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Perlas escondidas en una mesa de saldos

Media obra periodística de Gabriel García Márquez entre las ofertas que una librería porteña liquidaba cierto sábado de lluvia.

Por Valeria Tentoni.

Salgo a comprar cierta otra cosa y, para variar, termino trayéndome libros. Encuentro en una librería de Avenida Santa Fe, a ¡10$! (nada, ni un atado de cigarrillos ahora) un tomo de la obra periodística completa de Gabriel García Márquez, editado por Sudamericana en 1982. Es el segundo. Pregunto por el primero: sale diez veces lo que este. Me cae simpática la picardía del librero, tanto que me contagia: también yo quiero hacerme la viva y me llevo solo el segundo. De cabrona. No sé bien qué carajo compré, la verdad. Por un momento temo haber adquirido 600 páginas de intrascendencia, unos de esos libros que les arman a los escritores como García Márquez donde rejuntan cualquier cosa que redactó, hasta la lista de supermercado --hay comentarios de 500 caracteres sobre los estrenos de cine en Bogotá de 1954, por ejemplo. Pero de repente me encuentro unas noticias publicadas en El espectador, repartidas en párrafos que conservan una autonomía sorprendente y que hoy, sesenta años después, si se nos antoja, podemos leer como leeríamos microrrelatos.

Y de los buenos.

 

Primer saldo: 5

Sepultados por el alud quedaron: Marta de Caro, la madre, que cuando sus dos hijos mayores la vieron por última vez, 'iba a lavar'; Amparo, de 9, que estaba barriendo; Solange, de 5; Cielo, de 2, que acababa de levantarse, y Argemiro, de 8 meses, que aun no había despertado. Un poco más abajo de ese lugar, el agricultor Alberto Rincón trabajaba su tierra sin haberse enterado de lo ocurrido, cuando los dos niños todavía ofuscados por la primera impresión fueron a pedirle 'que nos ayudara a desenterrar la casa'. Rincón, ignorante de la magnitud de la tragedia, les respondió, según dicen los niños: 'Ahora estoy ocupado y no puedo sacar el rato'.

 

...Hasta un conejo

"Se oía como un montón de radios mal sintonizados", dice el director de los bomberos de Medellín, Efraín Betancourt. Un grupo de 50 personas que se había colocado en una cornisa rocosa de la montaña, vio descender sobre sus cabezas un gigantesco alud que arrasaba la vegetación y estremecía el ámbito con su fuerza desbocada. En medio de la confusión y el pánico muchos vieron caer la primera víctima: el bombero Leonardo Urrego, con la columna vertebral destrozada por una roca. Sus 23 compañeros se tendieron en tierra, instintivamente, y sólo 5 sufrieron lesiones leves. Impulsados por la confusión y el desconcierto, el medio centenar de curiosos de la cornisa rocosa se dividió en dos grupos: uno corrió hacia la izquierda, otro hacia la derecha. Si en vez de hacer eso hubieran permanecido inmóviles, muy probablemente se habrían salvado, porque un poco antes de llegar a la cornisa el alud se bifurcó. Una sola de sus vertientes sepultó, en una grieta situada al borde de la carretera, un nidal de 27 personas apelotonadas. Las cosas ocurrieron con tal rapidez, que dos días más tarde el secretario de obras públicas del municipio, doctor Javier Mora, rescató de entre los escombros el cadáver de un conejo.

 

Todo es lo mismo

Sin embargo, aunque no lo hubieran manifestado estrepitosamente, la familia de Luis Alejandro Velasco estaba un poco atolondrada de felicidad. Aquello era como si un cadáver se hubiera incorporado en su ataúd: había en la casa una alegría mezclada de susto y desconcierto. Don Alfredo Velasco, en el comando de la marina, enviaba a su esposa sucesivos mensajes telefónicos, para que su esposa supiera que se encontraba bien, esperando el avión que lo condujera a Cartagena. La señora de enfrente traía los mensajes y regresaba con otro, mientras la estrecha, oscura y sobrecargada alcoba de la señora Velasco se llenaba de visitas, gente del vecindario que llegaba a manifestar su complacencia. Y la manifestaba llorando, como si se tratara de una visita de condolencia.

 

Los estrenos perimidos de los cines colombianos me siguen dando lo mismo, pero una sola de estas gracias del autor de De viaje por los países socialistas me produce esa alegría intransferible que toca cuando, entre tanta cosa por la que se paga de más, se consigue algo por tan de menos.

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