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Una puta mierda

La intervención en el corpus de novelas de Malvinas como forma de discutir sobre Malvinas.

Por Patricio Pron.

Walter Serner escribió en su Manual para embaucadores (o para aquellos que pretendan serlo) que “un truco que te ha salido mal no debes repetirlo en la misma ciudad, y uno que te ha salido bien, básicamente tampoco”. Serner nació en Karlovy Vary (actual República Checa) en 1889 en el seno de una familia de judíos asimilados, escribió el primer manifiesto dadaísta de 1917 y en 1928 abandonó la literatura y desapareció sin dejar rastro hasta que los nazis dieron con él cinco años después en Praga, donde era maestro de escuela, y lo encerraron en el gueto de esa ciudad: en 1942 fue trasladado con su mujer al campo de concentración de Theresienstadt y allí asesinado. Muy pocos lo recuerdan hoy pero su cita aún es pertinente (“Un truco que te ha salido mal no debes repetirlo en la misma ciudad, y uno que te ha salido bien, básicamente tampoco”) y me permito repetirla porque pone de manifiesto mi incapacidad para aprender de los maestros: yo, a diferencia de Serner, he repetido el truco en la misma ciudad reescribiendo una novela mía sobre Malvinas y su guerra con el poco edificante título de “Una puta mierda”.

 

A la original (que llamaremos “Una puta mierda 1”) la escribí en 2003 aquí en Alemania, y, si no recuerdo mal, lo hice por dos razones: la primera fue el descontento que el año anterior me habían producido las evocaciones vinculadas con los veinte años de la guerra, en particular si las comparaba con las que tenían lugar en Europa ese mismo año a raíz de los setenta años del ascenso de Adolf Hitler al poder. ¿Cuál era la diferencia entre las dos celebraciones? La que me parece más evidente ahora es que, mientras la evocación del ascenso de Hitler estaba presidida por el rechazo unánime al tipo de elementos culturales e ideológicos que hizo posible ese ascenso, la de la guerra de Malvinas estaba imbuida aún de cierta (para mí muy incómoda) reivindicación de las razones de la guerra, y completamente atravesada por el nacionalismo argentino, que fue el que hizo posible la guerra contra todo sentido común y, yendo más allá, el tipo de lucha contra “las ideologías foráneas y el pensamiento extranjerizante” que llevaron a cabo todas las partes del enfrentamiento que condujo a la dictadura militar del período 1976-1983.

Mi impresión por entonces (y creo que también ahora) era que no se podía poner en cuestión el asesinato y la desaparición de miles de personas si no se ponía en cuestión también una guerra llevada a cabo (calamitosamente, por supuesto) por los mismos responsables y a resultas de las mismas convicciones. También pensaba (y sigo pensando) que los hechos trágicos del pasado reciente tenían su origen en el nacionalismo argentino y que ponerlo en cuestión debía pasar necesariamente por atacar el nacionalismo allí donde este se ponía de manifiesto de forma más emotiva, que era (y es) en torno a la guerra de Malvinas. Era necesario discutir sobre Malvinas, pero (y esto es algo que yo pensé sólo mucho tiempo después) esa discusión estaba y está dificultada por el hecho de que no hay imágenes de esa guerra que (posiblemente a modo de paliativo o intento de sanación) no hayan sido convertidas en clichés inocuos y desactivados. Los “chicos de la guerra”, la “neblina”, “el principito”, los “kelpers”, los gurkas y los pucarás y expresiones como “fuerza de tareas”, “puente aéreo”, “zona de exclusión”, “Dama de Hierro”, “teatro de operaciones”, “riesgo calculado”, “pozo de zorro” y “blanco nocturno” han sido despojados de su potencial significante por la repetición, y cualquier escritura sobre Malvinas debería eludirlos en lo posible, entre otras cosas debido a que todos ellos son elementos de la guerra que nos fue contada por la dictadura. Lo que nosotros vimos (y pienso específicamente en los que éramos niños por entonces) fue otra cosa: los oscurecimientos, la banalización del conflicto, la adhesión al gobierno que éste generaba, las colectas televisivas, el ánimo celebratorio y, poco más tarde, la derrota. Todas estas cosas, sin embargo, son escasamente atractivas desde el punto de vista de su narrabilidad y la escritura sobre Malvinas tiende a escapar de ellas de forma intuitiva.

El resultado de esto es que carecemos de elementos para narrar la guerra que no participen de la transformación de la guerra en reclamo publicitario de la dictadura y del nacionalismo argentino que la hizo posible. Así que (pensé yo por entonces) era necesario adoptar otra aproximación narrativa, una en la cual lo narrado fuese sencillamente no lo que sucedió realmente o pudo haber sucedido sino lo que efectivamente sucedió pero sólo en la imaginación infantil, que es todo lo que yo supe de la guerra. Así que escribí Una puta mierda. Mientras lo hacía, se adherían a la novela situaciones, fragmentos de conversaciones sostenidas y pasajes procedentes de decenas de libros que eran como agujas imantadas aproximándose al centro magnético del relato, pero también muchos recuerdos de la guerra tal como yo la viví, en 1982, a los seis años de edad. La irreversibilidad con la que la novela avanzaba hacia su final mientras la escribía repetía mis recuerdos de niño, en los que la guerra era irreversible y carecía de todo fundamento; cuando terminó, sospeché que no había existido nunca. Quizá otros hayan sentido lo mismo porque la sospecha y la incertidumbre son los temas principales de mi, digámoslo así, generación literaria, pero Una puta mierda se aparta de lo que ha escrito esa generación para ser la primera novela satírica sobre la guerra de Malvinas, uno de los pocos relatos sobre esa guerra en el que no hay nada sagrado y los discursos patrióticos escasean, reemplazados por la sensatez de un puñado de hombres jóvenes que nunca antes ha estado en una guerra y no sabe contra quién pelea, por qué lo hace, qué es ese trozo de tierra por el que lucha y a quién pertenece. Una puta mierda trata acerca de la imbecilidad militar y la cobardía y su parecido con la sensatez, pero también acerca de la felicidad de convertir el terror infantil (a ser bombardeado, a perder a los padres, a desprenderse de las cosas amadas) en ficción y sentido.

El filósofo alemán Ernst Bloch afirmó en cierta ocasión que la falsificación se diferencia del original en el hecho de que parece más verdadera que éste. No sé qué pensar al respecto, pero me parece evidente que, incluso aunque Una puta mierda sea una falsificación deliberada de la guerra de Malvinas, quizás se parezca más a la experiencia de pelear en ella que la información periodística de la época y los relatos posteriores de sus protagonistas, sobre cuyo laconismo escribió (muy bien) Carlos Gamerro: en el primer caso porque la prensa estaba atenazada por la censura oficial y por la autocensura y el pensamiento mágico, como demostró Lucrecia Escudero en Malvinas: El gran relato. Fuentes y rumores de la información de guerra; en el segundo, porque (con la excepción de Iluminados por el fuego de Edgardo Esteban) los testimonios de los antiguos soldados están atravesados por un afán reivindicativo que es comprensible (dado que lo que se debe justificar es la pérdida de la inocencia, de la juventud y de los amigos) pero reprobable desde el punto de vista intelectual. Escribir intentando remedar ambos discursos (como hacen muchos textos de Malvinas) me parece un error, debido a que hacerlo soslaya el carácter al menos parcialmente ficcional de muchos de esos discursos, y (de hecho) no es raro que el mejor libros sobre Malvinas (Los pichiciegos) dé por completo la espalda a la experiencia y al rigor documentalista, o se invente uno que funciona como su parodia.

Acerca de Los pichiciegos y, en general, los textos sobre Malvinas, lo siguiente: nos gusta preguntarnos “quién habla” en esos textos, pero esto no debería ocultar el hecho de que en ellos sólo “se habla”; es decir, que para todos aquellos que no participamos activamente de la guerra (e incluso para aquellos que sí lo hicieron; de hecho, hasta donde yo sé, hay una investigación pendiente sobre la penetración de tópicos literarios y estructuras narrativas altamente connotadas como propias de la ficción en los testimonios de la guerra), ésta fue un acontecimiento principalmente narrativo, de modo que (como afirma el título de esta intervención, un poco crípticamente) la única forma de participar de la discusión acerca de la guerra, de su necesidad o la falta de ella, y de sus trágicas consecuencias, es (en mi opinión) escribir “otra” ficción sobre Malvinas, entendida esa otredad en dos sentidos: como agregado y como diferenciación cualitativa.

Decía que escribí “Una puta mierda 1” en 2003: el libro fue publicado en 2007 y encontró a sus lectores, que es lo mejor que se le puede desear a un libro. A diferencia de todos mis otros libros, es el único en el que continué pensando después de su publicación, en particular debido a la enorme cantidad de suicidios de antiguos soldados que se ha producido desde esa fecha. De hecho, en algún momento me sorprendí leyendo que, tras la guerra, muchos soldados quedaron, por decirlo así, “fuera de la realidad”, y me pregunté si yo no había tenido razón de algún modo y ese “afuera de la realidad” se parece al “afuera de la realidad” de quienes éramos niños en 1982, para quienes la guerra sucedía en otro sitio, en una especie de realidad añadida que se contaba por victorias. Aunque no es mi novela favorita “de Malvinas” he acabado pensando que esa estrategia es similar a la de Las islas, ya que en ella Gamerro se esfuerza deliberadamente por presentar la guerra como una farsa en la que las islas son reconquistadas mediante su ingesta por parte de los antiguos soldados y a través de una simulación en los bosques de Palermo y una persona que verdaderamente luchó en ellas pretende reforzar la “verdad” de su experiencia de guerra comprándose y luciendo un uniforme falso.

La guerra pudo haber sido un simulacro y una farsa, pero no lo fueron ni las razones que la motivaron ni los textos que produjo (tampoco las víctimas, por supuesto). Sobre las primeras, me remito a las palabras del psicoanalista británico Darian Leader, para quien “los fenómenos de psicosis más ‘sorprendentes y llamativos’ […] son ‘intentos de restitución o recuperación’”. En cuanto a los textos que produjo, pienso que son un patrimonio de todos nosotros y que proponen una forma posible de ser argentinos sin adherir al nacionalismo de ese país y su estrechez de miras. Acerca de los textos de Malvinas, una observación más.

Alguien ha afirmado que en ninguna de las novelas “de Malvinas” los soldados argentinos son representados como héroes. No estoy de acuerdo por completo con esta afirmación, ya que se puede pensar en los “pichis” como héroes de algún tipo, héroes que comprenden que el enfrentamiento no es contra los británicos sino contra los oficiales argentinos y sabotean su esfuerzo de forma subterránea; es cierto que los mueve el miedo, pero no sabemos si éste no es el motor de la mayor parte de los actos heroicos. Uno de los personajes de mi libro dice que se requiere una enorme valentía para ser un cobarde; los personajes de Una puta mierda, que carecen de esa valentía, no lo son, y por esa razón me parecen héroes, de un modo o de otro. A diferencia de que quienes permanecimos en el continente (“todo el país era una inmensa retaguardia desbandándose en círculos alrededor del mismo punto” dijo Fogwill), a estos la guerra les abre los ojos rápidamente respecto a la naturaleza de la moral militar y el nacionalismo argentino; la diferencia es que su revelación tiene lugar bajo las bombas del enemigo y esto la hace especialmente valiosa. En mi opinión, hay mucho de heroico en ello y, por supuesto, hay algo bastante heroico en las vidas de quienes (ya fuera de la ficción) realmente se vieron obligados a luchar en las islas y lo hicieron en la medida de sus posibilidades y luego siguieron viviendo, también en la medida de sus posibilidades.

Decía hace un momento que cometí el error del que advertía Walter Serner y escribí dos veces mi novela Una puta mierda. En la segunda ocasión (en mayo del año pasado) traté de hacerla más dura y más cómica, así como más consciente del puñado de textos al que se sumaba. Fue como desarmar un rompecabezas y recomponerlo agregando piezas, como si los límites de la imagen fuesen móviles. “Una puta mierda 2” salió en España en abril de 2014 con el título de “Nosotros caminamos en sueños” y encontró a sus lectores, que es (repito) lo mejor que se le puede desear a un libro (y lo que cabe desearle una vez más a éste, que acaba de ser publicado en Argentina), pero, independientemente de ello, pienso que (suceda esto o no) mi libro ya participa de una tradición que lo mejora y multiplica su significado y que no existe en otro sitio. De hecho, es singular que la guerra de Malvinas haya producido en el lado argentino más textos que en el lado británico, a pesar de que es éste último el que ganó la guerra. Claro que, como afirmó Gesualdo Bufalino, “los ganadores no saben lo que se pierden”. Qué bueno entonces haber perdido la guerra, pienso, si a cambio ganamos tanta literatura.

 *

Una versión anterior de este texto fue leída en el marco del congreso “Memorias revividas: Del golpe a Malvinas en la literatura y el cine actual”, que tuvo lugar el 17 y el 18 de octubre de 2013 en el Seminario de Románicas de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Colonia, Alemania. Más información en patriciopron.com.

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