De la obra al nexo

Jueves 22 de octubre de 2015
¿Es obligatorio leer? ¿Para qué leemos? ¿Para saber? ¿Por placer? ¿Para no quedar afuera de conversaciones interesantes? ¿Por qué seguimos repitiendo, sin pensar, que la lectura es buena?
Por Virgina Cosin.
Ansiedad de tenerte entre mis brazos. Eso es lo que le canto, con voz de bolero, al libro que tengo frente a mí, recostado al lado de otros libros, exhibiendo en su portada un título jugoso, una contratapa que –cuando lo levanto y lo doy vuelta- promete más o menos la felicidad. Soy hija de Eva. Sé de tentaciones, de querer saber, de desoír prohibiciones. Los libros están caros. Si, muy caros. Y además quiero ese otro. Y ese otro y el de más allá. Los quiero. Pero ¿Para qué? ¿Para leerlos? Sí, claro. Para leerlos. Eso me digo y justifico el despilfarro porque, bueno, trabajo de esto, es una inversión, es a futuro, no puedo no leer esos libros, no puedo no tenerlos. Pero lo cierto es que aunque el deseo de poseer el libro se inflama cuando leo un comentario, una contratapa o el nombre del autor –del que quizá leí, quizá no, otros libros-, disponer del tiempo que requiere su lectura –del modo que tradicionalmente entendemos que se debe leer un libro: de principio a fin- me cuesta cada vez más. ¿Es la edad? ¿Es la época? ¿Es la proliferación monstruosa de textos que ahoga el deseo, como una planta a la que se le echa demasiada agua?
No soy la única, lo sé bien. Las conversaciones sobre la dificultad para encontrar el tiempo o la concentración en la lectura se multiplican tanto como las novedades en las mesas de nuestras librerías favoritas o las pestañas en la pantalla. Pero es que, me pregunto ¿es obligatorio leer? ¿Para qué leemos? ¿Para saber? ¿Por placer? ¿Para no quedar afuera de conversaciones interesantes? ¿Por qué seguimos repitiendo, sin pensar, que la lectura es buena (¿buena para qué, para quién?), por qué nos preocupa que nuestros hijos lean? ¿Vale más la versión novelada de Aliados que la serie de la tele Aliados? (Me lo pregunté cuando le regalé a mi hija el libro, para que leyera, al menos, algo). Y, entonces, otra vez: ¿qué es leer? Mi hija cree que me desafía cuando afirma que es lo último que le interesa en la vida. Lo que todavía no sabe es que es una gran lectora. Poco me importa si lo que lee es o no un libro. Porque la lectura no depende de un formato, de un dispositivo, o de un soporte, sino de un procedimiento. Es un tipo de mirada la que hace o no legible una trama y la trama se despliega en el mundo. Son los hilos que se enhebran entre un objeto y otro que, desafiando patrones, cronologías y estatus, conforman cierto tipo de tejido.
El lunes asistí al Workshop que dictó en el MALBA Kenneth Goldmith, autor del libro Escritura no creativa, que acaba de publicar Caja Negra. En el libro Goldmith cuestiona la idea tradicional de originalidad o genio creativo. Hoy, dice, de lo que se trata es de crear nexos, ensambles, distintas combinaciones a partir de materiales creados por otros. La actividad no consiste en crear sino en recrear, reciclar, recomponer, remasterizar, romper y volver a armar. Cuando perdemos el tiempo navegando en Internet no estamos, en realidad, perdiendo nada sino construyendo un mapa de búsqueda. Estamos, como Hansel y Gretel, dejando miguitas sobre las que podemos volver para encontrar nuestros pasos, estamos dibujando una vida. Pero, me pregunté, mientras lo escuchaba, por momentos escéptica, por otros, encantada: si todos somos autores de nuestro propio historial de google y, a partir de allí, cualquiera que tenga en su poder una computadora es un creador ¿quiénes serían los lectores? ¿O acaso en el futuro, es decir, ahora, solo uno puede ser el lector de sí mismo? ¿Llegamos por fin a ese punto en el que todos somos escritores pero no hay lectores?
Tengo que reconocer que soy un poco más analógica que Goldsmith pero, aún aferrada al papel, me subo a su moto y reconozco, con él, que este momento histórico está lleno de posibilidades. No sólo para los escritores, sino también para los lectores, si conseguimos dar, entre la diseminación de nuestras lecturas fragmentadas –los signos están ahí, dispersos como en el inconsciente- con la pauta que los conecte.
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