Intervalo

Martes 06 de octubre de 2015
La duda hamletiana del escritor o cuándo pasar del teatro a la acción.
Por Virginia Cosin.
Cuando las expectativas son demasiado altas me paralizo.
Estoy en la punta de un trampolín, cerca del cielo. No llego a distinguir si debajo hay o no agua. No debería importarme. Hay que arrojarse al vacío.
Y ¿si hay agua pero también tiburones? ¿Si me ahogo? ¿Si abajo y arriba son ilusiones y no hay, en realidad, nada?
Mejor callar.
Callar, no hablar, sellarme; que todo lo que hay adentro se estremezca, como el agua en una olla sobre el fuego a punto de estallar y romper el hervor.
No digo nada. Me dejo sustraer por la fuerza del silencio.
Estoy atrapada en el lugar más angosto del embudo, donde cabe uno solo: yo.
A mi alrededor la gente habla. Hablar es cubrirse de velos. Hablar es una puesta en común. Una apuesta. Mentir.
Yo puedo mentir.
Le miento a la camarera cuando se acerca. Sonrío. Pido otro café. Cortado, esta vez.
Esto que ella ve es la sábana que cubre a un fantasma. La armadura. No estoy acá en realidad.
Hijo: ¿no te das cuenta? Entendiste todo mal. No fue mi hermano el que volcó veneno en mi oreja. Fuiste vos. Vos me querías muerto. Por eso vengo a fastidiarte. ¿Te gusta Ofelia? No va a ser tuya. Sos una máquina de matar. A mí, a Claudio. A tu pobre madre.
Una paloma se acerca a picotear la galletita que dejaron junto al cortado.
Tengo que aprender a perdonar. Perdonar puede ser la mejor manera de acusar. Dar, sin límites, la manera más vil de pedir. Como Cristo en la cruz: perdónalos porque no saben lo que hacen. Pero no puede, a último momento, no levantar la cabeza y preguntar al padre por qué lo abandonó.
Treinta y cinco pesos un café.
¿Supo Isaac que su padre estuvo a punto de matarlo? ¿Se hacía el tonto cuando preguntaba, inocente, a qué animal iban a sacrificar? ¿Creyó el argumento absurdo, incomprensible, de que “Dios proveerá”? ¿Cómo perdonar a un padre que levanta un cuchillo sobre tu propia cabeza? ¿Cómo siguió viviendo Isaac después de eso?
Caminar las seis cuadras que me separan de mi casa, de mi carcasa.
¿Fue el padre de Kafka un hombre terrible, déspota, abusador? No hay más testimonio que el de Franz. Hombre-insecto atrapado en la telaraña de su deseo: escribir o vivir. Escribir para no vivir. Vivir para escribir. Rechazar cualquier otra forma de vida: trabajo, matrimonio, hijos.
La ropa que colgué en el ténder hace cuatro días volvió a empaparse con la lluvia. Sacarla y volver a lavarla. O dejar que se seque.
¿Amaba tanto Hamlet a su padre? ¿Por qué no puede desembarazarse de su fantasma? ¿Por qué demora la venganza? ¿Por qué no deja de hacer teatro, por qué no pasa al acto?
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