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Hay que impedir que juegues para el enemigo

Una lectura de Martropía. Conversaciones con Spinetta, de Juan Carlos Diez (Aguilar)."Es desordenado, padece una inevitable ausencia de perspectiva, es condescendiente con su personaje principal y cada capítulo es introducido por una prosa poética que no parece emular tanto la obra de Spinetta como la de Luis Almirante Brown"

Por Patricio Pron.

luis luis

Frank Zappa afirmó en su divertido (y bastante inquietante) The Real Frank Zappa Book que el periodismo de rock consiste en “gente que no sabe escribir entrevistando a gente que no sabe pensar para artículos concebidos para gente que no sabe leer”. La afirmación, por supuesto, es sospechosa de parcialidad y bastante injusta: la desmienten decenas de magníficos libros (algunos argentinos) que trascienden el género o subgénero denominado “periodismo de rock” para ser periodismo a secas (es decir, literatura), pero es inevitable recordarla en cada ocasión en que muere un músico a quien no se hizo hablar apropiadamente.

Desde el 8 de febrero de 2012, la de entrevistar “bien” a Luis Alberto Spinetta es una de las muchas oportunidades que hemos perdido, lo que no significa que no haya suficiente material para acercarnos a su figura: existen cientos de entrevistas, realizadas a lo largo de más de cuatro décadas de existencia pública como músico, y al menos un libro muy bueno, Crónicas e iluminaciones de Eduardo Berti. El problema es que casi todo ese material está condicionado por las circunstancias en que fue producido, por la naturaleza de Spinetta (quien era reacio a hablar con la prensa y, cuando lo hacía, se negaba a ceder a las demandas de claridad de sus interlocutores y a sus agendas) y por la de los propios medios de prensa, que determina que estos sólo puedan interesarse (en palabras de Ignacio Echevarría) por efemérides, necrológicas y novedades, los formatos de un periodismo que sólo puede y desea contentarse con las apariencias, ser leído de forma circunstancial, ser rápidamente olvidado.

Una sección como ésta, llamada “Lo que está y no se usa nos fulminará”, tenía por fuerza que hablar de la reedición de Martropía, las conversaciones con Spinetta que el periodista Juan Carlos Diez publicó originalmente en 2006. Martropía es otra de las oportunidades perdidas a las que me refería anteriormente: es desordenado, padece una inevitable ausencia de perspectiva, es condescendiente con su personaje principal y cada capítulo es introducido por una prosa poética que no parece emular tanto la obra de Spinetta como la de Luis Almirante Brown , (una parodia que, en realidad, es una acusación lanzada al rostro de una sociedad que prefiere los bajos instintos; lo que, por otra parte, no está tan mal, ya que todos hemos querido alguna vez “clavar el potus en la zanja de Teresa” o como quiera que se llamase la persona en cuestión).

Martropía es una obra de amor a la música y a la persona de Spinetta, y la simpatía que genera en quien amó a ambas es inmediata; pero es difícil no lamentar la pérdida de todo aquello que este libro pudo haber sido y no es: una biografía fundada en algo más que los recuerdos de su personaje principal (por cierto, la ausencia en Argentina de una tradición biográfica como la anglosajona no debería impedir el hecho de que alguien escriba una buena biografía de Spinetta, en la que parece imprescindible ponerse a trabajar ya mientras aún viven casi todos los protagonistas de esta historia), un estudio exhaustivo de sus influencias musicales (aquí aparecen John Coltrane, Jimi Hendrix, John McLaughlin, Litto Nebbia y The Beatles, entre otros, así como, sorprendentemente, Manitas de Plata; no son todos, por supuesto), o, más importante aún, una discusión de sus influencias literarias.

Al igual que en los casos de Bob Dylan, Caetano Veloso, Morrisey, John Lennon, Leonard Cohen y Lloyd Cole (con todos los cuales se codea, pienso), la obra de Spinetta no es comprensible al margen de las lecturas que hizo su autor. En Martropía se mencionan las de Michel Foucault, Jean Baudrillard, Antonin Artaud, Arthur Rimbaud, Isidore Ducasse, Carl Gustav Jung y César Vallejo entre otros, pero nunca se lo hace de forma exhaustiva o se amplía un repertorio que, por lo demás, ya era conocido (con las excepciones de René Daumal, Jean Cocteau, Idea Vilariño y Alejandra Pizarnik, que también son mencionados). Es particularmente triste comprobar esto porque hay pasajes brillantes en el libro, como la discusión de una naturaleza humana que Spinetta sólo distingue de la animal por su capacidad de producir dolor, una explicación exhaustiva de sus métodos compositivos que los emparenta con las artes plásticas y la arquitectura, el reconocimiento de la influencia todavía persistente de los Beatles, la idea de que la comprensión (viejo tema en Spinetta, por el que tantas veces ha sido cuestionado con un “no se entiende”) es una producción colectiva, la descripción de La Costra Degenerada, la revista que Spinetta dirigió con Emilio Del Guercio (firmaban como Cocaíno y Bestia) cuando ambos eran estudiantes del Instituto San Román, la breve pero fascinante disquisición de Juan Carlos Colombres, “Landrú”, acerca de palabras como “nariguetazo”, “falopa” y “raviol” (todas las cuales remonta al círculo del Instituto Di Tella y sus happenings). Son los pasajes de un libro extraordinario, pero conjetural; es decir, de un libro que pudo haber sido y no es.

A modo de coda: en toda la obra de Spinetta hay una advertencia acerca de la necesidad de que no “juegues para el enemigo”, un enemigo que en Martropía define como aquel en quien no se produce “la coincidencia entre la palabra y el acto” (98). Esa advertencia parece particularmente válida si se evalúan las repercusiones del artículo anterior de esta serie, cuyo tema era “una literatura sin violencia, sin la violencia del nacer y del perecer” que para Spinetta (que también puede enseñarnos algo en este aspecto) “no es literatura” (129).

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