La ficción del adversario

Martes 13 de agosto de 2013
La autora de Sangre en el ojo (Eterna Cadencia Editora), novela ganadora del Premio Sor Juana, recomienda El Adversario, de Emmanuel Carrère (Anagrama).
Por Lina Meruane.
No es extraño que a tantos escritores les atraiga lo insondable de la mente criminal, su perversa o enferma construcción de realidades paralelas. Pienso en la inquisición acaso inaugurada por Truman Capote en A sangre fría o en la también notable Carta de Sagawa, donde su autor, Juro Kara, retrata la delirante mente del joven japonés que devoró a su amada holandesa durante (o más bien después) de una cita parisina: no pudo resistirse a su blanca carne. En ambos casos el autor sigue al asesino porque logra, extrañamente, identificarse con él, y es eso lo que lo mueve a escribir, lo que justifica su operación narrativa.
No es excepción El Adversario, de Emmanuel Carrère, novela que leí de un tirón, de la mañana a la noche. No era por aplazar el suspenso criminal: la novela comienza con el hecho y nunca acaba por explicar sus causas (aunque trabaja la constante sugerencia). Tampoco sobrecoge particularmente la rigurosa crónica de la masacre familiar –hay tantas, crudamente contadas en diarios y en novelas–. Lo que apasiona es el espejismo que sufre el autor (o el narrador que le hace de alter ego) al desentrañar la sofisticada ficción que el asesino crea a partir de una vida llena de fracasos y la necesidad de llevar esa ficción hasta el final, matando (esta es mi conjetura) a su mujer y a sus hijos y a sus padres e incendiando su casa con él dentro para encubrir una realidad que estaba por dejarlo en evidencia. Porque detrás de la verosímil fachada –como reputado investigador médico, como respetable esposo y padre de familia– no hay más que mentiras inteligentemente encadenadas. Es en este punto donde el criminal se vuelve el espejo de quien escribe. Carrère o su narrador se mira en este hombre que ha llevado la belleza de la ficción demasiado lejos. Pero ha optado, Carrère, lo sabemos por su biografía, mantenerse del lado de la verdad que ahora llamamos no-ficción pero que es siempre algo más ambiguo, más escurridizo, difícil de fijar. El propio narrador confiesa –otro momento fulgurante– que su irrupción epistolar en la vida ya prisionera del criminal mediante la oferta de escribir sobre él (de darle, de paso, acaso inevitablemente, un valor y hasta un sentido a sus actos) comporta un problema ético insoslayable que continua vigente para la ficción y también para la realidad que nunca la supera sino que atrozmente la complementa y a veces, incluso, la completa.