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Esquirlas de un discurso amoroso

Con qué contraseña se accede al amor. Cómo se ingresa. Cuál es la clave, el signo.

Por Virginia Cosin.

Esquirlas. Como las de una copa, un cuenco, una jarra, un vaso, algo hueco, hondo, capaz de contener y derramar, lleno o vacío, hecho de falta, de un espacio rodeado de materia, que alguien apoya, o posa, al borde, al filo, de algo, una mesa, un estante, una columna, y que otro, por descuido, torpeza, distracción, empuja, lleva por delante, golpea, de modo que el objeto cae y se rompe, se pulveriza, se hace añicos.

 

Esquirlas como las que alguien, él, o ella, recogen, tanteando el piso, con cuidado de no cortarse, protegiéndose del filo, del borde de los restos, arrodillados en el piso, buscando hasta el último fragmento con la ilusión de reconstruir, de volver a armar, inspeccionando los rincones, los espacios debajo de los muebles, los sillones, las bibliotecas, los aparadores.

Esquirlas de un discurso amoroso. Un discurso que solo puede armarse yendo y viniendo, a las corridas, ensamblando partes de esto y de aquello, de lo dicho antes, de lo no dicho, lo no decible, lo incomprensible, lo inacabado, lo deshecho, lo deshilachado, lo que no tiene nombre. Una deformidad siempre incompleta, porosa.

Con qué contraseña se accede al amor. Cómo se ingresa. Cuál es la clave, el signo.

Uno de los mitos más bellos narrados por Platón es el del Andrógino. Puesto en boca del personaje Aristófanes, que existió en la realidad y era un famoso comediante de la época, -enemigo declarado del filósofo, según dicen, por haber ridiculizado al maestro Sócrates en su comedia Las nubes-, forma parte de uno de los discursos más famosos dedicados a Eros en el diálogo El banquete.

Eros, explica Ezequiel Ludueña, traductor y autor de la introducción de la reciente edición de El Banquete (Colihue clásica), cubre un campo semántico que ninguna palabra castellana puede significar con precisión. Es una pasión violenta, una pasión teñida de impulsos sexuales. En palabras de García Gual: deseo ardiente, sentimiento e impulso despertado por el objeto de amor, que incluye lo sexual, pero que invade todo el ser del amante. Es dolor de ausencia. “Así la palabra evocaba para los griegos una imperiosa fuerza física y espiritual que arrastra al que la padece-casi penosamente- desear poseer un objeto.” La palabra “amor”, por la que suele traducirse, “no puede dar cuenta de la violencia intrínseca del éros.”

Sobre éros disertarán, por turno, los personajes que asisten a la reunión, presidida por la máxima estrella, Sócrates, que compite palmo a palmo con Aristófanes, cuya historia va a ser la que domine el imaginario poético sobre el amor a lo largo de las épocas, incluso hasta nuestros días, en occidente.

“Nuestra antigua naturaleza no era la misma que ahora, sino distinta. En efecto, en un primer momento había tres géneros de seres humanos, no dos, femenino y masculino, como ahora. Existía un tercero cuyo nombre subsiste todavía, aunque dicho género, ya no exista: el andrógino.”

Sin falta alguna, de una sola pieza, su forma era circular. Estos seres totales que, en su pretensión, querían escalar los cielos para atacar a los dioses, fueron castigados. Los dioses los cortaron en dos. Desde entonces cada uno busca la parte de la que fue desprovisto. Intentan hacer de dos, uno. “Cada uno de nosotros –dice el texto- es “símbolo” de otro ser humano.”

La palabra griega es symbolon, explica el traductor, y designa una tableta que, partida en dos, vincula a dos personas en deuda por una relación de hospitalidad. Y es interesante que la raíz de la palabra hospitalidad sea la misma que la de hostilidad: hostis, que a su vez significa extranjero. Es decir, alguien que viene de afuera, que no comparte los mismos códigos, al que hay que hacerle lugar, pero del cual, también, desconfiamos. Al huésped, como al amante, se lo aloja, pero desconfiando, porque habla otra lengua, una lengua que no conocemos, que hay que descifrar. Con esa diferencia, con lo que no es posible entender del otro, es necesario convivir.

Symbolon significa también, explica Julia Kristeva, “signo, contrato, significación indescifrable en su contrapartida. El amor, en cuanto tendencia a la síntesis, sería precisamente lo que crea el reconocimiento de los signos, una lectura de las significaciones y se opondría al mundo cerrado y ovoidal de los andróginos”.

Anne Carson, en “Eros, el dulce amargo” rastrea el vínculo entre el nacimiento del alfabeto en Grecia y los procedimientos del Eros: “Las consonantes marcan los bordes del sonido –nos dice-. La relevancia erótica de este hecho es clara, porque hemos visto que el eros está vitalmente alerta a los bordes de las cosas y hacen que los amantes los perciban. Así como el eros insiste en los bordes de los seres humanos y de los espacios que hay entre ellos, la consonante escrita impone un borde a los sonidos del discurso humano e insiste en la realidad de ese borde, pese a que se origina en la imaginación vinculada a la lectura y la escritura”

De ahí que pueda pensarse el amor, también, como una especie de escritura o a la escritura como una búsqueda amorosa. Porque si el deseo es deseo de lo que no tengo, deseo de lo que falta, su búsqueda nos hace avanzar por un camino que no lleva a ninguna parte y por el cual, sin embargo, continuamos andando.

 

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