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La sexualidad de Vicente Luy

"Una vida corta e intensa, una obra urgente que no deja de crecer, pequeños mitos que van de boca en boca agrandándose".

"Una vida corta e intensa, una obra urgente que no deja de crecer, pequeños mitos que van de boca en boca agrandándose".

Por Luciano Lamberti.

¿Quién de nosotros escribirá la biografía de Vicente Luy?

Si nadie se apura voy a hacerlo yo. Materiales no faltan. Una vida corta e intensa, una obra urgente que no deja de crecer, pequeños mitos que van de boca en boca agrandándose, como en el Wallace de Mel Gibson. Todo está servido como en bandeja, para abalanzarse sobre su cuerpo y sus libros y sobre los recuerdos que dejó en la gente.

Que son muchos y variados. Como en el caso de Fogwill, de quien todo el mundo tenía una anécdota, también hay una anécdota Vicente Luy para todos los que lo conocieron. Solo hay que dejar el grabador abierto y su fantasma hace todo lo demás. (Una que me contaron, entre tantas: cuando estaba en las últimas, cuando ya se había gastado todo su dinero, le pidió 5000 pesos a un amigo y se compró unas botas en el Patio Olmos de calle Illía).

Hay, incluso, un suicidio a temprana edad (temprana, por lo  menos, para los de este rubro, que son jóvenes hasta los 60) y en Salta capital. Con un sentido del humor muy suyo, eligió saltar en esa ciudad. Lo hizo, según tengo entendido (el mito crece y se deforma) desde un sexto piso, en un departamento que se mostraba para alquilar. Fue a verlo como interesado y se mató.

Conocí a Vicente cuando vivía en Río Ceballos, un pueblito de las sierras de Córdoba. No sé cómo había leído La vida en Córdoba, un manual escolar de hojas ilustración y tapas duras, y fui a hacerle una entrevista para la revista ya desaparecida La intemperie. Tenía veintipico de años y la poética de Luy, esa mezcla del Indio Solari con Whitman, me fascinó. Luy sabía hablar del presente como nadie, sabía interrogar con sus poemas lo que sucedía, buscaba generar, según lo escuché decir alguna vez, impacto en los lectores. El impacto de lo inmediato, de verse conmovidos como personas y lectores por ese discurso. Versos como “Si va a morir gente / votemos quiénes”, son clásicos como cantitos de hinchada. Poesía con sentido del humor, poesía periodística, poesíaperfecta para la tardía década del 90, donde el discurso oficial era apaciguador y tibio, poesía que era casi el reverso perfecto de los boludones que me acompañaban en Letras: cerraba por todos lados.

Fui a verlo, entonces, para entrevista, y descubrí tres cosas: La primera es que Luy era rico, no muy rico pero sí lo suficiente como para tener una gran pileta y un chofer que lo llevaba de ida y de vuelta a Córdoba (gran parte de ese dinero se fue con las lujosas ediciones de sus libros, y una parte mayor en su proyecto de sitio de apuestas 50 y 50; a todo lo había heredado de su abuelo, Larrea, que merece un capítulo parte). La segunda es que Luy fumaba porro como otros tabaco: unos quince o veinte por día. La tercera es que Luy era un verdadero poeta.

Quiero decir que hay gente que escribe poesía, gente que gana premios con la poesía, gente que da conferencias o clases universitarias escribiendo, no sé, sonetos, pero los poetas que conocí, los verdaderos creadores, los que están dispuestos a perderlo todo, los románticos que viven como dicen que hay que vivir, que no se resignan al trabajito municipal o la bequita o el culito lamido como se debe lamer, son pocos, los puedo contar con los dedos de una mano, están llenos de furia, y uno de ellos es (era) Luy. No digo que sea el mejor poeta, en el peor de los casos era un poeta desparejo, pero sí que vivía como lo predicaba, e incluso que hacía vivir a otros como lo predicaba él, lo que puede ser bastante incómodo, y que su suicidio fue parte de ese fuego, o correspondió más bien al final de ese fuego, cuando ya no quedaba.

Ese era, quizás, el aspecto más difícil de su persona. Se creía un genio y como tal debía tener una troupe de admiradores que trabajaran (gratis) para él. El otro aspecto complicado eran sus intentos de suicidio, siempre como llamados de atención. Estoy completamente de acuerdo con el suicidio, creo que en una sociedad madura uno debería hacer lo que quiera con su vida. Ya hay demasiada gente en el mundo. Lo que no estoy de acuerdo es con la histeria y el falso suicidio. Esos sí deberían estar prohibidos por el estado.

La vida en Córdoba era así. Tal como la describía en sus libros. Y la vida con cualquier clase de persona que se salga de la mediocridad y estupidez general suelen ser así. Lo interesante no es gratuito.

Hay un video de Carlos Busqued, de una visita al Borda donde Luy pasaba una temporada, donde se ven unas hormigas corriendo por un piso de tierra cuarteada, mientras se lo oye hablando por teléfono. En sus últimos años estaba muy deprimido, no podía escribir, ni hacer deporte, ni tener sexo. 

La última vez que lo vi estaba en una lectura en el Centro Cultural España Córdoba, y se lo notaba flaco y entorpecido por las pastillas. Nuestra conversación no fue de las mejores: yo le había publicado, en una editorial que tenía en ese entonces, un libro de poemas, y algo me reprochó esa vez. Ya hacía tiempo que no le respondía el teléfono, porque no hacía otra cosa más que quemarme la cabeza. Todavía lo recuerdo sentado cabizbajo en las gradas del patio como un pájaro mojado.

No lo volví a ver más y después supe que se había matado.

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