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Lo esencial como lo invisible

Una lectura de El ojo de vidrio de mi abuelo escrito por Bartolomeu Campos de Queirós (Babel Libros).

Por Coni Salgado.

Qué cosa el ojo. Qué órgano más determinante del rumbo del universo. Qué definitorio resulta en las relaciones humanas. Cuánto hay para ver. Qué cosa el ojo. Los ojos. Cuando me agarré aquella conjuntivitis viral lloré tres semanas de agua dulce, se me pegoteaban los dedos con ese líquido similar al almíbar. Me resistía al dolor con una mezcla de tristeza y solución salínica para la cura. A pesar del antibiótico, durante los tres meses que siguieron, vi turbio. "Los bichitos te comieron la córnea", me decía la oftalmóloga. Y yo los imaginaba en grupos de a miles, desesperados mordiéndome la mirada. Carcomiendo las pantallas de mi cuerpo, robándome la nitidez.

 

Los ojos son las ventanas al mundo. Una bendición de la naturaleza. Quién los puso justo ahí. A quién se le ocurrió semejante idea… Brillante. Se conoce por los ojos, se enamora y se baja la mirada como queriendo decir algo. Se escapa a través de ellos, o se hecha fuego por sobre la injusticia humana. Se los cierra en un beso profundo. Se llora.

Gracias a ellos, comento aquí la lectura de El ojo de vidrio de mi abuelo. El libro es mío, pero es claro que no lo escribí yo. Su autor es Bartolomeu Campos de Queirós, renombrado escritor brasilero que nació en 1944 en Minas Gerais y murió en Belo Horizonte, hace poco, en 2012. Escribió más de 40 libros para niños entre textos teatrales, educativos y artísticos. Fue muy conocido y muy premiado. Y fue finalista del Gran Premio Hans Christian Andersen. Sensible al mundo literario, acostumbraba decir: "Soy lo suficientemente frágil como para que una palabra me lastime, y también soy lo bastante fuerte como para que una palabra me resucite".

En El ojo de vidrio de mi abuelo se desplaza con deslumbrante poiesis. Un niño describe todo lo que imagina, siente o ve en su abuelo al tener un ojo de vidrio. Se trata de un protagonista que se siente intimidado desde la ternura, por ese ojo que parece ver más allá de su condición de vidrio, de fragilidad.

Su ojo izquierdo era de vidrio. De vidrio azul claro y parecía barnizado por una eterna noche. Mi abuelo veía la vida por la mitad, suponía yo, sin hacer medias preguntas. Todo para él se resumía en un medio mundo. Pero veía la vida por completo. Yo sabía. Su mirada, muchas veces, se detenía como si todo estuviera en un mismo punto. Y lo estaba. Él nos concedía una sonrisa sutil con media comisura de los labios, como mofándose de nosotros. El pensamiento ve el mundo mejor que los ojos, intentaba yo justificar. El pensamiento atraviesa la corteza y alcanza el meollo de las cosas. Los ojos sólo acarician las superficies. Lo que toca aquello que está bien adentro de nosotros es la imaginación.

Paradójicamente, el ojo que no ciego es el que provoca en el niño la imaginación, todo lo que sí puede verse. El vínculo entre abuelo y nieto, está en cierta forma condicionado por la dirección perdida de esa mirada. El ojo de vidrio es para el nieto el elemento con el que su abuelo lo ve. El protagonista mira cómo transcurre la vida a través del ojo de vidrio de su abuelo. Describe cómo cada uno de sus familiares vive sus días, su destino o su luto al llegar la ausencia final.

La profundidad en la escritura se asemeja a lo más hondo del alma. Se narra todo aquello que a simple vista no se ve. Y se describe aquello que se calla, que solo acontece en el compartir de un vínculo, en la perfecta fusión entre el cariño y la percepción con los seres amados y los misterios que no se otorgan.

Yo amaba a mis abuelos. Comprendía lo que faltaba y lo que sobraba en cada uno de ellos. Para mi abuela faltaba amor y para mi abuelo sobraba pasión. Yo distribuía, en partes iguales, mi afecto. Cuando la inmensa soledad pesaba sobre mi abuela, yo me sentaba a su lado y sujetaba su mano sin decir nada. Cualquier palabra sería inútil. Ella correspondía a mi cariño con más cariño. Dejaba salir una tonada tan pasito que yo necesitaba aguzar el oído. Su voz era más dulce que los suspiros que ella horneaba a fuego lento y que se deshacían en el cielo de mi boca. Jamás pedí a mi abuelo que me llevara con él en sus paseos de la tarde. No pensaba invadir su destino ni desatrancar su corazón. Al percibir mi complicidad, se aproximaba a mí y me pasaba la mano por la cabeza, como santiguándome o bendiciendo mis pensamientos. ¡Mi abuelo estaba siempre leyéndome!

Con una enorme potencia visual, el relato envuelve de manera poética a las emociones que atraviesan la memoria de la infancia. Las metáforas enriquecen el texto que me llaman a dobles lecturas. Dobles en el sentido de releer la belleza y en el recorrido de mi pensamiento al relacionar el contenido con la vida. Se trata de un libro sabio, que abunda en verdades inteligentes y oraciones que se filtran en el entramado de los sentimientos que el lector asume en la propia historia y vislumbra con claridad en la del protagonista.

No todos hemos tenido un abuelo con un ojo de vidrio. Pero la mayoría tuvo un abuelo con una forma misteriosa de ver la vida y asimilar el mundo. Con alguna particularidad por descubrir en su pasado remoto o en la melancolía de su crianza.

Bartolomeu Campos de Queirós llama al descubrimiento y al disfrute por la prosa que se desplaza hasta tocar la fibra más íntima de la sensibilidad humana. Fluye con una belleza hasta lo inalcanzable de la perfección, haciéndola posible.

Cierro el libro. Me queda la herencia de la identidad a flor de piel. Los ojos lluviosos por lo que el olvido no podrá borrar jamás de mi memoria. Yo también amaba a mis abuelos.

Bartolomeu Campos de Queirós nació en 1944 y falleció en 2012. Pasó gran parte de su infancia en Papagaios (Minas Gerais). Estudió en París. Ha participado en importantes proyectos de animación a la lectura, ha dado numerosas conferencias a profesores y bibliotecarios sobre la importancia de la lectura. Ha escrito más de cuarenta obras, estás se han traducido al inglés, español. Ha participado en el “Movimento por um Brasil Literário”. Le han concedido numerosos premios, fue académico de la  “Academia Brasileira de Letras”.

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