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Crónica del 2 de enero

martín kohan en el bar la orquídea, donde es cliente desde hace 12 años

A dónde ir cuando no se puede ir a ningún lado. Un texto de Martín Kohan en La Orquídea, donde es cliente desde hace 12 años

Por Martín Kohan.
Foto: gentileza Clarín

Para Leonardo Moledo, in memoriam

Los días difíciles pasaron. Los días de la angustia, o de la posible angustia: ya pasaron.

Hay personas que no precisan un lugar adonde ir, ya sea porque lo tienen, y es su casa, o ya sea porque pueden perfectamente prescindir de cobijos y de repliegues, de ritos y de pertenencias.

La Orquídea es un bar que nunca cierra. A toda hora está abierto, de día y de noche, y cualquier día de la semana: los intensos o los anodinos. Antes, según dicen, eso era una costumbre en Buenos Aires; ahora los bares que nunca cierran pasaron a ser la excepción.

No es un dato menor, para mí como para muchos otros, saber que, en caso de necesidad, en caso de pesadumbre, de desolación, de insomnio, de agobio, de pena o de desconcentración para el trabajo, uno puede ir a La Orquídea.

Por supuesto que se puede acudir también a verse con gente o a matar el tiempo o a tomar café; pero en eso es igual a cualquier otro bar, igual a todos los otros bares. Es el hecho de que nunca cierre, que a cualquier hora, es decir cuando haga falta, se pueda recurrir a él, lo que le otorga la potestad singular de los refugios.

Se vive más tranquilo sabiendo que, eventualmente, uno puede siempre ir a parar a La Orquídea.

Es preciso decir, sin embargo, que no es cierto que nunca cierre. Cada 24 de diciembre, porque la nochebuena se acerca, a eso de las cinco de la tarde, y cada 31 de diciembre, porque el fin de año se acerca, a eso de las cinco de la tarde también, La Orquídea cierra. Y permanece así, cerrado, durante el 25 de diciembre, porque es navidad, hasta las seis de la tarde exactamente, y durante el 1º de enero, porque es año nuevo, hasta las seis de la tarde también. A menudo los habitués asistimos, para cerciorarnos, al momento en que se pone llave y traba a las puertas, o al paisaje posterior de las ventanas tapadas con papel, porque si no, no podríamos creerlo ni admitirlo ni tolerarlo.

Esas horas sin La Orquídea (sin la opción de contar con La Orquídea) transcurren como en un borde de abismo: en vilo y con zozobra, oscilando en un filo de alambre y sin red. Los otros brindan sin darse cuenta, nos sacan conversación como si tal cosa, no saben ni tampoco sospechan que estamos pendiendo de un hilo.

Pero ya está: ya es 2 de enero. Los días difíciles pasaron.

La Orquídea queda en la esquina de Corrientes y Acuña de Figueroa.

Justo en la esquina.

No cierra nunca.

***

 

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