Terraza

Jueves 11 de setiembre de 2014
Si hay ropa colgada, el panorama es otro. El movimiento establece un cambio, concede una gracia. Algo irreal tiene lugar en el espacio.
Por Jorge Consiglio.
La terraza es un amplio damero de baldosas color ladrillo. Se abre al cielo, al aire del verano que, a la tardecita, vuelve infinita la historia de la gente. Para llegar a la terraza hay que subir veinticuatro escalones desde un patio. Ya en ella, asentadas, están las macetas con malvones saludables. También hay un respiradero, las chapas de una parrilla, un balde de plástico, los alambres para colgar ropa y, otra vez, el cielo como paisaje desnudo, como ingrediente que tiene más de imaginación de viaje que de viaje mismo. Hay, además, imperceptible a la primera mirada, una rejilla de desagüe. Es una pieza cuadrada de fundición. Su destino es impedir que la basura que arrastra el agua llegue a los caños. Después de una tormenta, sobre esa rejilla quedan cosas. Es un espectáculo, un collage, un insólito catálogo. Resulta contradictorio, pero en ese abandono hay un estado de fuerza, una filosofía. Los pájaros se acercan a ese hervidero. Investigan. Se llevan cosas colgadas del pico. Les dan un nuevo sentido: las incorporaran al alfabeto de siempre con otro nombre.
Si hay ropa colgada, el panorama es otro. El movimiento establece un cambio, concede una gracia. Algo irreal tiene lugar en el espacio. Prefiero las camisas con las mangas hacia el piso y las sábanas cuando el viento las agita. Las asocio con teatros vacíos, con coliseos. La altura siempre imprime su marca.
Ahora mismo, si miro hacia la calle, distingo el cartel azul con letras blancas que dice Lascano, el follaje de un árbol, un tipo que camina. Me llega amortiguado el ruido de Nazca. Al frente, hay una cúpula en medio de los edificios. La ciudad es una tendencia, una suerte de emoción. Se cierra sobre sí misma, se vuelve críptica, aunque siempre deja grietas, espacios por donde colarse. En los techos, la fantasía, que altera el orden del día, hace su juego.