Amplio espectro

Miércoles 26 de agosto de 2015
El texto que el autor de La habitación del presidente leyó en la presentación de la última novela de Jorge Consiglio, Hospital Posadas.
Por Ricardo Romero.
Amplio espectro. “Antibióticos de amplio espectro”. Esta es una frase que me llamó siempre la atención, y que al releer Hospital Posadas, me vino una y otra vez a la cabeza, quizás como un eco del oficio que porta el narrador. “Amplio espectro”. Frase extraña. Con una resonancia afantasmada desconcertante, porque aparece en el contexto más operativo de nuestra corporeidad, en el prospecto de un medicamento, donde la enfermedad y la salud son las únicas variables posibles. Frase extraña, sí, y que, como decía, me hizo pensar en Jorge. En sus textos. En Hospital Posadas, particularmente. Y es que creo que la escritura de Jorge es una “escritura de amplio espectro”. Además de curar orzuelos, gripes y empachos espirituales, esto podría interpretarse de varias maneras.
Puede tener su lectura estilística, por ejemplo: la prosa de Jorge tiene una amplitud de registros que de tan bien entramada que está, pasa desapercibida. Puede ir de la reflexión más elaborada, de la sutileza intelectual que incluso se permite un lenguaje técnico, al relato más descarnado, a la puesta en escena de esa cosa tosca que es el presente. Puede también llevarte a momentos de una intensidad poética escalofriante, y enseguida dejarse llevar y llevarte con naturalidad por el lenguaje cotidiano más comprometedoramente actual (no son guiños léxicos para que alguien se identifique rápido, o demagogias para escamotear la artificialidad literaria, son, por el contrario, actos de la más pura precisión: “Daba la impresión de que estar en la terraza lo incomodaba. Tenía cero onda con la altura”, pocos pueden escribir algo así sin despeinarse).
Esta amplitud también se podría entender como una amplitud de foco, la versatilidad de una mirada que le permite a Jorge ir desde la más cóncava intimidad a los derroteros de una época y un grupo social, siempre con la misma filosa capacidad para diseccionar el instante y a quienes los habitan, sean estos los personajes principales como Cardozo o el mismo narrador, o las criaturas anónimas y siniestras que toman por asalto el Hospital Posadas durante la dictadura (pienso en la escena del desayuno, después de una noche de laboriosa tortura, las medialunas y los pájaros: ese hombre sin rostro y sin nombre es, en ese instante, la persona que más comprendemos, y eso asusta, conmueve).
Sin embargo, estas no son las amplias espectralidades que más me interesan en la escritura de Jorge. Me interesa, sobre todo, su capacidad astronómica para el eclipse. Su literatura hace crecer en nosotros la percepción de las sombras más agobiantes, y al mismo tiempo nos permite ver en el interior del encandilamiento, cuando todo es luz.
Intento precisar. La primera impresión, de Gramática de la sombra a esta parte, es que los personajes de Jorge huyen de algo. Escapan. Pero eso resulta, para mí, inexacto, porque huir implicaría dejar de mirar, poner todos los sentidos a favor de la practicidad o la desesperación que esa huida propone, y sus narradores y sus personajes no hacen eso. Están siempre, observan, desmenuzan el presente, desguazan el pasado. Son testigos. No sólo de los hechos, sino de la naturaleza de las cosas y los seres. Quiero decir, no son meros testigos coyunturales. Son testigos de la textura mundana, del tiempo en su condición más desnuda, más cruda. Y cuentan, cuentan minuciosamente lo que ven. Someten nuestra sensibilidad a esa sensibilidad erizada. Toda oscuridad se vuelve posible, pero también toda luz. Amplio espectro, entonces. Ahí es donde más me quedo, ante la calidad y el rango sensible de Jorge y sus narradores. Me hacen pensar en esa especie de fábula terrorífica que hace unos años transformaron en una mala película con Chistina Ricci (no me atrevería a hablar de malas películas si no compartiera con Jorge un gran amor por estas). En esta película, condenados a la inmortalidad, los testigos que presenciaron la crucifixión de Cristo deambulan por el mundo siendo testigos de las tragedias del hombre, donde ellos se congregan algo malo va a pasar. Y por supuesto, en la película, algo malo pasa. Los testigos, los narradores de Jorge, no son tan ominosos, por suerte. Pero sí parecen soportar una condena similar. Son testigos insomnes. De la humanidad abyecta de Cardozo, sí, pero no sólo de eso. Son testigos de la demolición de una casa, de las personalidades de un perro, de las tribulaciones de un kiosquero, de las variaciones de la luz del sol entrando por el ventanal de un bar.
Espectros amplios. Entre sus múltiples historias, que remansean sin que parezca haber un centro, Hospital Posadas es una novela plagada de fantasmas. Pero no de fantasmas victorianos y evanescentes. Los fantasmas de Hospital Posadas, los fantasmas de Jorge, son carnales. Las caras, los cuerpos, adquieren una contundencia insólita en sus textos. Su narrador a la deriva, indolente y reflexivo, puede hacer recordar a los narradores de Modiano, pero en Jorge esa indolencia tiene un peso físico que sólo se me ocurre llamar "latinoamericano". Arriesgo. Un fantasma hecho de sombras y luces es europeo. Para ser un fantasma latinoamericano, es necesario portar el peso dramático de la carne, de la piel. Pasar de la fantasmagoría de la indolencia, a la fantasmagoría de la dolencia.
Me apoyo en Jorge, en sus palabras. En la página 25 de la novela, el narrador describe un momento de su juventud y dice: “Usaba las catástrofes para imaginar la intensidad del porvenir”. Uno podría pensar que ese es un atributo de esa juventud, pero sin embargo en la página 158, el narrador ya con alrededor de cuarenta años, después de un accidente doméstico, dice: “El dolor, que todavía conservo en el costado, es una expresión de fe en el futuro. Su persistencia me da la pauta de que mi cuerpo no es solo presente”. 100% Conslgio, no tomar en ayunas. Tal vez tengamos que pensar que el alma nunca se va del cuerpo, nunca vuelve ni siquiera con la muerte. Que ser fantasmas es nuestra condición material.
Coda. La punky. Dicen que alguna vez Flaubert dijo: “Madame Bovary soy yo”. En la página 147 de Hospital Posadas ese encantador personaje que es la punky dice, sentenciosa: “La mentira es el eje de la rebeldía”. Para mí, esta frase es como el ojo de una cerradura. A través de esta frase podemos espiar a Consiglio. Podemos espiar lo más íntimo de ese escritor que es Consiglio: su poética. La verdad casi nunca es decible. Y la mentira es la única herramienta que tenemos para, juegos de espejos y resonancias mediante, percibir, fugazmente, algunos de sus aspectos. Eso es lo que tenemos. Esa es la rebeldía que Consiglio no negocia.
Por eso, solo nos queda esperar que al finalizar esta noche, varios vinos y brindis mediante, Jorge se anime a decir: “La punky soy yo”.