Zina subraya a O'Connor

Martes 15 de setiembre de 2015
La autora de Lo que se pierde y una de las organizadoras del ciclo Carne Argentina elige cinco citas entre el tomo de los cuentos completos de la gran Flannery O'Connor.
Selección de Alejandra Zina.
El invierno pasado una amiga me regaló los cuentos completos de Flannery O'Connor. Leí un cuento por día, al levantarme y con el desayuno, como un tratamiento médico. Siempre uno, no más. Cerraba el libro y ahí lo dejaba, moviéndose adentro mío hasta el día siguiente que volvía a agarrarlo. Al mes lo terminé. Era julio o agosto y hacía mucho frío, pero leía en la cocina que es el lugar más tibio de mi casa. Para mí los cuentos de Flannery fueron eso, una experiencia física, un estar en otro lugar (embrutecido y resplandeciente a la vez), una forma privilegiada de estar conmigo misma.
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"Había ido a recoger las vacas porque al señor Shortley le dolía una rodilla, y caminaba lentamente hacia el campo de pastoreo, con los brazos cruzados, la mirada clavada en las distantes nubes bajas que parecían hileras e hileras de peces blancos arrastrados por el mar hacia una gran playa azul. Hizo un alto después de la cuesta y lanzó un suspiro de agotamiento, pues tenía que cargar con un peso enorme y ya no era tan joven como antes. A veces sentía que el corazón, como el puño de un niño, se abría y cerraba dentro de su pecho, y cuando esto sucedía detenía en seco todo pensamiento y se movía como un gigantesco casco de barco, sin ninguna meta; pero había subido la cuesta sin un temblor y se detuvo al final, satisfecha de sí misma".
En “La Persona Desplazada”
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"Aparte de la expresión neutral que tenía cuando estaba sola, la señora Freeman tenía otras dos, una ansiosa y la otra contrariada, que usaba en todas sus relaciones humanas. Su expresión ansiosa era firme y fuerte como la lenta marcha de un camión pesado. Sus ojos jamás viraban bruscamente a la derecha o a la izquierda, sino que giraba cuando el piso giraba, como si siguieran una línea amarilla pintada en el centro. Raras veces usaba la otra expresión porque no necesitaba retractarse a menudo de lo que decía, pero cuando lo hacía su rostro se detenía en seco, había un movimiento casi imperceptible en sus negros ojos, durante el cual parecían retroceder, y entonces quien la veía se daba cuenta de que la señora Freeman, aun cuando estaba allí, tan real como los sacos de grano apilados, estaba ausente en espíritu".
En “La buena gente de campo”
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"Un brazo de niebla en forma de joroba reptaba hacia la alambrada, dispuesto como un perro de caza blanco a pasar por debajo y cruzar el patio pegado al suelo".
En “Más pobre que un muerto, imposible”
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"La caja de pino en la que se había sentado era el ataúd de su tío, pero no pensaba utilizarlo. El viejo era demasiado pesado para que un muchacho flaco lo levantara y lo metiera dentro, y aunque el viejo Tarwater lo había hecho unos años antes con sus propias manos, le había dicho que, cuando llegara el momento si no era posible meterlo dentro, que lo echara al agujero como estaba, y que se asegurara solamente de que el agujero fuera bien hondo. Lo quería de tres metros, dijo, no de dos y medio. Había dedicado mucho tiempo a hacer la caja y, cuando la terminó, le grabó en la tapa MASON TARWATER, CON DIOS; luego se metió dentro y ahí se quedó tendido un buen rato en el porche trasero, sin que se le viera más que la barriga que sobresalía por el borde como el pan cuando fermenta demasiado".
En “Más pobre que un muerto, imposible”
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"–Lo tenemos to en contra –solía decir la señora May–. El clima está en contra, la tierra está en contra y los empleados están en contra. Todos forman una coalición contra nosotros. ¡Se necesita una mano de hierro!
–¡Mirar la mano de hierro de mamá! –gritaba Scofield, y le cogía el brazo y se lo levantaba, de modo que la manito, delicada y cubierta de venas azules, colgaba de la muñeca como la cabeza de una azucena rota. Las visitas siempre se reían".
En “Greenleaf”
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Todas las citas fueron tomadas de los cuentos completos de Flannery O'Connor en su edición de DeBolsillo, con traducciones de Vida Ozores, Marcelo Covián y Celia Filipetto, 2012.