El perseguidor

Lunes 15 de junio de 2015
El encuentro entre el autor y el crítico o entre el crítico y el autor no es más que un desencuentro.
Por Martín Kohan.
Roland Barthes
La versión más reciente de la historia consta en el número de la revista Ñ dedicado a Roland Barthes. Es el propio Luis Gusmán quien la refiere y la vuelve más que elocuente. Los hechos ocurrieron en París, hacia 1979. Gusmán llegó de visita a la ciudad y una amiga con contactos en el ambiente intelectual le ofreció conseguir un encuentro con alguien que él eligiera. Gusmán eligió a Roland Barthes. Se pactó el encuentro, que Gusmán pasó a esperar con comprensible ansiedad; pero, casi a último momento, Barthes lo canceló (¿Gesto histérico de una estrella literaria? Nada de eso, más bien lo contrario: gesto doliente del hijo que acababa de perder a su madre y no podía más con la angustia). Unos pocos días después, Gusmán creyó ver a Barthes caminando por la calle. El azar parecía dispensarle eso que, con la pura voluntad, no había podido obtener: un encuentro con Roland Barthes. Entonces, ante el riesgo de perderlo entre la gente, Gusmán se lanzó a perseguirlo, para intentar darle alcance y hablar un poco con él.
Noé Jitrik analizó alguna vez el tipo de imaginario que se activa en el cuento “El perseguidor”, de Julio Cortázar. El crítico, subalterno, satelital, lateral, relegado, va continuamente detrás del artista. Y el genio inefable del artista, puro brillo y autodestrucción, deslumbrante y desmesurado, inspiración sublime y oscuridad, resulta siempre inalcanzable, queda siempre más allá, se sacraliza al tornarse inasible. El artista tiene un don que el crítico no puede dejar de perseguir pero no podrá jamás alcanzar.
La historia de Luis Gusmán invierte la escena de la persecución, por eso es maravillosa. Gusmán es ensayista, es crítico, es psicoanalista, es narrador. No sé si tiene sentido preguntarse en carácter de qué persiguió aquella vez a Roland Barthes. Lo más tentador es proponer que se trató del escritor persiguiendo al crítico literario. Ese crítico al que había elegido, al que había querido ver y no había podido, el objeto de su deseo de escritor. Corrió detrás de él para tratar de darle alcance.
¿Lo alcanzó? Lo alcanzó. Lo detuvo y lo saludó. Pero supo de inmediato que ese hombre no era Barthes, sino un tipo cualquiera que por cierto se le parecía mucho. Gusmán se había confundido, lo había confundido. Se disculpó y, ante la disculpa, el falso Barthes dijo que no era nada, que le pasaba a cada rato.
Esta imposibilidad de alcanzar no es igual a la de Cortázar. En Cortázar lo que funciona es un mito de trascendencia del artista como genio. En la anécdota de Luis Gusmán lo que ocurre, en cambio, es un malentendido, un error por sugestión, un engaño de la vista. De hecho, el perseguidor sí alcanza a su perseguido. Pero lo hace sino para comprobar que no se trataba de él, sino de otro. Que el crítico, para el escritor, ha de ser fatalmente otro; que ambos están en cierta forma destinados, no al desencuentro en sí mismo, sino más bien a un encuentro en falso.
***
Notas relacionadas
- Aira, el perseguidor: Cecil Taylor (Mansalva) es un texto clave para entender cómo César Aira piensa la literatura y el arte de vanguardia.
- Notas sobre la crítica: La arbitrariedad en el elogio (o amiguismo) no es menos vacua ni es menos miserable que la arbitrariedad en la denostación (o enemiguismo). Por Martín Kohan.
- El prólogo de El frasquito (Edhasa) por Luis Chitarroni.