“Si alguien viene por Wilbur Smith no le rompas las bolas”

Miércoles 30 de julio de 2014
Seguimos con la serie de entrevistas a libreros. Visitamos a Fernándo Pérez Morales en La Boutique del libro de San Isidro.
Por Pablo Braun.
Fernando Pérez Morales es librero desde hace más de tres décadas. Nos recibe en ese espacio que hace funcionar con sus dotes de anfitrión. Estar en su librería es como estar en su casa. Mientras responde, un perro ladra. Nadie lo hace callar. El perro y la parrilla son parte del aura de la Boutique del Libro de San Isidro –una parrilla capaz de secuestrar la atención de Juan José Saer, por ejemplo, uno de los invitados a los debates que organizaron, durante años, con una frecuencia semanal. Pérez Morales piensa a la librería como un espacio de cultura privado y trabajó incansablemente hasta conseguir un lugar acorde a los proyectos que tenía en mente. Se mudó, se hizo dueño, gestionó. Produce actividades desde el barrio y para el barrio, al que defiende. Todavía lo hace y, además, desde este año suma a todas sus acciones en ese sentido una acción editorial: acaba de lanzar el sello Notanpuän. Pero todo empezó cuando era un estudiante universitario saltando de una carrera a otra, un lector en el que alguien confió lo suficiente como para que él empiece a confiar también.
¿Cómo te iniciaste como libero?
Era el año 83, tenía unos 22 años y paseaba por las facultades estando más o menos seis meses en cada una porque en algún lugar sabía que no iba a hacer una carrera que durase seis años ni nada por el estilo. Pero, bueno, la forma que tenía de que me pasaran guita mis viejos era estar en alguna universidad. La única constancia que yo tenía era la de ser lector. Era cliente de la Boutique del Libro de Martínez, que la tenía Horacio Battellini desde hacía unos siete años. Él un día me dijo: mirá, yo quiero poner una en San Isidro –ya había tenido una experiencia ahí con un rugbier y le había ido mal, porque el tipo cerraba a las seis y media para irse a entrenar, me acuerdo. Encontramos el local en la esquina de donde está la librería ahora, en Chacabuco y 9 de Julio. Yo no tenía plata ni para pagar mi parte de socio y entonces los otros dos me propusieron laburar un año gratis, y me daban la tercera parte de la sociedad al finalizar. Ponela, sostenela, instalala y vemos. Y así fue, así empecé. Ahí, en esa esquina, estuve del 83 al 95 y en el 95 me mude a donde estoy ahora.
O sea que autonomía tenés desde 1995.
Sí, porque necesitaba ampliar el proyecto. No me alcanzaba el local que tenía para lo que quería hacer. En el 95, cuando me mudé, les compré la parte a mis socios y me la jugué yo. Instalé el espacio con bar y con movida, con cursos.
¿Por qué creés que alguien te tuvo fe, a los 23?
No sé bien. Yo no sé si yo me hubiera tenido fe. El vio que yo podía ser un buen librero. Creo que, en ese sentido, tuvo ojo. Fui aprendiendo en el trabajo, pasé de tener diez libros a veinte, de veinte a treinta. Ponía los libros no de lomo sino de frente porque no me daba para tapar todo. Así empecé, muy de a poco, eran otras épocas. No existían las computadoras, se trabajaba de otra manera, era un ejercicio mucho más exigente que lo que es ahora, el archivo de la memoria lo necesitabas, era imprescindible.
Podríamos decir que tu formación como librero fue autodidacta.
Mi aprendizaje empezó con mi viejo, antes de ser librero. En mi casa había una biblioteca enorme y toda la libertad del mundo para elegir nosotros lo que quisiéramos, asesorados por mi viejo, que era un gran lector.
¿Qué leías?
Lo primero que me rompió la cabeza fue Enid Blyton, su Colección de los Cinco, que sacaba Editorial Molino. Para mí fue el primer gancho-gancho, después vineron los Asterix, los Tintín, los Lucky Luke, toda esa época de cómics. Después me empecé a enganchar con algunos clásicos: me acuerdo de El mito de Sísifo de Camus, empecé a leer cosas que me iba tirando el viejo, mechando con otras contemporáneas. Pero nunca fui un lector avanzado, siempre fui leyendo lo que correspondía a mi edad. No leí a Joyce a los quince, digamos.
¿Eras el niño raro del colegio que leía mucho?
No, no; en una clase de cuarenta chicos siempre hay diez lectores, estaba entre esos diez. Pero nunca fui un nerd, no. Además mi concepto de librería desdice un poco eso. Hay que sacarle un poco de importancia. Yo siento como librero que tengo clientes que son mucho más lectores que yo. Hoy ser librero no es exclusivamente saber de libros: vos manejás un espacio de interés. Sos un generador, tenés que estar diseñando y pensando cómo proyectás tu librería, cómo interactuar.
¿Cómo fue mutando? ¿Al principio era una librería más “normal”, por llamarla de algún modo?
En los primeros años era una libería estándar porque no me daba el espacio para muchas cosas. Pero, inclusive así, llevábamos algunas cositas, algún stand up, que en la época no circulaba tanto, con la gente parada. Empecé a traer algunas cosas al barrio de Capital. El hambre estaba, el bicho de querer cambiar, de no ver a la librería sólo como despacho de libros. Eso me embolaba. Y la mudanza fue eso. Fue una locura. Mi socio me dijo: mudarse es achicarte. No me olvido más. Creo que ahí decidí que le compraba. Me iba de una esquina a una mitad de cuadra. Me costó mucho el cambio, dos, tres años para que la librería se readapte, para que la gente se acostumbre. Pero después se instaló. La librería empezó a hacer una relación con el barrio definitiva.
Se llamaba La boutique del libro antes, ¿no?
Sí, sí, siempre fui la Boutique del libro. Siempre fui otra Boutique del libro, también. Dentro de mi misma sociedad, es rarísimo mi lugar. La sociedad no hace toda la movida cultural que yo hago. Tengo un porcentaje, pero no participo en ningún tipo de decisión. Tienen una mirada mucho más de managment, de negocio, no tienen problemas económicos, la saben manejar, cuando yo la tengo que remar día a día. Yo, han pasado 31 años, y lo que vendo hoy tengo que ver si cobro el banco mañana. Es una remada de toda la vida, pero ya no me genera angustia.
Hablabas de la aparición de la computadora; que antes era todo de memoria. ¿Cómo cambió la forma de ser librero?
La computadora te quita la presión de la memoria: te dice si tenés el libro, dónde está, a qué colección pertenece, podés ver la tapa. Antes, todo eso estaba en la cabeza. Vos ibas, levantabas 15 libros y encontrabas el que te pedían, era otra forma de laburar. Yo ya ni puedo imaginarme laburar así. Y la administración, ni hablar. Ahora está todo por la computadora. Se te corta internet ahora y no podés vender, es una locura. Suena muy absurdo, lo sé, pero no fue hace mucho tiempo que no había computadoras. Tuve la primera en los 90; yo abrí en el 83. Los primeros años todo fue a mano, los precios los buscabas por lista de precios. Ahora nadie se lo puede ni imaginar.
¿Cómo fue la época de la hiperinflación?
Fue una locura, una locura, locura. Yo me acuerdo de que cambiaban los precios más de una vez por día. Todo por teléfono; vos tenías las listas de precios y te decían, por ejemplo: más quince, más dieciocho, más doce por ciento. Y sumabas, para dar un precio. Y a veces, había días en que te convenía no vender. También decías bueno, estos libros, que voy a pagar en sesenta días, cuando los pague, los pago a la cuarta parte. Era todo así. Somos hijos del rigor, los libreros argentinos. Los que tenemos muchos años en esto, hemos pasado por todas las situaciones económicas aberrantes habidas y por haber: devaluaciones, hiperinflaciones, uno a uno. Somos sobrevivientes. Yo creo que hay algo de eso.
Referís que tenés mas depósito que salón de ventas. ¿Qué opinión tenés del sistema de novedades?
Ojalá llegáramos un día a tener librerías donde solo tuviésemos que comprar en firme, porque esa sería la librería que querés tener. Y con menos gente laburando, porque sin devoluciones necesitás menos gente. Yo creo que va a haber una tendencia a que cada librero arme su librería así en algún momento. En los primeros tiempos no te daban consignaciones de material de fondo, te daban los servicios de novedad, que era lo que salía. Ahora es difícil: es una pelea tratar de tener el material que vos querés y que no te metan con eso otras cosas. Las editoriales, las multinacionales, además, piensan a las librerías como depósito. A veces te bajan veinticinco cajas y, si no estás atento, te las embocan. Yo rechazo mucho, miro lo que viene en la factura y me detengo. No dejarse forrear como librero creo que es el laburo central. Mantener la independencia es duro, sobre todo cuando aparecen gerentes en las editoriales que ni siquiera vienen del libro y que tienen postura de gerente de ventas.
¿Cuánto confiás en el orden de una librería?
El orden favorece muchísimo, poder buscar un libro y que esté, siempre es una pequeña alegría. Tiene que haber un gran orden para los que estamos trabajando pero que no parezca tan ordenado para el cliente. A la librería que está excesivamente ordenada te da pudor tocarla. Fundamental es que el depósito esté ordenado, porque entre que subís y bajás y demorás por ahí el cliente se te fue. Hoy en día la cantidad de venta tiene mucho que ver con la cantidad de libros que tenés, no solo con la calidad. Hoy hay que tener muchos libros para hacer caja. Tenés que decidir qué no trabajás, qué editoriales y temáticas no trabajás, pero de aquello con lo que decidís trabajar, tenés que tener mucho.
¿Hay algo que no trabajes?
Trato que de los cincuenta primeros libros de más venta, nos puede faltar algo nuevo pero que no nos falte lo que ya sabemos que nos piden. No los que sabemos que se venden.
¿Qué cinco libros te acompañaron mucho tiempo en la Boutique en ventas?
Me acuerdo cuando salió, apenas yo había abierto, en el 84, Malvinas, la trama secreta. Fue el primer libro que apareció de Malvinas y yo nunca vi una cola en la calle para comprar un libro como esa. Evidentemente, fue tal la desinformación que hubo durante la guerra que se generó una ansiedad terrible. Después, cada libro que sacó García Márquez, siempre produjo un día de actividad intensa. Siempre se lo esperaba, más que a ningún otro escritor, creo yo. Otro libro que se vendió muchísimo en los últimos tiempos fue La sombra del viento. En su momento marcó una enorme venta pero, además, son libros que se siguen vendiendo a través del tiempo. Ese es un muy buen best seller: los best sellers son malos o buenos también. Lo que me ayuda a salir adelante es siempre tener la estantería de autores clásicos completa. Confío mucho más en mis estanterías que en mis mesas: la librería está en las estanterías. En las mesas está lo que va, viene, se queda. Si de las mesas salta a la estantería, es porque se le abrió ese camino. Vendo más estantería que mesa, pero la mesa es muy importante, las novedades. Están los libros políticos que a veces se venden como agua. Y si vos analizás eso es rarísimo: agarrás el último libro de Lanata, por ejemplo, y es imposible de leer. Más allá de cualquier pensamiento político, te das cuenta que está escrito por más de un editor, ni siquiera por uno solo, hay citas que no concuerdan cuando las vas a buscar. O sea, es un libro hecho a los pedos, para vender. Y vendió muchísimo. La venta no está asociada a la buena literatura, hoy en día la venta masiva esta mas asociada a lo mediático que a la literatura.
Pero, en conjunto, vos vendés “buena literatura”.
Yo sí, pero es un perfil de librería. No se parece a la mayoría. Ojo, que tengo una muy buena sección de literatura pero no voy a dejar de tener los libros de autoayuda que se venden. Esto un poco para desafiar al librero que dice que solo vende buena literatura. Vamos, Negro. La librería es las mesas más la estantería y es la clientela más la gente de paso. Necesitás de las dos cosas. No te alcanza con uno u otro. Tenés que captar, tenés que estar muy despierto.
Y tenés que estar muy presente.
Estoy mucho, pero esta también es una librería muy personalizada, muy afectiva. Tengo una relación con los chicos que no está en ningún manual de cómo relacionarte con los empleados de tu negocio. Somos amigos, conozco sus historias. Yo forme todo así, ya no puedo recular. Y siempre laburé con gente joven, a mí eso me da mucha pila. Laburo con chicos entre 20, 27, todos son músicos, artistas, yo quiero que para los pibes, la librería sea un lugar de paso mientras se forman. No busco empleados definitivos. Saben, son muy sensibles, son muy lectores, comentamos libros entre todos. Yo siempre les digo que hay que hacer mil cosas en una libería, la prioridad siempre es el cliente, siempre les digo que nunca traten de darle al cliente lo que no quiere leer, que se bajen del pony. Contra eso sí siempre luché. Vos te das cuenta cuando alguien viene por determinado libro. Si un tipo viene por Wilbur Smith, no le rompas las bolas.
Antes me decías que “las librerías dependen de las mujeres”, que no compran solamente para ellas sino también para los hombres.
Creo que de cada diez personas que entran a la librería, siete son mujeres. Ese es un promedio, al menos, en mi librería. Excepto los sábados, que es un día de hombres, los días de semana son días de mujeres. La mujer está mucho más despierta. Le interesan mucho más las actividades, los cursos, los talleres, las charlas. En lo que son las actividades culturales, la participación femenina es bastante más marcada. Yo creo que los hombres somos más básicos. Nos pega más echarnos con control remoto, no tenemos culpa. Las minas tienen hormigas en el culo. Van, buscan lo suyo, no se quedan. Son golosas. No tienen pudores con sus lecturas. Los hombres tienen muchos más pudores. Las minas te piden Florencia Bonelli y te dicen es para mí, el hombre se esconde más.
Alguna vez dijiste: “Soy un gran anfitrión como librero”. ¿Ahí está la clave del éxito de la Boutique?
Es mucho más eso que lo que yo pueda saber de literatura. Creo que es mucho más importante cómo te recibo, cómo te sentís en el negocio. Hay mucha gente que agradece los libros que le fuiste dando a través de años, pero creo que lo esencial es cómo recibís a la gente. La librería es un lugar al que podés ir y no comprar y está todo bien. Hay gente que viene como desenchufe, se queda un rato, camina, escucha música. Al cliente cuando abrió la puerta ya le cambió el ruido de la calle.
¿Quién elige la música de la librería?
Yo o los chicos. Compartimos algunas cosas, otras no. A veces nos puteamos, pero bueno, que yo trabaje con pibes me hace tener la cabeza abierta también a eso. Como decía, yo creo que ya no son librerías sino espacios culturales privados. Ya en el 95 empezamos con las movidas, y las primeras ni siquiera eran con escritores porque yo no tenía muchos contactos. Eran medio temáticas, tenía un amigo psicólogo y poníamos un tema. No sé, la soledad, por ejemplo. Invitábamos a un filósofo, un psicólogo, y nos sentábamos nosotros, sentábamos a nuestra familia, sentábamos a los de la cocina, todo para hacer parecer que había gente. Hasta que se generó una movida, las primeras fueron durísimas. Después empezaron a llegar los escritores. Lo que tienen de fascinantes para mí las presentaciones en la Boutique de San Isidro, es que no te van los amigos, la familia, en San Isidro se enfrentaban a lectores a gente que no iba a boludear, se generaban climas muy lindos, discusiones muy intensas. Se armaban unas picas muy intresantes. Hubo peleas. Pasaron como 200 escritores o más.
¿Visitas ilustres?
Saramago, Mario Benedetti, Galeano, Saer, Sábato, Bioy. Saer era un gordo: le gustaba morfar. A mí me gustaba mucho, venía a las charlas, tenía una cadencia, nunca levantaba el tono de voz, nunca aceleraba. Y de repente decía: “El debate está terminando porque siento el olor del asado”. Había cierto olor de la parrilla que determinaba el fin del debate y el inicio del asado. Las cosas fueron pasando, pero nadie planifica nada, nadie piensa en lo que está generando. Vos generás, no tenés idea si lo que estás generando tiene un valor, hacés. Yo me daba cuenta de que algo estaba generando que valía la pena, que lo que pasaba en la Boutique valía la pena. Durante una época hacíamos debate todos los miércoles, ahora hacemos ciclos.
¿Cómo es la recepción en el barrio?
La gente lo agradece y le da orgullo, le gusta que la Boutique esté en el barrio. Se adueñan. La clientela es muy de fierro, después de tantos años, atender ya tres generaciones. Eso es muy fuerte. Que te traen al pibe para hacerlo cliente de la librería. Es emocionante… Yo nunca pensé en convertirme en librero, nunca lo sospeché. Las cosas te pasan.
¿Y en convertirte en un editor?
No, en los últimos tiempos. Cuando cumplí 30 años acá, a mí primero me llegó la novela y después la editorial. Aprendí muchísimo este año, respeto mucho más a los editores ahora. Es mucho laburo, es difícil, siempre hay algo más para corregir, nunca estás de todo conforme, te tenés que relacionar con el escritor que tiene lo suyo. Los egos, los revueltos de egos, son muy Narciso bello en el mundo del libro, hay algo de eso. Es raro el mundo del libro, muy competitivo. Yo eso lo sentí en Palermo: que es muy competitivo, que hay gente que quería que te vaya mal, como grupos, medio bicho el ambiente. Hay gente de muy buena leche pero hay bicho dando vueltas.
¿Uno de los bichos puede ser Puan y por eso “Notanpüan”?
No, mirá: el Notanpüan en parte es cierta envidia a lo académico, no tanto como un rechazo. Quizás es lo que yo no soy… Después, no es contra nadie, es “no tan”, no es “no”: creo que hasta la gente de Puan se puede reir del nombre. No tiene importancia el nombre. Lo que quiero decir nada más es que voy a publicar literatura que venga de todos lados, no exclusivamente académica. Ya recibí algunas cartas de ofendidos, pero me las reservo. Para algunos era una palabra japonesa, para otros poniendo diéresis da francés. Para mí, tiene música la palabra. Es lo único que puedo decir.
¿Para qué la diéresis?
La diéresis es para que se pregunten para qué poronga puso la diéresis.
Sos peleador.
Sí, siempre estoy más cómodo ahí.
Pienso en la Feria del libro, en tus peleas, en la Contraferia…
No, pero la Contraferia es puro humor, no es pelea, es un absurdo. O sea, la de acá es la única feria del libro en el mundo que dura tres semanas. Que durante tres semanas los que te venden a vos todo el año, que son las editoriales, le vendan a tus clientes, a mí no me cierra. Yo estoy a 50 kilómetros, no me vuelve la feria a mí, me saca. Yo digo que nunca deje de existir pero que hagan una semana de jornadas profesionales y diez días de feria. No hace falta hacer una tan extensa. O sea, un cliente de San Isidro va a la feria y se compra diez libros; a mí eso me quita venta. Ojo, yo creo que la feria con Gaby Adamo tomó más vuelo. Las cosas estaban mejor pensadas, había un equilibrio de los intereses que hay detrás de todo eso, pero las presiones son enormes, no se la pudo bancar. No tengo nada contra la Feria, lo que pienso es que la Feria tiene algo contra los libreros.
Luego está esta otra pelea, la carta de Página/12…
No fui peleador yo, eso fue en una de las visitas que hacía Saer a nuestra librería, la tercera que hacía. Página/12 se dignó a mandarnos una periodista. La chica no se presentó, hizo una nota con todo el estereotipo de lo que piensa el palermitano del sanisidrense, diciendo que estaba lleno pero que había mucho olor a perfume, mucha rubia, mucha joya. Una nota patética y sobre todo para Radar porque era una nota de alguien cargado de prejuicios y nosotros salimos con los botines de punta. Mandamos una carta para que nos den derecho a réplica y Link nos tomó el pelo porque nos publicó una boludez, que no era ni el 1% de lo que habíamos dicho. La crítica era filosófica, la boludez de decidir quiénes pueden ir a un debate, cuándo son interesantes y cuándo no y, bueno, el tipo no nos publicó. Y entonces lo mandamos por mail todo completo y eso circuló y circuló, y desde arriba en Página decidieron publicarlo. Y lo publicaron y no pasó nada: esas cosas se terminan en un mes.
¿Sentís que eso te puso en otro lugar?
Me puso en el lugar que me gusta. Yo estaba en el barrio, defiendo mi barrio. Soy capaz de confrontar. Fue la primera vez que la Boutique se posicionó. No lo voy a dejar de hacer por la opinión de tu notera que dejó de ser periodista para ser notera. Ya pasó. Después, esas cosas de la vida, nunca más me crucé con Link.
¿Cómo ves el futuro de la Boutique y el de las librerías en general?
El futuro de la Boutique…. A ver, con los libros de papel todavía las flechas son ascendentes. Igual que el ebook: las dos son ascendentes. Pero el libro de papel todavía no está bajando, creo que tiene vida todavía. Sí creo que las librerías se van a tener que ir aggiornando y agregando cosas. Hay que ir repensando las librerías. Me parece que de acá a diez años la cantidad de libros va a ser menor en las librerías, vamos a trabajar con menos libros. Me parece que el ebook va a tener más presencia a medida que avancen las nuevas generaciones. Me parece, pero no estoy seguro de lo que digo porque diez años atrás decían que hoy las librerías ya casi no iban a existir. Veo a las librerías fuertes pero aggiornándose, interactuando con otras artes, pensándose como espacios y no como librerías. Con mucha más actividad. Creo que tenemos para un rato. No sé si mis hijas van a poder ser libreras, pero yo sí... ¡Que el libro haya durado mil años y que a nosotros nos toque esta puta transición es mala leche! Pero al futuro del libro lo veo fuerte. Veo venir cada vez libros más lindos, más libros objeto. Creo que va a volver la tapa dura, cada vez más el arte en los libros: me parece que la competencia con el libro electrónico es embellecer al objeto. Y creo que el libro cada vez va a venir mas bello, movidas de libros de menos tirada, más de colección. Hay que tentar al tipo que está con el ebook a algo que no tenga ahí y me parece que eso sí va a pasar. Veo editoriales con otras estéticas, no solo relacionadas a lo literario sino también a la plástica. Veo eso y menos cantidad de libros en las librerías.
¿Y el futuro de la editorial?
La editorial lo que hace es juntar a todos los que estamos en el barrio. Los artistas plásticos son los que diseñan las tapas, la encuadernadora está en el barrio. Es un producto del barrio hacia fuera, me gusta sentir eso, que estoy haciendo un producto barrial. Los autores son zonales, no me caso con eso pero los primero autores sí son de la zona, Wilson y Mey, los próximos, también. Yo soy optimista: es pura pasión. Si lo pensara desde lo comercial ya estaría sufriendo. Era un homenaje a mi librería, a treinta años, querer darle oportunidad a gente, que la librería siga siendo un imán para otras artes, y que esta editorial junte un poco eso. Ahora quiero sacar un sello de música, quiero hacer grabaciones en vivo en la librería, de distintas bandas. Apunto a los músicos emergentes. La librería en todo sentido es eso. Cuando abandoné Palermo y volví a San Isidro decidí que iba a cambiar mi forma de laburar: en lugar de traer tanta gente de Capital, involucrarme más con el barrio. Yo me siento muy querido y respetado acá.
No fuiste feliz trabajando en la librería de Palermo.
No. Fui feliz poniéndola, haciéndola, instalándola. Eso me duró un año más desde que abrió y después me aburrí. Yo siento que si sos librero de dos negocios no sos librero de ninguno, terminás perdido, no estás en ningún lado. La librería es un trabajo muy complejo, podés manejar una.
Me acuerdo que me diste, sin quererlo, una enseñanza muy grande. Yo todavía no pensaba poner una librería, estaba como cliente en la Boutique de Palermo. Te hice un comentario acerca de que no encontraba los libros y vos me dijiste que una librería tarda unos dos años en ordenarse. Me pasó, lo comprobé, y tuve esa paciencia respaldado en eso que me dijiste entonces. Pero ¿por qué pasa?
Te pasa porque cuando empezás creés que determinado tipo de literatura se va a vender mucho y se vende poco, o determinada cosas a las que le tenías fe se venden poco, vos tenés que acomodar tus gustos. Hay unas secciones en las librerías que son gustos nuestros; o sea: la literatura es un gustazo. Yo compro cosas que sé que no voy a vender en dos o tres años o que me va a costar mucho venderla, pero es el orgullazo. Una vez o dos veces por mes tenés que escuchar: “Mirá lo que encontré” o “Mirá lo que tiene acá”.
¿Cómo creés que las trabas a la importación afectaron a las librerías?
Nos afecta a todos por igual. No nos afecta tanto: si unas librerías tuvieran y otras no, eso sí sería más problemático. Pero, bueno, nos afecta a todos por igual. El mercado está raro, esta rarísimo. Se vuelven a ver los grandes poderosos, que no es bueno. Lo que se ve es que cuando las grandes compran editoriales chicas no las potencian sino que las queman. Entonces es raro este mercado, de nuevo demasiados grandes demasiado poderosos. Esto ya pasó en Estados Unidos: hubo dos o tres grandes cadenas que hicieron cerrar a las librerías independientes, pero después una cadena quebró y volvieron a aparecer. Son ciclos, pero no es bueno que el poder se reparta entre tan pocos. Hay cosas que se deciden entre tres o cuatro tipos. También están empezando a cerrar muchas librerías. Hay muchas, pero Lilith que era una buena librería, está cerrando. Es un negocio difícil una librería.
Trabajamos más productos que algunos supermercados.
¡Sí, somos ferreteros! Yo siempre he dicho eso: tengo cuatro ediciones de Kafka, tengo cuatro tornillos de ocho. Es un laburo grosso este. Estamos diez horas por día en los negocios, abriendo, cerrando cajas. Yo siempre luché contra la idea de librero de culto. Nunca me gustó la definición. El librero de culto es el que no paga el alquiler, el que sólo vende lo que le gusta, mezquino y egoísta. Loco, remala vos.
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