Carrère y la tensión de lo real

Lunes 06 de julio de 2015
Cuando escribimos, vivimos lo que narramos, y si lo hacemos bien lo vivimos de un modo tan intenso como en una experiencia verídica. Si escribimos un dolor, debemos sentirlo en carne propia: en caso contrario estamos mintiendo.
Por Luciano Lamberti.
Leo a Emmanuel Carrère con la sensación de estar metiéndome en una Literatura, una verdadera obra compacta y coherente, más que una sucesión arbitraria de novelas. Predemitado o no, los libros de Carrère parecen obedecer a un plan: el de poner en tensión los límites de lo real. En la solapa de sus libros se nos informa que esa obra consta de “novelas” y “obras de no ficción”, pero cualquiera que lo haya leído sabe que esa distinción no es, en él, muy válida que digamos. Basta ver cualquiera de sus “biografías” para entender como sucede. Yo leí cuatro y una novela, y me alegra saber que todavía hay mucho más esperándome (Una novela rusa, por ejemplo, que según tengo entendido habla de sus padres y de la búsqueda de su identidad).
Voy en orden: llegué a él no por él sino por Philip K. Dick, de quién escribió la maravillosa Yo estoy vivo y ustedes están muertos: una biografía donde, como lo declara en el epílogo, se sirvió en gran parte de la lectura de sus libros para entender sus procesos mentales. El resultado es, más que una biografía, un mapa de los estados alterados del escritor de California, sus sucesivas creencias y paranoias, una más demente que la otra, que se apilan como los ladrillos de un castillo siempre inaccesible y terminan en la locura y la muerte.
De ahí pasé a Limonov, la vida y la obra de un escritor ruso, no menos delirante y llena de peripecias que la de Dick. Entonces me prestaron El adversario y De vidas ajenas (a los que devoré en cuestión de días, porque es así como se leen sus libros) y después me compré Una semana en la nieve, que también leí rapidísimo y ahí comenzó la angustia. ¿Cuál? La de entender que hay, en Carrère, cierta honestidad o apariencia de honestidad que demuele al resto de los libros contemporáneos: los vuelve falsos, un divertimento inofensivo. (También una sensibilidad muy fina, una forma extrañísima, incopiable, de estructurar la narración, una prosa límpida que se desliza por aguas pacíficas hacia -mil perdones por esta metáfora, no lo vuelvo a hacer nunca más- numerosas costas de la emoción).
Dos ideas, en apariencia contradictorias (y en esencia también, las ideas contradictorias pueden coexistir amablemente, como bien lo demuestra cualquier libro de Nietzsche) rigen la obra de “no ficción” de Carrere: la primera es que todo lo que se narra “es verdad”, sucedió, no es ficción en el sentido clásico. Lo dice varias veces en De vidas ajenas: yo estuve ahí, lo vi con mis propios ojos, no miento. La otra idea es menos clara pero no menos evidente: la de que sencillamente no puede saber determinadas cosas, no puede haber llegado a determinados lugares, se los está inventando rotundamente, pero eso es también verdad, quizás incluso más que la experimentada.
En Carrère no hay, siquiera, la esperanza de alcanzar un atisbo de objetividad. Sus biografías se meten en la mente y en el corazón de sus protagonistas; miran el mundo desde su perspectiva y relevan lo que otros ponen en primer plano (investigación, testimonios, todos los datos de lo real) a un papel secundario. Lo verdaderamente importante son sus biografiados, esos personajes desquiciados, oscuros, que lindan con lo criminal o directamente lo abrazan con fervor, y a los que Carrere comprende como nadie, se pone en su lugar, es ellos de un modo tan directo que uno no hace más que preguntarse si no tendrá alguna especie de don sobrenatural para la empatía.
Es decir: lo que le da a su obra una apariencia de realidad es, en verdad, lo inventado, lo ficticio, lo falso. Lo que Piliph K. Dick piensa o siente frente a determinados hechos. Su pensamiento literal, palabra por palabra, que le permitió escribir esos libros que parecen de otro mundo. Lo que el infame protagonista de El adversario vive cada día, en su intento de ocultarle a su familia y sus deudores lo que verdaderamente es, lo que experimenta el juez y el esposo de Juliette en Vidas ajenas.
En esta paradoja surge “lo real”. Pero vale la pena preguntarse, otra vez, qué es eso: si solo lo experimentado por los sentidos o también por la literatura, que es una forma de la experiencia. Cuando escribimos, vivimos lo que narramos, y si lo hacemos bien lo vivimos de un modo tan intenso como en una experiencia verídica. Si escribimos un dolor, debemos sentirlo en carne propia: en caso contrario estamos mintiendo.
"Lo real" es también ese cuento de Henry James donde una pareja de aristócratas en franca decadencia va a buscar trabajo a lo de un ilustrador de libros como modelos de parejas de aristócratas. Ellos son lo real, tienen la apariencia física, la elegancia y la postura de esos personajes, pero son menos creíbles como modelos que los otros, los ordinarios. El cuento de James teoriza, en realidad, sobre los límites de la ficción, tema que hoy vuelve a ponerse de moda con la autobiografía de Knausgård, los libros de Carrère y el auge de la no ficción en general. Si “lo real” del cuento de James era precisamente, lo no real, lo real en la no ficción de Carrère es, precisamente, aquellas zonas donde es imposible haber llegado a través de los datos objetivos: los modelos ordinarios posando como aristócratas, la mentira, la ficción.
Todo lo cual me remite al ensayo de Mario Vargas Llosa sobre Flaubert, el padre del realismo, el que comenzó y terminó con el género. Al momento de hablar sobre la relación de Madame Bovary con lo real: “el novelista no crea a partir de la nada, sino en función de su experiencia, el punto de partida de la realidad ficticia es siempre la realidad real tal como la vive el escritor”.
Claro que lo real, como lo ha demostrado la misma literatura, es tan complejo, compuesto por tantos matices, que la captación de un segundo en la vida de una persona, como bien lo demuestran las novelas de Saer, podría abarcar miles de páginas.
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Notas relacionadas
- “La revolución consiste en volver a Cervantes”: Javier Cercas habla de su novela-sin-ficción El impostor (Penguin Random House).
- La ficción del adversario: Lina Meruane, autora de Sangre en el ojo (Eterna Cadencia Editora) recomienda El Adversario, de Emmanuel Carrère.
- El final de la inocencia: Una lectura de Una semana en la nieve, de Emmanuel Carrère (Anagrama).