8%, que antes el libro no pagaba. Pero ¿qué pasó? Se firmó el convenio, estás pagando el 8%, pero no se cumple el cupo que tenés. No te lo autorizan. Te lo demoran, te lo objetan. La primera vez, los libros estuvieron en el puerto dos meses. ¿Sabés lo que te cuesta un depósito en la aduana dos meses? Los tenés que vender carísimo para recuperar algo.

¿Considerás que esa medida tuvo algún buen efecto?

No, porque en general la medida no tuvo nada que ver ni con proteger la industria ni los libros: tiene que ver con un déficit de la balanza comercial. Nada más. Segundo punto: el papel también es importado. Con el papel estás teniendo el mismo problema, el costo se fue a las nubes. O sea: sí, imprimos más acá, pero ¿con qué papel si no tenemos? Pero papel tampoco podés importar. Entonces las imprentas te están cobrando lo que quieren, tenés que comprar vos el papel, y los presupuestos te suben de una semana a otra. Se volvió un disparate. Y otra cosa es que antes el libro importado funcionaba como tope, como techo de precio. Ahora, vos tenés editoriales cuyos precios lo ponen por cualquier motivo, pero no por el costo. No puede estar cualquier novela doscientos pesos.

¿No se corresponde con los costos, entonces, el valor del libro?

No, en las editoras grandes no. El libro está caro. Hay editoriales que tienen un 80% de aumento en los precios, ¿cómo lo justificás?

¿Y la gente compra menos?

La gente que compra libros, sigue comprando. Pero les cuesta. Y además vienen con un listado de diez y encuentran cinco. Los que antes compraban cuatro libros, llevan dos. Se resintió. A su vez, cuando llega un embarque se desesperan todos y al poco tiempo te quedás sin libros importados. La otra época que fue muy dura, fue la hiperinflación con Alfonsín. Como era imposible mandar lista de precios por la variación constante, se había inventado algo que se llamaba Unidad de libro. El libro valía 1.0 unidad del libro, y todos los días en los clasificados salía el valor del libro del día. Tenías que pasar a reposición a última hora, porque al otro día ya cambiaba. La cosa duró unos cuatro meses. Eso fue ya el absurdo.

¿Y cómo salió el libro de ese proceso?

Y, se empezó a perder masificación, porque dejaste gente afuera del libro. O sea, no cualquiera puede pagar a ese precio el libro. Ahora pasa lo mismo. Es imposible, y es una lástima. Lo que pasa es que los costos hoy están altos, sí, y en las editoriales grandes también ocurre que los precios cierran para subsidiar todos los horrores de edición que hacen, porque no hay editorial que pueda subsistir a los dos años saldando todo el fondo. Alguien decidió mal ahí, evidentemente. Está esa cosa de “tengo que editar mucho para ocupar lugar”, y eso produce deuda. Terminan poniendo cualquier precio para pagar lo que tienen muerto.

Bueno, Ezequiel Leder Kremer hablaba también de este proceso de “obesidad” de la industria editorial para cumplir con un plan de negocios.

Sí, eso pasa con las grandes editoriales. Yo con Planeta, por ejemplo, no trabajo. Porque, si no, vivís trabajando para ellos, devolviendo libros. Tienen un servicio automático que te tapan de cosas que no tiene que ver con tu identidad como librería. Sudamericana no, siempre pensaron en el perfil de cada una. Tienen criterio. Hay un montón de editoriales que están trabajando para las cadenas y, al revés, todas las editoriales chicas no quieren trabajar para las cadenas porque tenés que mandar doscientos ejemplares para tenerlos muertos en depósito. Es una lucha bastante desigual, porque no accedés a los mismos descuentos. Pensá también que de toda la rama de comercio, el libro es el que menos margen tiene. Vos en el libro te estás moviendo entre el 35% y 40%, y tenés que pagar alquiler, sueldo, compras, gastos fijos. Como negocio, es chino. Si no es porque a uno le gusta, no es una decisión racional. Si te sentás racionalmente, te conviene cerrar e ir a trabajar a una libería y no hacerte ningún problema.

Y así y todo volviste. ¿Te imaginás haciendo otra cosa?

No, a esta altura no. Lo elegí. En un momento tuve que elegir entre mi carrera universitaria y mi oficio, y elegí mi oficio. Pero para mí esto es una carrera.

La ubicación de Arcadia, ¿por qué la elegiste?

Siempre trabajé en librerías por la zona. Tengo clientes en la zona, chicos a los que les empecé vendiendo el primer libro infantil y después libros para la tesis. Muchos de los editores jóvenes me vinieron a ver con sus primeros libros, como los de Caja Negra. Los conozco a todos desde muy chicos, a algunos autores también. Yo era librero de [Rodrigo] Fresán y [Juan] Forn cuando empezaron a leer... Y muchos escritores empezaron como libreros, [Martín] Caparrós, bueno, por Santa Fe pasaron varios. Y me elegí un local con mucho depósito, que es el doble de la librería.

¿Cómo has visto al lector en estos años? 

El problema es que hay muchos escritores que no leen. En cambio, otros son obsesivos de la lectura y se ponen a escribir. El que a mí me encanta, en ese sentido, es Leonardo Sabbatella. Se nota, en los textos de él, te puede gustar o no, pero hay un bagaje de lectura que está.

¿Elegís todo lo que vendés?

El 80% es lo que quiero tener. Dependemos de best sellers, está bien: pero los tengo acá abajo. Si queres las Cincuenta sombras de Grey, lo tengo. Pero no los voy a exhibir. Si te fijás en la exhibición, estoy apuntando a la bibliodiversidad. Yo le doy mucha más importancia a los sellos chicos que a los grandes. Tampoco me gusta ordenar por editoriales, ni separar argentinos, latinoamericanos y extranjeros. Durante mucho tiempo hubo prejuicio: “¡Nooo, argentinos yo no leo!”, y así se perdían de cosas. De este modo, quizás agarran un libro, lo empiezan a hojear y quizás le guste. Ahora se dio vuelta bastante eso, pero durante mucho tiempo era terrible. El gran cambio se dio en los 80 cuando Forn armó para Planeta Biblioteca del Sur. Esos libros de tapita blanca donde empezó a editar a Laiseca y a tantos otros. Incluso salieron novelas ahí que después no salieron más. Hay colecciones que están rescatando, de a poco, mucho de lo editado en esa época, que había desaparecido. Tenías esa colección, el Grupo Editor Latinoamericano, que apostaron a una nueva narrativa y generaron su público. Antes era muy difícil: estaban los consagrados, que vendían mucho, eran muy masivos. Marco Denevi, Isidoro Blaisten; pero ahora pasa al revés, tratá de encontrar un libro de ellos. Hubo ediciones argentinas en los 60 que no se han reeditado. Hay algunas editoriales que están haciendo rescates; El cuenco de plata, Mardulce, los chicos de Mil botellas también. Aparte, el problema que hay hoy es el cambio en la vida útil de un libro.

¿Por qué?

Antes un libro se editaba, se hacian tres mil ejemplares, el libro duraba años, se agotaba y se reeditaba. Hoy te encontrás con que a los dos años el libro ya está descatalogado. Igual, es muy raro saber qué se va a vender y qué no: uno ya perdió el rastro. Por un lado, eso es bueno, porque significa que el mercado se diversificó mucho. Cualquier libería te dice que los best sellers o las novedades no llegan al 20% de las ventas. El 80% de las ventas lo estás haciendo con el catálogo. Y las reseñas ya tampoco dirigen las compras, eso murió mucho, así como tampoco hay revistas literarias que instalen autores como antes. Y quedó una elite lectora: hay menos lectores. Antes había una clase mucho mas amplia que leía, podemos pensar en lo que eran los libros de bolsillo, lo que se vendía en quioscos, las colecciones a las que te suscribías, Libro amigo de Bruguera, las de Sopena, en fin, vos lo pedías y te llegaba todas las semanas y todo excelente. Lo último que hubo masivo son los de Seix Barral, bueno, Página/12 y Anagrama también, ahora están sacando unas ediciones, algunas completas y otras adaptadas.

¿En qué se distingue la biblioteca de tu casa de la librería?

Son un problema, en mi casa, los libros. Ya no entran. Tengo muchos libros antiguos. De narrativa incorporo muy poco, sí sigo comprando poesía, algo de ensayo, filosofia. Pero por una cuestión de espacio. El ebook no me gusta, sí para ensayo, notas, para informarme. Pero no me reemplaza el libro. No los podés prestar, para mí en el ebook el libro no es tuyo. Sí es una maravilla saber que me llevo cincuenta libros en un Kindle, pero no funciona como biblioteca. Cumple, más bien, la obsesión de tener, no sé, mil libros. Pero no es una biblioteca. Todavía está esa cosa de la que habla Eco de la materialidad. El mercado sigue siendo muy chico, pero los alemanes, que fueron los primeros que hace veinte años estaban con eso de que se viene el libro digital, están volviendo a la edición fuerte. El soporte en papel sigue siendo más, y el ebook, que se suponía que iba a reducir costos, no lo ha hecho. De todos los mitos que se habían armado alrededor del libro digital, no funcionó ninguno. Yo creo que lo fundamental que está pasando es lo mismo que, en su momento, pasó con el VHS: mientras haya cuatro, cinco formatos yo no puedo comprarme cinco aparatos, como lector… Hasta que no unifiquen formato, como pasó con el CD, es complejo.

¿Qué se lleva una persona cuando se lleva un libro?

Por un lado, la posibilidad de abrir mundos: leer te permite vivir un montón de universos y tener una amplitud de opciones y elecciones. La lectura es un proceso. Yo no sé si la lectura te hace mejor persona, pero sí creo que te da una dinámica de pensamiento distinta. Lo más lindo que tiene este oficio es la complicidad que establecés con el lector. Haces cómplices, no clientes. Se produce fidelidad, cariño, son relaciones humanas. Qué se yo, en algún punto no es un negocio.

¿Plan para la librería?

En el futuro inmediato, tratar de sobrevivir.

 

 

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