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Para cazar a la ballena blanca

Tres maneras de entrar en Moby Dick, una tan obra urgente como los primeros álbumes de The Smiths o las películas de Fellini.

Por Andrés Hax.

Moby Dick (1851), de Herman Melville, está en la lista breve de libros que pueden cambiarte la vida. No es que te vaya a hacer más feliz, más apuesto, más productivo o más rico. Tampoco te va cambiar la manera de ver o vivir tu vida. Es más bien como vivir un mes en el bosque durante una enorme tormenta o como pasar una temporada en una ciudad medieval que no sabías que existía. Desfigura inalterablemente la memoria de una manera poética.

Si aun no lo leíste es comprensible que la idea de hacerlo te cause cierto rechazo. Puede que se parezca a uno de esos clásicos moribundos que sobrevivieron simplemente por estar en las listas curriculares de las facultades de letras. ¿Qué falta hace ilustrarse sobre la industria ballenera de Nueva Inglaterra del Siglo XIX? No parecería tan urgente.

 

¡Pero se equivocan! Moby Dick es una obra urgente. Como los primeros álbumes de The Smiths. O las películas de Fellini. O las pinturas negras de Goya. O los libros ilustrados de William Blake!

Es cierto que es una novela complicada, oscura, a veces densa. Por momentos, puede ser una novela difícil. Pero también es un placer gigantesco. Hay que encontrarle la entrada y hay que encontrarle el ritmo. Aquí planteamos tres formas de leer a Moby Dick. Son puertas de ingreso, una vez adentro de esa mansión que construyó Melville hay otras miles de puertas a miles de cuartos.

Moby Dick como una novela existencial

Ishmael, el narrador, tiene mucho en común con los grandes héroes de existencialismo como Hamlet, Meursault, Raskolnikov, Holden Caulfield y J. Alfred Prufrock.

Más allá de la retórica verbal del primer capítulo, nuestro amigo Ishmael está muy cerca del suicidio. Ha dejado su trabajo como profesor de secundaria de niños acomodados y camina por las calles grises y lluviosas con ganas de golpear a gente desconocida. Su estado psíquico está perfectamente descripto por Pablo Neruda en “Walking Around” (1935), que comienza así:

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar la muerte a una monja con un golpe de oreja.

No es la primera vez que Ishmael se siente así. Es un depresivo crónico. La vida le parece fundamentalmente absurda. Pero tiene un sustituto para el suicidio: embarcarse en un ballenero. Los viajes duraban más de un año, circunnavegaban el planeta, te aislaban completamente de la civilización. Eran una aventura en la cual, encima, ganabas dinero. Al fin, lo único real en esta existencia: el lucro vil.

La novela existencialista dentro de Moby Dick va del capítulo 1 al 21. En el 22 el Pequod zarpa a alta mar e Ishmael, aunque sigue siendo el narrador, pasa a un segundo plano.

Moby Dick como un cuento homoerótico

Ishmael es un dandy y dice que si va a salir a navegar el mundo en un ballenero, quiere salir de la isla de Nantucket donde —según él— salen los mejores. Por eso, al llegar al pequeño puerto de New Bedford tiene que esperar unos días. Busca habitaciones pero todo lo que encuentra es o demasiado caro o sin cupo. Por fin llega al Spouter Inn (“La posada del chorro”) donde le ofrecen una cama pero compartida. Acepta. Entra y se duerme. Por la noche entra su compañero de cuarto: un arponero negro, gigantesco, tatuado de pie a cabeza, posiblemente un caníbal. Es Queequeg.

Se puede leer los capítulos 3 (“La Posada del Chorro”) y 4 (“La colcha”) como uno de los más bellos retratos de amor conyugal entre dos hombres. Terminan hablando juntos toda la noche —aunque no comparten una misma lengua— como una vieja pareja de casados. Por la mañana se despiertan con los brazos y las piernas enredadas.

En varios capítulos hay simbología homoerótica. La más notoria es en el capítulo 94 (“Un apretón de manos”), que habla extensamente sobre el esperma de la ballena y sus usos industriales y, además, de cómo se extrae:

¡Apretar, apretar, apretar, durante toda la mañana! Apreté aquel aceite de esperma hasta que casi me fundí en él: apreté ese aceite de esperma hasta que me invadió una extraña suerte de locura, y me encontré, sin darme cuenta, apretando en él las manos de los que trabajaban conmigo, confundiéndolas con suaves glóbulos. Tal sentimiento desbordante, afectuoso, amistoso, cariñoso producía esta labor, que por fin acabé por apretarles continuamente las manos, y por mirarles a los ojos sentimentalmente, como para decir: "¡Oh, mis queridos semejantes!, ¿por qué vamos a seguir abrigando resentimientos sociales, o conocer el más leve malhumor o envidia? Vamos; apretémonos todos las manos; mejor dicho, apretémonos universalmente en la mismísima leche y esperma de la benevolencia."

Moby Dick como un relato borgeano

Los primeros dos capítulos, “Etimología” y “Extractos” —no son numerados, son más bien parte del prefacio—, son netamente borgeanos. Ambos son el trabajo de “un sub-sub bibliotecario” que ha compilado una lista de citas de la literatura universal sobre las ballenas y las etimologías de la palabra ballena.

Aunque Moby Dick es, en cierta manera, un cuento de aventuras sobre la caza de una ballena, también es un universo —o un aleph— que acumula palabras, prácticas, costumbres, pensamientos, paisajes y tecnologías. Es un mundo completo. Es la novela que dio nacimiento a Thomas Pynchon pero también a Cormac McCarthy (especialmente en Meridianos de Sangre).

Concretamente, sobre Moby Dick, Borges dijo:

En el invierno de 1851, Melville publicó Moby Dick, la novela infinita que ha determinado su gloria. Página por página, el relato se agranda hasta usurpar el tamaño del cosmos: al principio el lector puede suponer que su tema es la vida miserable de los arponeros de ballenas; luego el tema es la locura del capitán Ahab, ávido de acosar y destruir la ballena blanca; luego, que la Ballena y Ahab y la persecución que fatiga los océanos del planeta son símbolos del Universo.

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