Eros y toda esa amarga dulzura de los griegos

Miércoles 02 de diciembre de 2015
Sobre Eros. El dulce-amargo, de Anne Carson (Fiordo editorial).
Por Edgardo Scott.
En su incomparable Los mitos griegos, Robert Graves apunta en torno del nacimiento de Eros, su ascendencia equívoca: pudo ser hijo de Afrodita y Hermes, de Afrodita y Ares, incluso de Afrodita y su propio padre, Zeus. Otras versiones, aún más fantásticas, lo remiten al Arco Iris y al Viento del Oeste y hasta al mismísimo huevo del que surgió el mundo. Eros sería entonces el primer dios. En cualquier caso, Graves releva que todas las fuentes indican que se trataba de “un niño indómito, que no mostraba respeto por la edad ni la posición social, sino que volaba de un lado a otro con sus alas doradas disparando al azar sus flechas afiladas o incendiando desenfrenadamente los corazones con sus terribles antorchas”. La brillante poeta, profesora, traductora y ensayista estadounidense Anne Carson comenzó en el ´86 su carrera con este libro, Eros The bittersweet, ocupándose de este mito, después concepto, occidental. Con una espléndida traducción de Mirta Rosenberg y Silvina López Medin, Eros, el dulce-amargo también puede leerse como una primera respuesta a Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes, publicado unos años antes, en el ´77, aunque el libro de Carson sea menos asertivo.
A diferencia de la lógica moderna –binaria– de Freud, con su Eros y su Tánatos, Anne Carson parte de la reunión de opuestos, de la convergencia: “Safo fue la primera en llamar a Eros dulce-amargo. Nadie que haya estado enamorado lo discute”. Y después: “El amor y el odio constituyen entre sí la maquinaria del contacto humano. ¿Tiene sentido situar ambos polos de este afecto dentro del único acontecimiento emocional del eros?” De esta forma, pasión, impulso erótico, deseo, amor, en el lenguaje de Carson, no serán términos a distinguir sino variaciones de un mismo afecto glosado en los diferentes ejemplos, que a menudo provienen de su erudición griega, pero también de Tolstoi, San Agustín o Shakespeare. Carson hace un trayecto de lectura tan riguroso como elegante. Su estilo, incluso en aquellos pasajes académicos –con demasiadas citas, etimologías y fundamentos– nunca abandona la vocación y soltura literaria.
“Una ciudad sin deseo es, en suma, una ciudad sin imaginación. Allí la gente piensa lo que ya conoce.” En Eros, el dulce-amargo Carson refracta ya en el ´86, es decir, en el momento y lugar precisos de la expansión de modelos de vida que hoy son universales, el embotamiento consumista y snob de las ciudades y relaciones contemporáneas. Representando ella misma una paradoja del saber, escribe: “hemos perseguido las huellas de una antigua analogía entre el cortejo del conocimiento y el cortejo de amor.” Es una alegría que por fin haya llegado a nuestra lengua, una autora que enriquece la tradición de H. D. o Susan Sontag, y ojalá la recepción de este libro aliente la llegada de su Autobiography of Red y sobre todo de Men in the off hours. Mientras tanto, en Eros el dulce-amargo se pueden disfrutar de fragmentos como este: “Es posible imaginar lo que sería vivir en una ciudad sin deseo a partir del testimonio de amantes como Sócrates o Safo. Tanto el filósofo como la poeta describen a Eros con imágenes de alas y metáforas de vuelo, pues el deseo es un movimiento que lleva a los corazones anhelantes de aquí para allá […] Aspirar a algo diferente de los hechos nos llevará más allá de esta ciudad, y tal vez, como a Sócrates, más allá de este mundo.”
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