"El libro es un invento perfecto"

Miércoles 01 de octubre de 2014
Visitamos la librería Fernández Blanco y conversamos sobre el oficio con Lucio Aquilanti, quien además de ser librero es el poseedor de la colección de libros de Cortázar más grande del planeta. Así que también hablamos con él sobre bibliofilia y coleccionismo.
Por Valeria Tentoni.
Lucio Aquilanti es bibliófilo, lector, librero y coleccionista. Está al frente de la clásica librería Fernández Blanco: 75 años de antigüedad y 250.000 volúmenes a sus espaldas. Fundada por un español de origen gallego, Don Gerardo Fernández Blanco, que le dio su apellido en 1939, y continuada después por su hijo, Gerardo Fernández Zanotti, siempre se mantuvo en el local de calle Tucumán, en el radio de mayor densidad de librerías de antigüedades de Buenos Aires.
Su papá, Juan Carlos Aquilanti, comenzó trabajando allí como librero. Lucio empezó a frecuentar el espacio: “Un día pasé de visita y esa anoche Fernández lo llamó a mi papá y le dijo: que deje todo y venga a trabajar acá. Me vio pasta de librero y no se equivocó, porque ya llevo veintipico de años en esto”, dice ahora, sentado en su escritorio mientras suena Brad Mehldau. “Empecé a trabajar acá a los 18 años, como empleado. Estuve entre el 89 y el 91. Luego con la crisis tremenda que había el viejo Fernandez Blanco me despidió. Después armé una librería con él, Aquilanti, en el 94. La otra librería era el depósito de esta. Y en el 96 le compré acá. Y después le compré la otra”. De él aprendió, dice, todo lo que hace falta para ser librero salvo el amor al libro: “Él no quería a los libros, quería al oficio. Los maltrataba, los tenía en mal estado, los abandonaba, compraba de más y quedaban apilados durante décadas. Cosa que yo no puedo hacer”.
Victoria Ocampo, Oliverio Girondo, Scalabrini Ortíz, Arturo Jauretche (Lucio se recuerda, de chico, a upa del autor de El medio pelo en la sociedad argentina), Mujica Láinez y Enrique Murena, entre muchos otros, fueron clientes. Pero, también, casi todos los coleccionistas de relevancia del país. Aquilanti, además, es vicepresidente de la Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina. Realizó investigaciones sobre temas como la imprenta en el Río de La Plata y ha publicado Todo Cortázar, una biobibliografía --parte de su colección de unos 850 libros del autor de Rayuela, la más grande del mundo, está ahora mismo expuesta en el Museo del Libro y de la Lengua. Mientras tanto, está trabajando en otra sobre Antonio di Benedetto.
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¿Por qué preservaste el apellido del dueño original?
Por tradición. Esta es la librería más antigua de viejo, que mantiene el mismo nombre y el mismo local. Estuvo siempre acá y nunca interrumpió su atención. El estilo que quedó es de una reforma de los cincuenta, muy señorial, que hoy no se ve mucho, la boisserie de cedro, por ejemplo. Cuando yo era empleado acá y estaba Fernández Blanco era mucho más desordenado todo, había un despelote de libros. Había montañas de ejemplares y venían los clientes y les gustaba tirarse al piso y revolver y sacar.
¿De todos estos libros, cuántos creés que renovaste, cuántos quedaron de la gestión de búsqueda de Fernández Blanco?
Yo debo haber renovado un 25%. Está bastante difícil conseguir libros. Hay un cambio paradigmático: hasta hace pocos años los libros que se buscaban eran del Siglo XIX, que no se conseguían. Ahora se buscan más del Siglo XX, que también son 100 años, ¿no? Cuando yo empecé no eran tan viejos, parece mentira. Es muy difícil que un investigador se ponga a trabajar sobre Sarmiento o Rosas, sí hay una revisión sobre la conquista del desierto, la guerra del Paraguay, pero por lo general lo que se estudia es de Roca para acá.
¿El público de esta librería es, en su mayoría, de investigadores?
Hay investigadores pero también hay coleccionistas y público de paso. Acá pasa gente, frena, mira y entra; aunque hay muchos a los que les da miedo. Los ves que incluso llegan a abrir la puerta, miran, cierran y se van.
Tiene un aura de museo, en un punto.
Hay profesores que traen a los alumnos, o entran turistas y te piden sacarse una foto contra los libros y se van. Tiene un ambiente especial, aparte vos venís de afuera y acá te encontrás con el silencio.
De los libros que hay acá, ¿qué ejemplares destacarías? Es impresionante lo que se ve en los estantes.
Hay libros de viajeros; viajeros de la Patagonia, del Río de la Plata. Son libros muy raros, siempre me da pena que se vayan porque es muy difícil reponerlos. Podés conseguirlos pero en Europa, en remates… Pero no es, necesariamente, el material que más me apena vender. Hay primeras ediciones de los setenta, como el el otro día vendí una de Sudeste, firmada por el mismo Haroldo Conti, y me arrepentí ni bien se fue el libro. Y no es por la plata: la plata va y viene, los libros no. Hay ciertos libros que yo los separo, se van a mi casa y es muy difícil que salgan de ahí, aunque trato de mantener una biblioteca acotada y no busco tanto libros antiguos.
¿Cuándo empieza a ser considerado antiguo un libro?
Para la ley argentina, más de 100 años. Convenciones internacionales, anterior a 1830 y pico. Pero estamos en Buenos Aires, en un país que tiene 200 años. Los primeros libros impresos en lo que hoy es territorio argentino son de las misiones guaraníticas, una imprenta que hacen los indios con los jesuitas, un fenómeno increíble, funden hierro y plomo, hacen unos libros magníficos. Después hay una imprenta en Córdoba en 1780, que imprimen siete u ocho libros… Recién ahí empiezan los libros que podríamos llamar antiguos. Pero bueno, en la feria del libro antiguo que hacemos llamamos antiguo al libro viejo, al libro lindo, bello, raro, escaso, ilustrado, dedicado -por ejemplo un libro de Pizarnik dedicado, eso entra y no es antiguo, pero es el libro exótico, especial. Ojo que en cualquier feria anticuaria del mundo ese libro entraría.
¿Vos qué libros coleccionás?
Bueno, Cortázar, y ahora estoy intentando completar Antonio di Benedetto. Tengo casi todos dedicados. También colecciono libros de humor argentino. En una época quise hacer una antología de literatura gauchesca, de cuento, para ponerlos en valor porque es literatura olvidada. Toda la literatura costumbrista está olvidada. Después, literatura argentina, poesía beat, estoy empezando con eso pero todavía no estoy convencido… También estoy juntando libros publicados en el año 26, un año increíble donde se publicaron montones de libros fantásticos en argentina.
¿Qué tiene que tener un tema para que te atraiga como coleccionista?
Escencialmente me tiene que gustar lo que leo.
¿Y de una dedicatoria qué te interesa? ¿Por qué buscar una dedicatoria?
No quiero usar el término fetichismo, porque muy rara vez me pasa de encontrar una primera edición firmada y pensar mirá, esto estuvo en las manos del autor. Ya no me pasa, en mi caso no es el fetichismo. Con Cortázar quizás sí me pasa porque lo quiero mucho, como había estado tan enamorado de su obra y de su personaje, sobre todo de chico, las primeras cosas que tuve, los primeros libros dedicados, no podía creer que lo que tenía en mis manos había estado en manos de Cortázar. Lo cual no quiere decir nada, en realidad. Hay quien se emociona por las antigüedades y tiene una piedra al lado de un arroyo que tiene miles y miles de años y no le da ninguna importancia. No es tanto la antigüedad del objeto. Sí creo que hay distintos motivos para coleccionar primeras ediciones: muchas veces son distintas a las ediciones siguientes y forman la estética de una época, te planta en la época. si querés estudiar la obra de Borges, ¿no tenés que estudiar también la época de Borges? Ver las primeras ediciones es casi como sentarse en su sillón: él eligió esa tapa, él fue a esas editoriales. Vas a las cartas con el editor. Se genera algo que te introduce muchísimo en el escritor. El coleccionismo te provee de información extra: pero ojo que uno puede ser coleccionista sin poseer. Para poseerlos tenés que tener un dinero extra (sin sacarle la comida a tus hijos), mucha paciencia y mucha dedicación, pero también podés coleccionar cosas baratas. Hace falta más compromiso y dedicación que plata, muchas veces. Pero también podés formar colecciones para instituciones, hay algo de coleccionista en eso. Tiene que haber cierta rigurosidad, meticulosidad. Tenés que tener cierto nivel de obsesión, si no no podés hacer esto.
¿Te definirías como obsesivo, en ese sentido?
No, primero como bibliófilo. Soy obsesivo con la investigación, más que con la colección. La colección de Cortázar la formé durante 27 años. Al principio era amontonar.
¿Y te definís más como bibliófilo que como lector?
No. Soy antes lector. Puedo leer a Di Benedetto en los cuentos completos de Beatriz Viterbo y no en las primeras ediciones. Es más, se antepone el bibliófilo cuando digo no, tengo la primera edición pero lo leo en la segunda así no se me estropea la primera. No puedo llevar en el subte una primera edición de Borges o Cortázar.
¿Vos a Cortázar lo conociste? ¿Vino a esta librería?
No, porque esta librería tuvo -y subrayo el tuvo- una fuertísima tradición peronista nacionalista, a lo cual se le restó ni bien entré yo, instantáneamente, el nacionalismo, no tanto el peronismo, pero entonces ni Cortázar ni Borges venían por acá. Estuvo Borges, y seguramente pasó Cortázar alguna vez por acá, sin duda, anduvo por todas las librerías, no hay manera de que no haya entrado antes de hacerse conocido, de haberse ido del país, o en alguna de sus visitas a Buenos Aires. Pero ya desde el 60 era famoso y nadie recuerda haberlo visto aquí, lo hubiesen reconocido sin duda.
¿Te pesó esa tradición cuando tomaste las riendas de la librería?
Me pesa todavía. Yo lo primero que hice fue sacar libros nazis de la vidriera, y te aseguro que Fernández Blanco no era nazi.
¿Y por qué los vendía?
Porque se vendían. Tenía Los Protocolos de los Sabios de Sion, El Plan Andinia, El judío internacional... Y no sabés cómo se vendían. Yo los saqué inmediatamente, ni bien compré la librería nunca más estuvieron. Aparte no era de nuestra temática, acá trabajamos historia y literatura latinoamericana, ¿por qué poner eso? Los saqué inmediatamente por cuestiones ideológicas y también por cuestiones comerciales. La gente tiende a señalarte, de todos modos, tratan de ver cuál es la tendencia de la librería: entran y ven un busto de Sarmiento, y creen que somos liberales o no sé qué. Para nada, ahí a la vuelta tengo una Divisa Punzó de Rosas. ¿A vos te parece que Sarmiento y Cortázar tienen mucho que ver? No lo ven a Alberdi, y tengo dos bustos de él. Uno una vez me dijo: tenés dos estantes de Rosas y dos de Sarmiento y tenés a Rosas arriba de Sarmiento. Otro señor vino por primera vez y me dijo yo pensé que usted era de distinta ideología, por la barba. Y si ponés libros de Jauretche en la vidriera, te dicen que sos kirchnerista. Ahora, viene un kirchnerista, se para en la vidriera y ve un libro de Hugo Wast y te dice que sos un facho. Pero qué, ¿no voy a poner a Lugones, por ejemplo? ¿Sarmiento, cómo no voy a poner a Sarmiento? Y yo no soy sarmientino para nada.
¿Te encontrás dando menos explicaciones o más, con el paso del tiempo?
Menos, pero la gente sigue tildándote y cazando brujas. Y es de siempre eso, no es de ahora. No me interesa darle una impronta, un signo político a la librería. Sí, por supuesto, la gente que seguía viniendo a comprar los libros nazis les decía acá no vendemos más esos libros. Insistían, preguntaban por qué no. Yo no sé por qué los compraban, pero puedo imaginármelo, entonces prefiero no tenerlos.
¿Cómo es tu trato, en general, con los clientes?
Yo los absorbo como una esponja. El 70% de lo que sé, lo sé por los clientes. Son 27 años de librero, pero son los clientes los que te recomiendan libros. Te despiertan el interés por algo. Aprendés de los clientes, los exprimo cuando veo un tipo interesante. Hay gente que viene seguido y yo escucho, escucho. Los clientes dicen lo mismo de vos. Es muy normal que los investigadores sepan mucho de un tema pero no de la bibliografía de ese tema; el librero te puede guiar. Yo obviamente no leí todo lo que hay acá, pero puedo buscar.
¿Te produce desesperación esa idea de que están todos estos libros disponibles y no te alcanzaría la vida para leerlos?
Sí. Yo me encuentro muchas veces con ciertas angustias, de estar en mi casa escuchando música y miro la biblioteca y veo lo que no leí y dejo la guitarra o la música para ir hacia ese libro que me está llamando desde hace rato. O los libros que me están esperando en la mesa de luz.
¿Qué hay en tu mesa de luz en este momento, por ejemplo?
El segundo tomo de Abelardo Ramos, Revolución y contrarrevolución. Muy lindo. Después, los cuentos completos de Di Benedetto, que muchos los tengo todavía sin leer. La prosa de Alejandra Pizarnik, excelente, no había leído su prosa. Tengo un libro sobre historia de la imprenta, un libro español, y Que sean libros en blanco, una encuesta que hace el diario Última hora en la década del 20 a todos los escritores argentinos preguntándoles por qué el libro argentino no se vende. Hay más cosas pero por ahora son esos que tengo encima.
¿Qué libros recordás de lectura de infancia?
Creo que fue lo más placentero, la lectura de la infancia es comparable solo con las primeras experiencias sexuales, me parece. Porque hay una virginidad, justamente, y uno está absolutamente abierto, permeable, uno deja que todo eso entre y no tenés ningún prejuicio. Ni en la traducción te fijás. Leer a Salgari, por ejemplo, la colección Robin Hood, ciencia ficción, Bradbury. Me gustó mucho El señor de los anillos, lo leí a los 14 y me fascinó. Hace poco me crucé en las cartas de Cortázar que publicó Alfaguara que está enfermo por una fiebre que se agarró y le describe a su editor que está leyendo El señor de los anillos y que está fascinado y le parece genial.
¿Qué te transmitió tu papá, también librero?
La bibliofilia. Ver a mi viejo tocar los libros antiguos para mí es inolvidable, me acuerdo de él y siempre lo imagino agarrando los libros, tocándolos, dando vuelta las páginas u oliéndolos. Y a mí me quedó: yo huelo el diario. Para mí hay una sensorialidad con el libro, si querés una sensualidad del libros, que no se puede comparar con nada. El libro nuevo también, no solo el libro bello o especial. Dormirte con el libro en el pecho, ese peso no te lo da un ebook. Sentir el perfume del libro al sol, el ruido de las hojas. El libro es un invento perfecto. Hay toda una cuestión sensorial que me transmitió mi papá, sí.
Esta ubicación para la librería, ¿considerás es buena?
En su momento era ideal, hoy no. Hoy no hay una ubicación ideal en Buenos Aires para estas cosas. Tenemos un plano en la Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina donde se ve que esta es la zona de mayor densidad de librerías del tipo. Somos unas cincuenta asociadas, y no contamos las que no lo están, así que son más. Y abrieron muchas más, hay muchas nuevas, de viejo y antigüo. Están casi todas concentradas por acá.
¿La venta de libro antiguo es sustentable?
Hay una realidad distinta a la de la venta de libro nuevo. Hay libros que no valen nada, importantes, muy lindos, muy raros, y cuestan cien pesos. Pero tiene una ventaja muy grande: yo no tengo que reponerlo, el que vende libros nuevos sí. El que vende viejos compra cuando encuentra, le conviene, sirve, puede y a otros valores. Los márgenes son mucho más grandes que con el libro nuevo. Podés tener ganancias muy grandes, pero la rotación es lentísima. Cuando compré acá en el año 96 me puse a ordenar y encontré una colección de revistas en tomos. Lo llamé a Fernández Blanco para preguntarle por un tomo perdido y me dijo que la había comprado antes del año sesenta. La había puesto ahí desde entonces, o sea que estaba hace cuarenta años quieta. ¿Cuánto la pagó? Si la pagó un peso, fue caro. Pero lo cierto es que cuando lo vendés es casi como si estuvieras vendiendo una mercadería gratis. Pero yo podría estar años sin salir a comprar libros.
¿Qué se lleva alguien cuando se lleva un libro?
Aparte de llevarse un pedacito del espíritu de quien lo escribió, se lleva una pretensión de verdad, de belleza, también. Pero cuando se compra un libro en una librería uno se lleva una anécdota, un recuerdo. Se está gestando un recuerdo: no vas a buscar eso. Cuando vas de vacaciones no vas a buscar recuerdos, pero te los traés. Cuando vas a una librería, también. Se generan cosas. Yo compro algunos libros por internet. Llegan en moto, nunca veo al tipo que me lo vende, que quizás ni siquiera es librero. Son como libros sin alma.
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