La novela de la Revolución mexicana

Martes 19 de febrero de 2013
El autor de Los andantes nos propone una exquisita recomendación de Cartucho, de Nellie Campobello.
Por Federico Guzmán Rubio.
Tengo la impresión que la novela de la Revolución mexicana alguna vez fue muy leída en toda América Latina y que ahora ya nadie se acuerda de ella, ni siquiera en México. Quizás las novelas que sucesivamente le fueron poniendo punto final –que siempre resultaba punto y seguido– acabaron opacando a las originales. Los nombres de los enterradores son, en efecto, lapidarios: Agustín Yáñez, Juan Rulfo, José Revueltas, Elena Garro, Carlos Fuentes, Jorge Ibargüengoitia… Pero lo que los enterradores sepultan de día, los profanadores de tumbas exhuman de noche, y entonces surgen los viejos escritores de la Revolución, esperando que ésta les haga justicia.
Lo correcto, pues son las mejores, sería recomendar Los de abajo, de Mariano Azuela, que cuenta cómo los revolucionarios de a pie traicionaron su propia causa y perdieron, o La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, que cuenta cómo los generales, primero de a caballo y después en Cadillac, fueron leales a sí mismos y ganaron. Sin embargo, el libro cuya relectura me obsequia mayor felicidad es otro, en el que no hay bandos vencedores ni derrotados, sino un desfile de rostros alegres y cansados y de historias olvidadas y legendarias.
En verdad que la novela, si se puede llamar así –a quién le importa–, parece un desfile, pues está estructurada a través de pequeños retratos de una o dos páginas que narran, por lo general, la vida y la muerte de un soldado o de una soldadera. Esta estructura recuerda mucho la de la Antología de Spoon River de Edgar Lee Master o Compañía K de William Edward Campbell, libros de fantasmas que también condensan vidas enteras en unos cuantos párrafos. Es triste que lo hagan tan bien, pues confirman lo que todos sabemos cuando hablamos o escuchamos hablar de los muertos, de nuestros muertos: que de tanta vida quedan un par de anécdotas, algún rasgo de carácter, un gusto excéntrico, el recuerdo de una manía, una vaga descripción física y, sobre todo, la forma de morirse.
Estoy hablando de Cartucho, de Nellie Campobello, cuya vida también puede resumirse en unas cuanta frases y una sola muerte: vivió, de niña, en su pueblo de Chihuahua, la etapa más violenta de la Revolución; viajó a la capital, donde se hizo amiga de Frida Kahlo, Diego Rivera, Tina Modotti, los Contemporáneos y toda esa gente; escribió tres libros en los que narró los recuerdos de su revoltosa infancia; lo que más le gustaba era la danza, y tuvo una carrera destacada como bailarina y coreógrafa; poco a poco se le fue olvidando a todo el mundo, hasta que un día alguien se acordó de ella y se descubrió que había sido asesinada, ya anciana, por sus cuidadores, quienes la habían enterrado en el jardín y vivían de su pensión y de vender sus posesiones.
Pero Cartucho no cuenta historias tan truculentas como la de su autora porque la Revolución, para los ojos de una niña juguetona, fue una gran travesura. La pequeña narradora hace amigos de un bando y del otro, escucha de noche los cuentos que su madre le narra y que no son sino los hechos que sucedieron durante la jornada, limpia y juega con los cadáveres que convierte en sus muertos y de vez en cuando se conmueve un poquito cuando cae un amigo suyo en la batalla. En las tardes en que extrañamente no pasa nada, anhela que se desate una balacera bajo su balcón, que de perdida pase una caballada o que llegue de visita el general Villa, para que él también hable de sus cosas y mamá se ponga contenta. Esta mirada infantil, ajena al didactismo y la historia, intuye con certeza las pasiones que se agigantan en la guerra: la cobardía, la lealtad, el heroísmo, la gratitud, la compasión, pero tiene el tino de nunca llamarlas con estos grandilocuentes nombres, sino de mostrarlas en una viñeta que más parece cuento de cantina, corrido o leyenda.
Supongo que es obligado decir que la estructura fragmentaria, la ausencia de juicios morales y el lenguaje lírico, preciso y llano hacen de Cartucho una novela muy moderna, que prefigura la escritura de textos que han corrido con mejor suerte. Pero, sinceramente, creo que los tiros no van por ahí, salvo para los historiadores de la literatura. Si recomiendo este libro de Nelly Campobello es simplemente porque conjuga elementos que no suelen mezclarse, como la ternura y la guerra o la nostalgia y el horror; por la rapidez con la que discurren las historias, como el agua de lluvia en el lecho de un río seco, y porque su estilo posee una belleza que de tan simple da miedo.