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Lennon en el diván

David Foenkinos se metió en la cabeza de John Lennon y escribió una biografía novelada que tradujo César Aira y publicó Alfaguara.

Por Irina Ponti.

Sorprende que Lennon (Alfaguara), del francés David Foenkinos, sea un libro tan breve, casi escuálido. La biografía que escribió Ray Coleman tiene 784 páginas, la muy polémica de Albert Goldman tiene 720, incluso el libro de Cynthia Lennon —la primera mujer— tiene más de 350. Este no llega a las 200. Aquí, entonces, hay un primer punto a considerar en el análisis. El segundo: estamos ante una novela. Queda clarísimo que el autor se súper documentó, pero es un escritor e interpreta la realidad como tal. También podríamos decir que Lennon es hoy un personaje antes que una personalidad, por lo que la ficción es el modo que mejor se ajusta a una biografía.

La excusa del libro es simple. Lennon va a hacer terapia con un analista que vive en el mismo edificio: «Creerán que bajo la basura, pero vendré a vaciar mi propia basura», dice. En este pretexto se levanta un puente entre París —de donde es el escritor— y Nueva York —donde vivía Lennon—, dos ciudades que, junto a Buenos Aires, son carne de diván. (No soy tan experta en psicoanálisis, pregunto: ¿lo que hacen es terapia lacaniana? Si bien el psicólogo es una presencia permanente, sólo habla Lennon.)

 

Cada capítulo queda enmarcado por una sesión. Son 18 en total, que van entre del 21 de septiembre de 1975 y al 7 de diciembre de 1980, un día antes de que Mark Chapman le pegara cinco tiros a Lennon en la puerta del edificio Dakota. Por suerte, Foenkinos abandona el artificio ya en el sexto o séptimo capítulo y el relato se convierte en una voz continua que se corta ocasionalmente sólo para sostener el verosímil del tiempo de sesión. Sin embargo, es un procedimiento interesante: Foenkinos encuentra la manera de meterse en la cabeza de Lennon. Por eso le escapa a la universalidad del biógrafo y se queda con ciertos momentos cruciales en la vida de Lennon, a los que regresa en las sesiones. En ese sentido, la escualidez está bien empleada.

Hablar en primera persona también es una manera interesante para desmitificar la historia de Lennon, para silenciar las voces de «todos los canallas que hacen libros sobre mí, que inventan trescientas páginas sobre una supuesta relación, cuando me los he cruzado apenas dos minutos». Pero es una búsqueda sin resultados. La ficción de la novela pierde con la ficción de los rumores. Lennon/Foenkinos lo sabe desde el principio, cuando habla de “Lucy in the sky with diamonds” y reconoce que nadie va a creerle que no quería dejar un mensaje oculto sobre el LSD. «A Paul seguro que le habrían creído», dice, «con su cara de chico serio. Yo era demasiado intelectual, demasiado perverso para que creyeran en la castidad de mi imaginación.»

En una entrevista que dio al suplemento cultural del diario español ABC, Foenkinos decía que la diferencia entre Lennon y McCartney está «en el sufrimiento. En el libro hablo de la violencia de Lennon, que le socavó durante toda la vida. En este sentido, es más interesante, porque está perdido, compleja e incomprensiblemente.» Lennon es un fuego que no se apaga. En el libro no hay espacio para el humor, así como tampoco lo hay para la música. Pese a que el autor diga en una nota que escribió escuchando las canciones de Lennon y de los Beatles, pese a que sea imposible leer la novela sin poner toda esa música de fondo. Lennon es un compendio de traumas infantiles, peleas, egos y Yoko Ono. En otra entrevista, también a un medio español, Foenkinos dice que Lennon “habría muerto a los 27 de no ser por Yoko Ono”.

No sé si hay que buscar algún significado esotérico, pero la traducción es de César Aira. En todo caso, lo curioso es que se le escapa alguna que otra “españolada”. Un botón de muestra: llegando al final habla de Hendrix y otros drogatas. Tal vez Aira lo tradujo pensando en el lector español; tal vez los editores intervinieron el texto. Entonces estamos ante la mente de Lennon interpretada por Foenkinos traducida por Aira intervenida por Alfaguara. ¿Qué queda con todo eso? Un buen libro que te acompaña durante una o dos tardes, que te vincula con el mejor músico de todos los tiempos, que tal vez sea demasiado políticamente correcto —¿o es que la incorrección de finales de los ochenta se diluyó en una realidad mucho más cruel?—, que para un fan casi no aporta nada nuevo, pero que, a pesar de todo, uno agradece.

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