Repetición

Jueves 19 de febrero de 2015
¿Qué hacía ese hombre contemplando la inercia del tráfico?
Por Jorge Consiglio. Foto: Luci Consiglio.
El mundo se repite. Una y otra vez, se repite. Y esta circunstancia tiene tanto de cielo como de infierno. En la reiteración hay un volver, una elaboración a partir de lo sabido, de la experiencia. Aunque esa experiencia sea mínima o trivial. Entonces, con una discreción y una naturalidad mayúscula, igual a la de la grasa cuando se acumula en la panza, nace un arte. A fuerza de costumbre, edificamos claustros. En esos ambientes desesperamos porque los días son iguales y, al mismo tiempo, nos sentimos seguros porque podemos predecir. Vuelvo a Villa del Parque, el barrio en que nací —que me sirve de mojón histórico— y me pone feliz ver las cosas que persisten en su movimiento, pero me angustia el encierro de su tenacidad.
Hasta hace poco, tomé el 110 siempre a la misma hora durante varios meses. Cuando pasaba por la esquina de Córdoba y Scalabrini Ortiz, miraba la medianera de un edificio en el que, en abierta y saludable contravención, habían abierto tres ventanas. Dos, simples y sin ninguna belleza; la tercera, una maravilla. Alta y amplia, de dos hojas, con un cantero lleno de malvones soldado a la baranda. Una cuadra antes, me preparaba. Si el colectivo seguía andando, por lo menos, tendría tiempo de una rápida mirada y, por unos segundos, la imagen de ese lugar perfecto con jardín colgante quedaría en mi memoria. Pero si el semáforo lo detenía, observaba los detalles. Eso sucedía con frecuencia. Entonces, veía lo mismo todas las veces: un tipo de unos cuarenta años parado con las manos en los bolsillos. Tenía la vista clavada en Scalabrini Ortiz. Supongo que desde donde estaba podía distinguir una larga extensión de asfalto que llegaría hasta Santa Fe. ¿Qué hacía ese hombre contemplando la inercia del tráfico? ¿Por qué razón tenía voluntad y tiempo para dedicarse a esa actividad? No hacía otra cosa: no fumaba, por ejemplo, o no se tomaba un café. Acechaba desde su atalaya. Era un guardián, pero ¿qué custodiaba? Nunca lo supe. Me conformé con la paranoia, que es la moneda corriente en la ciudad. Ese tipo era parte de un montaje. Pura escenografía, un iceberg insólito, la punta de un ovillo que había quedado suelto por descuido. En esa repetición fortuita se cifraba, seguro, el margen de una verdad.