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Microrrelato

“Línea C, servicio interrumpido por atención médica de un pasajero”. Parece una simple información, pero es también, al mismo tiempo, el comienzo de un relato.

Por Martín Kohan.

subte - línea c

Levanto los ojos del libro, me pongo a mirar la calle. Supongo que así suspendo, por un rato, la lectura; pero la calle es un espacio de lectura también. Desde la ventana del bar alcanza a verse la boca de salida de una estación del subte (la estación Congreso del subte D), y en la parte superior un letrero luminoso por el que corren sucesivas letras rojas contando cómo están las cosas en el mundo que transcurre allá, abajo del suelo, de todos nosotros.

 

Leo: “Línea C, servicio interrumpido por atención médica de un pasajero”. Parece una simple información, pero es también, al mismo tiempo, el comienzo de un relato. No le faltan los tintes del drama: un pasajero que se descompone en el subte revela hasta qué punto existe el encierro en cada vagón y en todo el túnel, ataúd y fosa de los que no es tan fácil salir, a los que no es tan fácil llegar. Cuestión de vida o muerte, probablemente, según demore o no demore el arribo de la atención médica. No es tan sólo el servicio de la línea C lo que queda suspendido, queda suspendido el tiempo todo, los restantes pasajeros, la idea de nuestra inexorable fragilidad, quedo en suspenso yo mismo, que estoy casi en la otra punta de la ciudad.

La frase se repite, hasta que de repente cambia. Cambia para decir: “Línea C, servicio normalizado”. El relato así termina. Proeza de la economía verbal y narrativa, la regla de las tres unidades se verifica con un grado máximo de concentración, el espíritu de un haiku se transfiere de la poesía al relato, ni una sola palabra sobra, ni una sola frase sobra, el microrelato se consuma como hazaña de lo sucinto.

¿Qué es lo que me lleva a pensar que la historia ha terminado bien: que los médicos llegaron a tiempo, que el pasajero se recuperó, etc., etc., etc.? Es la palabra “normalizado”. Una victoria de la normalidad, así declarada, se impone gracias a nuestra necesidad de creer que vivir es más normal que morir, que salvarse es más normal que quedarse seco. Precisamos entender que, si el servicio continúa, es porque la vida continúa, y no porque ya se llevaron al muerto.

Vuelvo al libro, vuelvo a la literatura que más me gusta: ésa en la que cada oración se satura en abundancia de palabras, ésa en la que el relato de la más pequeña acción puede llevar páginas y páginas. Afuera, en la calle, en la boca de la estación del subte, el letrero luminoso retoma la rutina y avisa a los pasajeros que el último servicio del día de la línea B sale a las 21:00 de la estación Juan Manuel de Rosas y a las 21:30 de la estación Leandro N. Alem.

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