Puan

Lunes 19 de octubre de 2015
"Soy renuente a hablar de “academia”, porque la palabra me resulta demasiado pomposa y solemne".
Por Martín Kohan.
La facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fuente: Wikimedia.
No dice nada bueno, a mi entender, sobre el estado de cosas de la cultura en una sociedad determinada, que allí se tenga sistemáticamente en menos la labor universitaria. No me refiero, por supuesto, a la posibilidad de establecer desacuerdos y debates, polémicas y disidencias, con lo que se hace o deja de hacer en ese ámbito, lo que en última instancia no podría sino resultar estimulante para un tipo de práctica que se nutre de la discordancia y propicia los cuestionamientos (y los autocuestionamientos). Me refiero, por el contrario, al hábito del recelo metódico, al ejercicio de un hostigamiento intrínseco. Esa clase de malestar no promueve discusiones productivas, más bien se estanca en la crispación de un encono de tonos antiintelectuales y escasa argumentación.
Lo mejor de mi formación se lo debo a la educación pública. Serán esas las razones personales, además de las ideológicas, que hacen que me aflija tanto cuando advierto que se la desmerece, o que se desmerece, dentro de la educación pública, a la universidad pública, o que se desmerece, dentro de la universidad pública, a la facultad de filosofía y letras, que es donde estudié y donde actualmente trabajo. Me basta con mencionar a algunos de los profesores que tuve (de David Viñas a Ricardo Piglia, de Beatriz Sarlo a Josefina Ludmer, de Noé Jitrik a Nicolás Rosa, y un largo etcétera), a los que sin dudas les debo muchísimo, y me basta con mencionar a algunos de los alumnos que tuve (Sebastián Hernaiz, Soledad Quereilhac, Mauro Libertella, Lola Arias, Pablo Debussy, y un largo etcétera), aunque sin dudas no me deben nada, para dar fundamento suficiente al orgullo que siento de ese lugar en el que, en condiciones muchas veces adversas, nos dedicamos a enseñar y a aprender literatura.
Soy renuente a hablar de “academia”, porque la palabra me resulta demasiado pomposa y solemne (de hecho se la escribe, por lo común, con mayúscula). Pero no por eso deja de consternarme que se estile emplear el término con un sentido desdoroso que se da por descontado. Porque ese espacio de trabajo docente (que es lo que es) contiene posturas diversas y no pocos conflictos y tensiones; si lo que se busca es abrir una buena discusión literaria, es preciso tenerlo en cuenta. Pero es mejor perorar sobre la academia en abstracto y vaciar el planteo a fuerza de simplificación, si lo que se busca es apenas descargar los propios malestares, los propios desencuentros, las propias imposibilidades.